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Una tranquila tarde, el timbre sonó repetidas veces, Benjamín se apresuró en soltar el control remoto y casi correr hacia la puerta para saber a qué se debía esa repentina visita. Al abrirla y observar hacia todos lados, su ceño se frunció, dio unos pasos hacia adelante para asegurarse de que la persona que hasta hace unos segundos estaba allí, se había ido o aunque se escondido en los arbustos. Pero nada.

Su pie izquierdo toco una sustancia dura y al sacarlo, sonrió al notar que su visita fugaz fue Luisana, ya no había rastro de una tableta impecable de chicle de uva, ahora estaba comprimida y hasta un poco sucia por su tacto. La cogió entre sus dedos, dispuesto a guardarla en la cajita que había destinado para los obsequios de la chica con una adicción extraña; ella y su
característico aroma a chicle cada vez se le hacía más cercano.

Alzo su vista y, como en algún momento lo había pensado, la silueta de la chica estaba a un costado de los verdes arbustos, sonriéndole y con su pulgar en alto. Benjamín la saludo y de su bolsillo saco un chicle de durazno que, posteriormente, metió en su boca, a lo que Luisana corrió para besarlo y mezclar ambas gomas de mascar.

En otro momento eso le habría parecido asqueroso a Benjamín, pero ahora le encanta.
Fin

La chica de los chiclesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora