6. ¡Lady Elizabeth ha venido, nuevamente!

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Con burda fuerza de su mano golpeó la puerta contra la pared al retirar ésta de su camino; no era un gesto muy de señoritas, lo sabía bien, pues sus ademanes delicados los practicó sin cesar con su institutriz, sin embargo, cuando iba a ver a su amado prometido, no podía mitigar sus vivaces emociones.

Como si no hubiera podido oír sus zapatos andar vigorosamente, ella corrió por la mansión, teniendo en sí la esencia de la costumbre, y vislumbró en su mente a su joven adorado en el despacho.

Creyó que él estaba sentado en su sillón, mirando el gran ventanal, mientras que una brillante luz matinal se derramaba sobre su inmaculada piel. Creyó, pues, cuando miró el despacho desde el marco de la puerta, pero entonces corrió hasta el sillón y lo giró con brusquedad para saludarlo.

—¡Ciel, hagamos una merienda en el jar...!

El estupor se adueñó de su rostro, y las palabras se quedaron ahogadas en su garganta. No estaba Ciel en su despacho. ¿De nuevo habría salido por encomiendas o por asuntos de la compañía? Era una recurrente a la vez que decepcionante posibilidad, puesto que no se había detenido a preguntar el paradero de su prometido a ninguno de los sirvientes que vio al entrar.

Sus ojos verdes, brillantes y grandes, se presumieron desilusionados mientras observaban el sillón vacío y el escritorio, que tenía en tal momento un cajón a medio cerrar. Advirtió que en aquella gaveta se encontraban varios libros de irreconocibles temas. Le entró en su mente una interrogante, y era que, si no estaba trabajando o jugando al ajedrez, ¿qué era lo que Ciel leía por ocio en aquellos libros?

¿Sería política? ¿Filosofía? ¿Poesía romántica? Se ruborizó en pensamiento de esa última temática. Ojalá, si se trababa de ese último, su amado le recitara lo que leía, o mejor aún, que, en inspiración emanada de lo leído, él inventara oraciones lisonjeras y matizadas de puro prerrafaelismo para pronunciárselas a ella.

¡Qué brillante habría de ser su prometido, luego de tanta cultura encontrada por él en libros, mientras que ella, únicamente preocupada por su apariencia y los días con su prometido, habría de ser tan indocta! Hasta entonces ella quería crecer para ser ese tipo de esposa. Una joven de rostro agraciado, cuyo aspecto la convirtiera en la Effie Gray del John Everett Millais de su esposo. Deseaba tener una imagen que sirviera como el cimiento de la inspiración de su esposo, y una conversación que fuera funcional para el descanso del palabrerío serio, político y filosófico que de vez en vez tendría cansado a su amado.

Ahora, presenciando esos libros en el cajón, se preguntaba si es que sería suficiente para Ciel tener a una mujer así, o si prefería tener una joven a su lado con la cual podría hablar de algo más interesante que de las fiestas que ofrecía la gente más alta de la sociedad, los sombreros y los bordados lindos. Por ahora, tenían las buenas experiencias y diversiones fugaces como lo son las meriendas, los paseos en botes y las compras, pero quizás llegarían a un punto en donde no quedaría más que hablar.

—¡No! —Se dijo para sí, rechazando su anterior idea antes de mirar aquellos libros—. Yo quiero ser una mejor compañera para ti, Ciel.

Estiró su brazo y tomó la manija del cajón para entonces jalar y abrir por completo. Ahí estaban aquellos, apilados, amontonados unos sobre otros, eran pocos, ella contaba con la mirada a unos cinco, aunque estaban en tal desorden que bien era fácil confundir un libro con otro, además había ciertos papeles apilados arriba y abajo. Un poco más de cinco, esa era la cantidad.

Estaba decidida a tomar un libro, pero ni su mano pudo tocar la pasta cuando escuchó una voz que le llamó súbitamente. Por el pequeño susto ella dio un brinco y sus manos se pegaron a su pecho.

—Lady Elizabeth —pronunció Sebastian con el habitual tono deferente que sus palabras solían vestir, y con aquella sosegada sonrisa.

La joven sonrió al mirarle, pues ver al mayordomo parado bajo el dintel significaba algo.

¡Ciel es FUDANSHI!- Kuroshitsuji.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora