LOS TRES CERDITOS

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Maria:

Me fui de la casa principal con dos cervezas, aunque no porque las fuese a compartir. Ambas me las tomaría yo.

Era de noche, el cielo estaba despejado y la luna iluminaba Trespadejo y sus alrededores sin problema alguno.

Abrí la primera cerveza y me la bebí paseando por los terrenos de Paco. Eructé, abrí la segunda y me la bebí antes de llegar al improvisado destino: la cochiquera.

No visitaba aquel lugar desde los primeros días en la granja, desde que Paco nos instruyó a Leo y a mí. No había ido más porque me negaba a criar unos cerditos que después me comería.

Si aquella noche me atreví a regresar fue porque, en el fondo, estaba decidida a abandonar Trespadejo. No tendría que ver morir a Txalote júnior y compañía porque, pronto, me iría.

Al fin y al cabo, alargar mi estancia ya no tenía ningún sentido: seguía siendo la misma de siempre y no me despegaba de la maldición de envenenar todo lo que me rodeaba. Prueba de ello era la toxicidad que había entre Leo y yo.

Además, mis objetivos se habían alterado hasta desvanecerse y me había sumido en el fracaso y la confusión.

Resumiendo, estaba hecha un lío y solo hacía que perder el tiempo.

—Joder... —Con torpeza, me subí a la valla de la pocilga—. ¡Hacedme un hueco!

Salté y los cerdos me recibieron con un montón de grititos alegres. Estaban encantados de tenerme con ellos y yo, feliz de ser parte del grupo, un grupo que rebosaba paz, lo que sosegaba un poco mi desquiciado ser.

Aunque no todo el mérito era de ellos. Las dos cervezas que me había bebido en menos de media hora también surtían efecto.

—Txalote júnior —Lo acariciaba con ambas manos—, te tengo que confesar una cosa.

Me armé de valor y rebobiné al inicio de la aventura:

—Tu padre fue una de las razones por las que me animé a venir a la granja. Conrado me habló de él y... Bueno, decidí huir de unos cerdos, para juntarme con otros, que nada tienen que ver con los primeros.

Aprecié su carita de inocencia.

—Qué injusto es que a los asquerosos se les llame como a vosotros.

Le di un beso entre las orejas.

—Me hubiese gustado conocer a tu padre, nos hubiésemos llevado bien. —Txalote júnior gruñó—. Sí, sí. Tan bien como tú y yo, pequeño.

Me separé un poco y expresé mi arrepentimiento:

—Perdona si no te he hecho caso hasta ahora. Se ve que soy de esa clase de personas que huye de los problemas.

Meditabunda, miré hacia arriba. El techo de la cochiquera lo cubría todo y entonces se me ocurrió:

—Os lo voy a compensar. ¿Os apetece ir de excursión?

Me arriesgué, podría haber sido otra decisión de mierda que terminase con cerdos perdidos y devorados por lobos. Pero no fue así. Menos mal.

Con los tres cerditos en el exterior, nos tumbamos en una campa. Casualmente, en el lugar en el que a principios de verano me había sincerado ante Leonardo, él lugar en el que él me había aceptado e incitado a quererme.

—Cómo pasa el tiempo...

Me acomodé entre los animales y escudriñé el cielo.

—Si alguno ve una estrella fugaz que pida un deseo —dije en honor a la mencionada noche.

HUYENDO DEL VICIO (EN LIBRERÍAS Y WATTPAD)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora