9. Pequeña desventura en la casa de Londres.

1.1K 110 52
                                    

Yacían ambos en el interior del coche. En el marco de la ventana recargaba el conde su codo, y en su mano la mejilla. Se podía percibir en su rosto el hastío, esperaba ya llegar a Londres para leer las escasas páginas que necesitaba para terminar el libro que poco tiempo hacía que Sebastian compró. Las casas de tinte antiguo, las en extremo concurridas aceras, coches y algunos ómnibus pasaban delante de su vista.

—Le noto en gran desgano, joven amo —comentó el mozo, sentado frente al niño.

—¿Debería cohibirme por la imagen que doy? Desde un principio mostré indolencia por el evento al que nos dirigimos.

—Sin embargo, usted donó una generosa cantidad al orfanato.

—No por un falso enternecimiento humano, sino por necesidad.

—Tendrá que excusarme, pues este mayordomo se ha ofuscado en presencia suya. Será, pues, menester que me explique sus intenciones.

Los ojos de Ciel se tornaron suspicaces, no creyó demasiado el que su sirviente no entendiese, y por un segundo tomó probable que sólo dijo tal cosa por querer oír lo que conjeturaba a través de los mismos labios de su señor, mas desechó el pensamiento al recordar que su lacayo no podía mentir. Bajó el brazo que tenía apoyado en la ventana y dejó descansar la mano junto a la otra que tenía sobre su regazo.

—Tú bien sabes porqué vamos a la inauguración de esa casa para niños desamparados, por ese médico y, como le llaman algunos, "filántropo", Thomas John Barnardo.

—Oh~—Un pequeño sonidito de mofa brotó de la boca de Sebastian.

—¿Te produce gracia, impertinente? —profirió el amo, con un entrecejo que señalaba agobio.

—Dispénseme, joven amo —dijo al tener su mano asida a su mentón, mientras sus ojos alojaban cerrados y las comisuras de sus labios levantadas, una sonrisa que el menor consideró injuria—. ¿No lo considera usted filántropo, entonces? Eso me dio a entender.

—Qué hipócrita llegas a ser, Sebastian. No crees en tal cosa como la filantropía.

—Certero es que dudo de ella; creo, más bien, que todo radica en las circunstancias en las que se halle la persona.

—Adopto el pensamiento, así que no, no es un filántropo. Mas, si hemos de atribuirle a Barnando alguna cosa, ha hecho casas para niños pobres desde 1867. Y como sabes, vamos a la inauguración de una de ellas en Londres por capricho de Barnando.

—Según él, sería bueno que las compañías implicadas estuviesen presentes durante su apertura —completó el sirviente.

Suspiró el niño pesadamente.

—No le veo porqué ha de ser así. Los representantes de las compañías que estarán ahí presentes no obrarán por caridad. Barnando contrató sus servicios, incluyendo la nuestra. Sólo cuenta, me figura, con el apoyo de unos dos o tres condes, que son ajenos a las empresas.

—Aunque usted, a diferencia de los demás implicados, luego de proporcionar cierta cantidad de juguetes y ropa al orfanato, como dicta el contrato profesional que hizo con Barnando, también donó una alta suma de dinero, ¿por qué razón? —dio objeción Sebastian, captando a la vez cómo su amo nuevamente recargaba el brazo al marco de la ventana y su mejilla al puño.

—Eso nos dará mejor reputación que las demás asociaciones asistentes a la apertura, en la que la mayor parte del vulgo de Londres estará. Todo no es más que una simple estrategia de márquetin, tan simple, en realidad, que llega a lo vulgar.

—Lo supuse, empero le estoy agradecido por la aclaración.

—Tsk...—bufó el conde en una expresión de ligera molestia. Bien sabía que Sebastian sólo quería hacerlo proferir su pretensión, y por ello estaba a punto de reclamar, pero entonces cayó en la cuenta que suponer algo no es lo mismo que saberlo, por tanto, ¿sólo suponer cosas y no tenerlas claras entraba en la categoría de confundir las intenciones del otro? Al parecer, para Sebastian, adentraba.

¡Ciel es FUDANSHI!- Kuroshitsuji.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora