EUSTAQUIO

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Maria:

Que la gente se pudiese encontrar conmigo correteando sin ropa me aterraba, así que no paré a descansar ni un solo segundo.

—Tendría que haber traído la bici —lamenté entre jadeos.

Se me hacía muy difícil ser positiva.

Si alguien me veía, seguramente llamasen a la policía, iría a la cárcel y mi imagen pixelada saldría en los medios junto a titulares como: «Desnuda entre pinos asusta pueblerinos».

—¡Céntrate, Maria! —me ordené.

Dejé mis paranoias a un lado y conseguí coger la calle que me conduciría a la granja. Sin embargo, la esperanza se esfumó cuando escuché que se avecinaba un tractor.

—No me lo puedo creer.

Se acercaba en dirección contraria. Pronto me vería.

—O-o-oh. ¡Largo, Maria! ¡Largo!

Huyendo de aquel vehículo agrario, tomé otra calle y terminé perdida entre viviendas de aspecto abandonado.

Trespadejo era pequeño, pero estaba repleto de edificios en decadencia y grandes parques en los que apenas se reunía gente. Las calles, retorcidas y de diversas anchuras, creaban un complejo laberinto alrededor de la iglesia, el edificio primordial.

—¿Dónde estoy...? —Me fallaba el GPS mental.

Creía que la situación no podría empeorar más, pero me equivocaba:

—¡Chiquilla! ¿Qué ven los ojos de Eustaquio? —Se trataba del carpintero y lo que veían sus ojos era «¡mi trasero!».

Rápidamente, escapé adentrándome en un callejón que, para colmo, no tenía salida. Desesperada decidí allanar una casa deshabitada en busca de prendas con las que taparme.

Gracias a una pequeña ventana abierta, logré entrar en lo que algún día debió de ser un hogar y vislumbrar parte del mismo. Parecía muy descuidado, por lo que no me dio apuro arrancar una cortina e improvisar un vestido con ella.

—Tiembla, Gucci.

Después, me tomé unos minutos para coger aire y, también, para cotillear.

Una claraboya iluminaba la escalera de caracol que conectaba los diferentes niveles de la casa y yo, como polilla que sigue la luz, subí hasta la buhardilla.

Debió de ser obra del destino, porque jamás habría podido predecir lo que había allí.

—Jo-der.

En el último piso encontré una decena de muebles repletos de cosas frikis: las películas de la saga de Alien, revistas sobre sucesos paranormales, mapas del universo; libros sobre ovnis...

El sitio se asemejaba bastante al desván de Paco, pero el contenido era todavía más perturbador. Y lo más destacable del lugar era que incluso las paredes lucían cubiertas por recortes de periódico, todos ellos acerca del mismo tema: los marcianos de Trespadejo.

—Esto es raro —Tragué saliva— hasta para mí.

Acto seguido, alguien puso en marcha la cisterna del baño de la planta baja. Tenía compañía.

Alterada, no pude evitar regresar a la calle montando todo un escándalo.

—¡Al ladrón! —gritó una voz ronca.

Por suerte, ya estaba lejos y no me atraparon.

Corrí a toda prisa, sin rumbo alguno, tan precipitada que me faltó poco para chocarme contra Eustaquio:

—¡Chiquilla, te has comprado un vestidito moderno!

—Estaba de oferta.

Pasé a su lado, llegué hasta el bosque y me adentré en él. Me abrí paso entre arbustos con la esperanza de localizar la jodida granja.

Necesitaba hablar con mis compañeros. 



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