13. Llegados a tal punto, ¿cómo retroceder?

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Ciel Phantomhive estaba turbado, le despertaron esa desconfianza de la que había jurado nunca desprenderse. Se arrepentía de haber dicho su nombre a Veck, pensó que no debió tomar con ligereza todas las acciones que ejecutó para llegar ahí, menos en las personas con las que se obligó a tratar. Pero ya estaba ahí. Intentó girarse por completo y mirar al hombre de la entrada, estaba por llamar al demonio.

—Sebas...

—Ah, conde, no se altere... —El hombre, nuevamente, cortó el habla de su interlocutor—. Es habitual que los nuevos miembros lleven disfraces en su primera noche en el Salom. No es menester ser esotéricos, pueden relajarse.

Se disipó el semblante tenso. Y es que no sólo el noble creyó que los habían descubierto, su mayordomo había puesto, tan sólo un segundo atrás, una mirada de recelo a los tres que les rodeaban. De cualquier forma, ya estaba listo para cubrir a su joven amo en caso de emergencia.

Ciel, por su parte, le dominó el alivio. Si se le hubiese permitido –ya que el hacerlo levantaría sospechas-, habría liberado un suspiro. Al recuperar su pulso normal, su boca se onduló por la extrañeza; le abrumaba lo metódicos que eran, ya que, mirando detenidamente el asunto, uno se percataba que George Veck se había dado el lujo de dar los nombres y apariencias de los recién ingresados y que esa información fue anotada en una libreta. Eso avivaba la inquietud, mas considerando la naturaleza del salón, se entendía el porqué del cuidado.

Finalmente, la puerta fue cerrada y el hombre les dio una última bienvenida antes de desaparecer de sus vistas. Entonces miraron de nuevo el salón. Era vasto, suntuoso y elegante. Los colores dorado y salmón flotaban, como si fuesen la misma esencia del lugar. Grandes ventanales que abrían la vista a los setos, las variedades de flores y el crepúsculo se hallaban al fondo, justo delante de la puerta de entrada, pero un enorme espacio con lozas de diseños arabescos se tendía en medio de ellos. A la derecha había aún más partes de la mansión qué descubrir, a la izquierda se vislumbraba una sala abastecida de personas y una generosa línea de barra que servía como cantina. Al fondo en la derecha unas numerosas y anchas escaleras. Todo esto no era ni el tercio del salón completo.

Las personas charlaban contentas, aquellas vestían con gusto, y la variedad era tanto de edad como de clases. Más importante que eso, ¡había mujeres en el salón! El lugar, en fin, lucía más como una reunión social que como un burdel homosexual, y es que en realidad no era un burdel.

—¿Pero qué...? —El pasmo no dejó que el conde concluyera su propia oración.

—Parece que fuimos guiados al lugar incorrecto.

Una mezcolanza de vergüenza e ira revoloteaba en el interior del niño, sólo el segundo sentimiento se dejó ver en el rostro. Y expresó:

—¿Qué... se supone que es este lugar? —Los dientes apretados entre sí dejaban un acento extraño en sus palabras.

—Salón Sedom —respondió, con sonrisa apacible, la sirvienta, que seguía parada tras ellos. A fin de cuentas, no se habían movido de la entrada aún.

—Nos habían presentado el sitio como una casa de citas masculinas —profirió el mayordomo, que, a diferencia de su amo, conservó la compostura en todo momento.

—¡Casa de citas! —exclamó ella horrorizada—. ¡Qué prosaico! No, no... Éste es un salón de reuniones, para personas que escapan de los prejuicios de la sociedad.

—¿Podría ilustrarnos? —pidió el de mirada carmesí, con una ceja arqueada.

—Aquí se reúnen parejas que pueden distar de clases sociales, de naciones u orígenes, o que también sean del mismo sexo. No juzgamos aquí, se puede ser uno como quiere.

¡Ciel es FUDANSHI!- Kuroshitsuji.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora