2. Conversación matutina.

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La habitación del pequeño conde estaba oscura, tenía una temperatura templada aunque era durante la brillante y soleada mañana. Una mañana común, parte del itinerario de aquel mozo de cabellos oscuros.

Sebastian, en su porte usual, abrió las cortinas del ventanal. La luz, entonces introducida hacia el interior de la habitación, dio directo en el rostro del joven amo, quien acostado de lado y con las sabanas cubriéndole por encima del cuello, despertó tan tranquilamente, apenas abriendo con apacibilidad aquellos ojos azules.

—Es hora de despertar, joven amo. —El mayordomo había traído consigo el carrito de entremeses para llevar sobre él los biscochos, el periódico y el té matutino del conde. Con su sonrisa de siempre, sirvió el té del jarrón y tomó el periódico de su amo, la manta caliente la llevó sobre el antebrazo. Ya después dio espera a que el de cabello celeste se sentara sobre la cama—. Hoy preparé té de Ringtons.

Ciel irguió sólo su cintura para arriba. Aún se encontraba en un estado entre el sueño y la viveza, no pensaba con mucha claridad, simplemente se percataba apenas a lo que su persona estaba expuesta: el entorno de siempre. Luego recibió la taza de té en la mano, su mayordomo le colocó la manta sobre los hombros, le siguió el periódico puesto en su mano sobrante.

Su cerebro entonces empezó a procesar... Ayer... Ayer no llegó a la cama por sus propias piernas. Él se quedó dormido en su despacho, se quedó dormido estando leyendo...

Ciel frunció el entre cejo en muestra de incredulidad, su corazón empezó a acelerarse. Se dio cuenta entonces... Era evidente, más que evidente que su mayordomo lo había encontrado durmiendo con aquel libro a su lado.

—... Uh... —En aquel rostro de extrañeza, Ciel tragó saliva.

Sebastian se inclinó hacia su amo poniendo la mano sobre el pecho en forma de reverencia. Y ese gesto, oh, ese gesto de no saber nada de nada cuando era una brutal mentira.

—¿Ocurre algo?

El menor volteó a mirarlo de forma brusca. Desde ahí, su posición sentada en la cama, lo miraba en desconfianza, agregando algo de enojo quizás, pues sus dientes estaban apretados.

—¿Tú... Tú me llevaste aquí? —preguntó bastante calmado pese a su rostro.

El interrogado volvió a su postura firme. Cerró de forma efímera los ojos, dio en acompañamiento un pesado suspiro fingiendo una cara decepcionada a la vez que tierna.

—En efecto. Usted a veces llega a ser muy descuidado, al punto de quedarse dormido en su estudio. Pero —Abrió sus ojos teñidos de carmesí, al tiempo que brotaba una sonrisa con sorna—, ¿qué se le puede esperar de un niño como usted?

—Tsk...

Y claramente, ese dialogo de su mayordomo no hizo más que enojar al joven de mirada azulada. Éste mismo sabía con seguridad que Sebastian tenía en cuenta lo que estaba leyendo en su despacho.

Ciel bebió el té mientras todavía miraba a su mayordomo, fingía leer el periódico sostenido en su mano derecha, y bien era su poca tranquilidad sobre que su mayordomo no se percataría de lo último, puesto que estaba ocupado acomodando el juego de té sobre el carrito de postres. Al terminar la taza, llamó a Sebastian y éste tomó el objeto a darse nuevamente vuelta para colocarlo sobre el carrito.

—Respecto a mi caída de sueño... —pronunció el conde mirando en desconfianza la espalda de su mayordomo.

El llamado detuvo su acción entonces, y fue como un congelamiento, ya que su cuerpo se había inmovilizado por completo.

—¿Sí?... —dijo en lentitud, casi llegando a un tono burlesco.

—Me encontraste dormido en mi despacho, sobre mi silla, comúnmente, ¿no es cierto?

¡Ciel es FUDANSHI!- Kuroshitsuji.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora