16. Nada para proferir.

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Londres continúo con sus cielos rasos y opacos, ni siquiera permitió regalar un poco de luz matinal a la pequeña mansión del conde Phantomhive. No existía viento que pasase por la ventana abierta del comedor, en donde el señorito de la casa efectuaba su desayuno, aprovechando que a esa hora los dos extranjeros proferían sus respetos y rezos a la diosa Kali, por tanto, la habitación se hallaba en su punto más taciturno, únicamente el té vertiéndose en la taza se llevaba la atención auditiva de los dos únicos presentes: el amo y su mayordomo.

Cualquier intento de abrir el diálogo entre estos dos era vano, el joven noble experimentaba un gran descenso luego de su aventura con el asunto de Cleveland que había concluido hace ya varios días. Resultó, para él, de poco o ningún interés la resolución de la problemática.

Abberline fue, definitivamente, informado de todo lo relacionado con la casa de citas que el dúo pudo obtener tres noches atrás. El inspector no encontró a George Veck en la oficina central de telégrafos, pero efectivamente tuvo un encuentro con Charles Thomas Swinscow y Henry Newlove.

Swinscow, amenazado e intimidado por la policía londinense, confesó que fue Henry Newlove quien lo adentró en la prostitución homosexual, además, mencionó a otros dos mensajeros, George Alma Wright y Charles Ernest Thickbroom (ambos de 17 años), que de igual forma colaboraron con detalles acerca del ilícito negocio de Hammond. Abberline posteriormente fue de incognito al supuesto burdel de la calle Cleveland confirmando los datos adquiridos por los mensajeros.

En cuando a Newlove, habló, y habló extensamente de los clientes, tanto a los que visitaban el sitio frecuentemente como los que no, también presentó al policía –estando en incognito- el proxeneta y dueño del lugar, Charles Hammond.

Ciel, mostrando en sus ojos cierto hastío, tomó el periódico que descansaba en la esquina de la mesa y leyó la fecha. Se percató que ese día era el que Abberline había fechado para ir al burdel con una orden de arresto para Charles Hammond y Henry Newlove por violación de la sección 11 del criminal Law Amendment Act 1885. Esta ley supuestamente condenaba por "cometer actos de indecencia grave con hombres", y castigaba con dos años de cárcel, con o sin trabajos forzados.

Buscó entre las noticias del diario si ya estaba para el público el asunto de Cleveland, y pese a no haber llegado ni a la mitad de todos los títulos impresos, era verídico para él que, quizás, si las cosas no se salían de las manos de Scotland Yard, el caso no se daría a conocer al vulgo.

Tomó un sorbo del té que ya tenía tiempo que su lacayo colocó sobre la mesa, luego profirió:

—Sebastian...

—Dígame, joven amo.

—Considero nuestra estadía en Londres bastante prolongada. No aplacemos más nuestro retorno a la mansión original, así que haz los preparativos.

El sirviente respondió con un "como ordene", acompañándole una pequeña reverencia. Era de la opinión de su amo, no tenían ya nada que hacer en Londres. Y es que así eran las cosas desde que el asunto de la inauguración de la casa para niños pobres cesó.

—¿Está decepcionado? —prorrumpió Sebastian.

Las pupilas del aludido se dirigieron al mayor. Sabía perfectamente a qué se refería, mas intentó fingir demencia.

—¿Sobre qué asunto? —Bebió nuevamente su té y continuó cortando la carne de su comida.

—Respecto a Cleveland. Se divisa su inconformidad.

¿Cómo podría Ciel Phantomhive desembarazarse de su culpa? Por él mismo, por su interés propio y el de nadie más hicieron una miríada de actos bochornosos con el único fin de... Y eso era el epítome de su vergüenza, que no hubo fin. Trataba de mostrarse como una persona ajena a la naturaleza del caso. No era su responsabilidad, claro estaba, de lo poco intrigante que resultó, empero, era su responsabilidad el haberse metido en el asunto.

—Admite que de todos los incidentes —decía el conde sin mirar a su interlocutor— ese fue el más sencillo que hemos atendido en estos 3 años. El asunto bien se pudo resolver en una tarde y aun así le dimos vueltas innecesarias.

—No puede estar más en lo cierto. Fue sucinto y algo absurdo, pero nada de eso tendría relevancia si a usted le hubiese parecido entretenido.

—Para nada.

—Entonces sí. Para nuestro pesar, se ha perdido algo de nuestro tiempo.

En cuando Sebastian había concluido sus palabras, el teléfono se dio a oír, entonces éste dejó a su amo para atender. Incluso si el aparato no hubiese hecho su intromisión, la conversación habría cesado ahí de todas las maneras. No había nada que decir.

—Joven amo —dijo el lacayo una vez regresado de la otra habitación—, el inspector Abberline llamó.

—¿Qué dice?

—Fue a Cleveland, ya sabe con qué intensión, y halló el sitio abandonado. El Señor Hammond y el señorito Newlove se hallan desaparecidos.

Ciel, con gran agitación, se puso de pie y apoyó violento las manos sobre el mantel.

—Vamos a Scotland Yard —ordenó. 

¡Ciel es FUDANSHI!- Kuroshitsuji.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora