MARCIANOS

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Leonardo:

A la mañana siguiente, Paola estaba de bajón. Añoraba a su prima.

No fue hasta que Vintage nos mandó la tarea cuando se animó:

—¿Limpieza en el desván de la otra casa? Genial. Mis amigas de la parroquia me llaman La Cepillo.

—¿Eres la encargada de pedir limosnas? —imaginé.

—También, pero me apodaron así porque me gusta dejar la iglesia impecable.

Maria alzó la mano.

—A mí también me llamaban La Cepillo.

—¿Por lo bien que limpias?

—Porque me cepillo a todo lo que pillo.

Vintage, harto de tanta tontería, nos echó de la casa principal.

Fuimos al desván de la otra vivienda y, en aquella parte inmediata al tejado, nos encontramos con que tendríamos que trabajar casi a oscuras; la única fuente de luz era una pequeña bombilla cubierta de polvo que colgaba del techo.

—Otro periódico, libro, periódico, libro, revista... —Maria ordenaba una de las estanterías que amueblaban aquel lugar.

—Qué mal rollo da este sitio —murmuró Paola, ya no estaba tan alegre.

—Apostaría a que no lo ha visitado nadie en años.

—Perderías, Leo —resolvió Maria—. Yo subí a por una radio. Fue el día que te patinaste, te caíste de culo y te vi el...

—Sí. Ya me has refrescado la memoria.

—Yo sí que me tuve que refrescar después.

—¿Os imagináis que esté aquí el fantasma? —cambió de tema Paola. «Menos mal».

Echamos un vistazo a nuestro alrededor. Todo eran viejos cuadernos usados, recortes de periódico y libros muy antiguos. Había grandes cantidades de papel en diferentes formatos, parecía una antigua biblioteca secreta.

—No me extrañaría —apoyó la idea Maria.

—¿Os referís al fantasma que no existe? —fui reacio.

Aunque, debía reconocer que hasta yo tenía algo de miedo en aquel lugar tan tenebroso.

—Venga, si nos damos prisa, podremos acabar antes de la hora de comer y pirarnos —motivé al grupo.

Al parecer, funcionó. Paola pasaba la escoba por cada rincón y Maria quitaba el polvo a los objetos: comenzó por un montón de carpetas. Aunque la constancia no era una de sus cualidades y pronto se permitió tomarse un descanso para cotillear el interior de un archivador, uno rojo en el que habían escrito: «confidencial».

Cómo no, consiguió dar con algo con lo que alterarnos.

—¡Bru-tal! ¡Compis, atención!

Nos mostró una página de periódico en la que aparecía una imagen en blanco y negro. Era una fotografía que se había tomado de noche y en la que se apreciaba un campo repleto de diversos focos de luz. Sobre la imagen estaba el titular de la noticia:

—Marcianos en Trespadejo —leyó Maria.

Nos quedamos en silencio.

—¡Estoy segura de que son los seres que nos atormentan! —asoció.

—La foto es de 1996 —observé—, es imposible que...

Antes de que pudiera finalizar la frase, la bombilla se fundió y escuchamos un fuerte golpe. Pum.

Como se veía venir, Maria perdió los papeles:

—¡AHHHH! ¡Corred!

Mis amigas salieron escopetadas y, por si acaso, no dudé en seguirlas hasta la calle, donde nos topamos con Vintage. Estaba regando las petunias de la entrada.

—¿Qué ocurre, mendrugos?

—¡Marcianos! ¡Hay marcianos en este pueblo! —gritó Maria.

—Ah. Habrás visto a Eustaquio, el carpintero. El pobre no es muy agraciado.

—¡No, no! —Le enseñó el recorte de periódico. Se lo había llevado consigo.

—¿Eso? Paranoias de pueblerinos fumados. Se han metido de todo y han visto de todo. ¡Sandeces!

—¿Y por qué lo guardas?

—No es cosa mía. —Vintage aclaró—: Lo guardaría la que fue mi mujer.

—¿Ella creía en los extraterrestres? —Maria se esperanzó.

—Ella era uno de ellos.

Estaba claro que Vintage no se llevaba muy bien con su ex y seguro que Maria hubiese hurgado en la herida de no estar tan centrada en hilar pistas:

—¿Y cómo explicáis el golpe cuando se ha ido la luz?

Paola se acarició la frente y avergonzada confesó:

—He sido yo. Al asustarme he saltado y me he chocado contra un armario.

—Muchacha, ten más cuidado cuando vayas con estos dos dementes —nos culpó Paco y la invitó a la cocina—: Y ven a que te ponga hielo, antes de que te salga un marciano.

—¡Eso, cachondeaos todos! ¡Ignorad que viven entre nosotros! —Maria cada vez estaba menos cuerda:

—Amiga, háztelo mirar.

—Lo siento, Leo. Ya no somos amigos.

—Venga ya.

—En serio. Ya no confío en ti. —Acusó—: ¿Ahora cómo sé que no eres uno de ellos?

—Créeme. Ya te habría exterminado.



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