12. Salón Sedom.

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Se extendió un cielo estrellado en esa noche. La luna se presentó lánguida, sin protagonismo, pues las estrellas decidieron opacarla con gran brillo.

Dentro del carruaje estaban amo y sirviente sentados frente a frente. El primero tenía una peluca de hebras doradas que rozaban sus hombros apenas; se había dejado el parche por debajo de los vendajes que cubrían su ojo derecho, ya que éstos tendían a caerse. El segundo vestía lo propio de un caballero y no su habitual uniforme de mayordomo, traía el fleco en el lado derecho y un listón que era el inicio de una larga cabellera de su propio color.

Habían transcurrido varios minutos desde que se dirigían al salón que George Veck tuvo la amabilidad de dar su dirección. Según él, le decían "Salón Sedom".

Desde que habían salido de la mansión, Sebastian reparó en el comportamiento de su joven amo. No estaba tranquilo, incluso alguien que no tuviese la sagacidad del demonio podría enterarse de ello. Miraba cómo aquel sacaba su vista por la ventana, cómo tenía el gesto tenso, cómo sus hombros posaban encogidos, cómo sus puños se apretaban sobre sus piernas; pero Ciel no estaba nervioso, estaba molesto y se exteriorizaba ese sentimiento sólo por su entre cejo.

—Joven amo...

Primero miró a su sirviente de soslayo, luego movió toda su cabeza a donde se encontraba éste. Borró la cara displicente.

—¿Qué?

—¿Ya no cree en sus dotes actorales y teme ser descubierto?

—Tsk... Por favor, tus bromas son la cumbre del mal gusto.

—¿Qué es en realidad lo que le aqueja?

El amo se recargó en su asiento y se cruzó de brazos antes de responder:

—Nos estamos arriesgando demasiado en esta ocasión, ¿no te parece? Parece que todo culminará en unos momentos cuando confirmemos la existencia del lugar en el que Charles Thomas Swinscow dice que trabaja. Empero, si pensamos un poco, lo único que tenemos es la confesión de un niño, que dio cuando se le acusaba de robo, en ese momento pudo haber dicho cualquier cosa para quitarse la recriminación de encima. Además de eso tenemos unos mensajes de quien creemos es un superior de Swinscow, un tal Charles Hammond, del que no sabemos nada, sólo que frecuenta el club Travellers y el salón Sedom, los cuales también visita George Veck. ¿Y por qué llamarle "salón" a un burdel? ¿No es algo anticlimático? Aunque por la entrevista que tuvimos con Veck, sabemos que el salón Sedom acepta a parejas que conforman dos hombres. Aun así, tenemos demasiadas barruntas y cosas que dimos por hechos muy fácilmente.

—¿De qué forma obraremos, si es así?

—Normalmente no tomaría acciones si hay únicamente vaguedades, pero por esta ocasión hagamos lo planeado. Si las sospechas son acertadas, el caso habrá termino hoy mismo.

Llegando al punto destinado, el mozo de mayor edad bajó primero y, como siempre, tendió su mano para ayudar al aristócrata. El cochero rentado fue pagado en segundos después.

Cuando el coche se retiró de la vista del conde, un magnificente edificio se mostró frente a él. El lugar poseía algunas descripciones que no atendían a la necesidad, sólo a la estética y a los gustos de quien fuese su dueño. Largas y anchas escaleras de mármol que se habían dado el capricho de hacer una curva en medio recorrido, metros de altos setos con rosales ataviaban los márgenes de la casa de piedra blanca. Y las linternas con fuego oscilante en su interior alumbraban el sendero hasta la entrada con doble puerta de madera de roble, en el cual se encontraba un hombre de traje que atendía a los recién llegados.

Ciel y Sebastian se trasladaron hasta el primero de los muchos escalones, ahí atisbaron a dos chicos asidos del brazo, aquellos escalaban los últimos peldaños, y al estar ya ubicados en la cima fueron recibidos por el sujeto de la puerta.

Haz en roma lo que los romanos hacen.

—Entonces, joven amo.

El mayor se inclinó hacia el de cabellos celestes y le ofreció su brazo, teniendo el otro con el puño cerrado y tras su espalda, el gesto de un Gentleman. En cualquier otra circunstancia, Ciel le habría dado un manotazo al ofrecimiento, pero no lo hizo y se quedó un momento contemplando el brazo de su mayordomo con cierta mueca de desgano e incomodidad, hasta que al ser discurridos unos cuantos segundos resolvió en tomarlo.

Al llegar a la puerta, dijeron bajo la recomendación de quién venían. El hombre de la entrada miró entre las páginas de su libreta (un objeto que el ojo humano no podría haberlo captado desde el pie de la escalera, aunque sí el de un demonio).

—¡Claro! George Veck nos avisó esta tarde. Disfruten la noche, caballeros.

Al niño le puso algo nervioso que tuviese en una libreta el aviso de Veck, mas no le tomó tanta relevancia.

El hombre les abrió la puerta y un suntuoso salón se reveló ante ellos. Dieron un paso para introducirse en el lugar. El joven conde bien hubiese observado con mayor detenimiento los elementos que ataviaban al Sadom, mas no pudo, pues para su sorpresa halló a una sirvienta a su derecha y un lacayo al lado izquierdo de su demonio. También contempló que el sujeto que les había atendido no había cerrado la puerta aún. Se giró para verle.

—Háganlo —ordenó el hombre a los sirvientes.

Y, sin previo aviso, les quitaron las pelucas tanto a Ciel como a Sebastian, quienes abrumados se soltaron. Por el movimiento brusco, los vendajes resbalaron también hasta el suelo.

«¿Pero qu...?», los pensamientos del noble fueron interrumpidos.

—Bienvenidos, Conde Phantomhive y Sebastian Michaelis.

El corazón del primer mentado se contrajo violentamente.

«¡Pero qué estúpido he sido! —pensó Ciel—. Seguro George Veck sabe de mi labor como perro guardián, habrá intuido que no venía por motivos sociales y previno a los del salón».

Era un fastidio. No creyó que las circunstancias le obligarían a utilizar la fuerza de su demonio. Hasta en este instante, daba la imagen de ser tranquila la noche. 

¡Ciel es FUDANSHI!- Kuroshitsuji.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora