4. La historia destaca el acto.

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El tiempo le dio costumbre a sirviente y amo. Esa paciencia necesaria para poder estar en concordancia cuando el joven amo se disponía a pensar indefinidamente, o cuando éste rápidamente ocultaba un libro nada más el mayordomo entraba, esa paciencia incrementó, y es más, el demonio comenzó a divertirse por la circunstancia.

Pareciese que nada había cambiado, que no había secreto alguno... o al menos no uno más, aunque claro, ¿quién iba a detener al demonio cuando éste quisiese hacer sus mofas? Pero en qué situación le habían colocado. El que se mostraba más afectado era el conde, quien ignorando el hecho de que su mayordomo sabía de qué era el libro que ocultaba, seguía haciendo aquella practica de encubrimiento, pues no le gustaba que alguien estuviera cerca de él al momento de hacer aquella practica de lectura amena; para el joven amo, eso era... incomodo.

Como siempre, el amo andaba por el pasillo de la mansión, igualmente como en todas las mañanas, mientras que su mayordomo, quien estaba caminando detrás de él, le mencionaba el itinerario del día.

—Luego sería su práctica de violín, más tarde el de esgrima, y, para finalizar la jornada, su acostumbrada cena.

—¿No tendremos ningún invitado el día de hoy? —interrogó el joven, mirando al frente del pasillo para dirigirse al comedor, sin siquiera dar una pequeña observación al demonio tras su espalda.

—Se podría decir que será un día apacible.

—Bueno...

Se efectuaron unos pasos más para que el dúo llegara al inicio de las escaleras, e incluso antes de bajarlas ya habían percatado la aparición de aquellos sirvientes colocados al final de las escaleras, por supuesto, en el primer piso. Bajaron los escalones, Ciel dobló ligeramente el encaminamiento, en eso, sus sirvientes sonrieron animados y colocaron sus manos derechas sobre las frentes para dar un saludo muy similar al de los soldados.

—¡Buenos días, joven amo! —gritó el trío, al tanto que Tanaka únicamente saludaba con su habitual "Jo, jo, jo".

—Buenos días —correspondió el señorito, aunque claro, no con la misma jovialidad.

Sebastian acercó la silla del joven amo a éste una vez que ya ambos habían sido entrados en la habitación prevista, luego tendió la charola con el periódico encima, Ciel tomó el último pronunciado, después el mayor se dirijo a preparar el té.

—¿El té Ceylan está bien? —preguntó el joven de cabellos oscuros, vertiendo la bebida de aquella tetera propia de la vajilla de Royal Doulton.

—Bien —respondió el chico, regalando su mirada al periódico, casi pareciendo que no oía lo que su mayordomo articulaba.

Nada más un par de cosas se podían escuchar en aquella habitación, mas era toda una escena sosegada y común; los tintineos del juego de té fueron los únicos sonidos inteligibles por unos 10 segundos, ya después las suelas de los zapatos de Sebastian hicieron su notable resonancia con el líquido danzando dentro la porcelana de la taza, al ser llevada ésta a con el joven de cabellos azules. Y si es que hubiera existido una ventana en aquel momento, las voces de los pájaros habrían sido participe de todo ese grácil bullicio matinal.

Entonces fue, por consiguiente, que el joven bebió el té mientras seguía leyendo los apartados del diario; toda una paciente espera a que el mayordomo trajera el desayuno a la mesa, pero ni más, se escuchó, pareciese que de inmediato, la voz del mayordomo dictar el menú del día, fue por ello que el menor bajó el periódico, con sus ojos relativamente pasmados, pues se preguntaba:

«¿Es él quien ha ido muy rápido, o soy yo quien se distrajo tanto que ni cuenta del tiempo que pasó?»

Decidió ignorarlo.

—Para el desayuno de hoy, le he preparado un salmón escalfado con ensalada de menta, acompañado con tostadas, bizcochos y campagne.

Sabastian hizo una reverencia, dando una clase de signo a que su amo empezara con su consumo, pero si Ciel hubiera hecho tal acción, no sería como en los últimos días, así que, por supuesto, el chico no estaba dignado a responder y, además, seguía dando una leve mirada al periódico tendido a una esquina de la mesa.

—Joven amo... —llamó con calma, el mayor.

Por respuesta, Ciel dirijo sus pupilas al rostro que le miraba expectante, aunque también no moduló una reacción verbal.

—Su desayuno se enfriará, así que, por favor, deje de pensar en sodomía y efectúe su alimentación.

Pasmo se reflejó en ese rostro infantil y a la vez iracundo, de hecho, corroborando a la última característica, el entre cejo se frunció a sacar a flote una repulsa.

—¿Qué dices? —habló el amo, con un pequeño enojo—, no estaba pensando en eso. En realidad, ¿qué persona pensaría en sodomía en la mesa?, sería vulgar.

—Sólo especulaba. —Sonrió con duplicidad el mayordomo—. Ya que tenía una mirada perdida.

—Leía el diario, insolente. Y en cualquier caso, cuando tengo la mirada perdida es porque pienso en la trama, no directamente en el acto sexual.

—¿Es así, joven amo?

—Sí.

Ciel tomó los cubiertos y empezó a comer. No quería seguir hablando del tema, ya estaba lo suficientemente indignado pero, más que eso, en realidad no le apetecía comentar esos temas con su mayordomo.

—Vaya, entonces usted, a diferencia de la mayoría de los humanos, lee un libro o relato, que tiene una reciprocidad con la palabra "erótica", sin interés en las escenas voluptuosas.

—Sí —respondió vagamente el menor, teniendo como gesto una cara orgullosa y directa al plato y no a su mayordomo—. En base a que sin la historia o trama, las escenas fuertes no provocarían ningún sentir.

—¿Le molestan esas escenas, joven amo? —Sebastian sonrió de forma divertida pero misteriosa.

—No, no hago mucho caso a ellas. —El menor intentaba cortar el salmón, restregando insistentemente el cuchillo sobre la carne, mas en segundos su acción cesó de golpe—, aunque... por alguna razón, las mejores historias contienes escenas así, los mejores escritores en ese campo tienden a encontrarle sublimidad al acto, y tratan de hacer ver a los demás cómo es que la hallan, y la verdad... en muchos casos lo logran.

—¿En serio? Increíble, joven amo. Ni en más, yo no había leído tal temática hasta hace poco, debo admitir que usted tiene un sentido de la literatura algo inverosímil para mí. Debo preguntar, ¿qué siente usted al leer esas escenas libidinosas?

—La conversación se terminó, Sebastian.

—¿Disculpe?

—Que se acabó.

Oh, y pensar que él era su joven amo. Pero de igual forma, los gustos literarios no cambiarán el sabor de su alma, ¿no es cierto?

¡Ciel es FUDANSHI!- Kuroshitsuji.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora