Carta Sexta

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De Lady Lesley a la señorita Charlotte Lutterell

Lesley Castle, a 20 de marzo

Llegamos aquí, mi dulce amiga, hará unas dos semanas y ya me arrepiento de corazón haber dejado alguna vez nuestra encantadora casa de Portman Square por este sombrío castillo envejecido por el desgaste del clima. No puedes hacerte una idea de lo espantoso que es, con esa forma de mazmorra que tiene. De hecho, está colgado en una roca de apariencia tan absolutamente inaccesible, que esperaba que me subiesen tirando de una cuerda; y me arrepentí sinceramente de haber satisfecho la curiosidad de contemplar a mis hijas a costa de verme obligada a entrar en su prisión de una manera tan peligrosa y ridícula. Pero tan pronto como me encontré a salvo dentro de este tremendo edificio, me consolé con la esperanza de ver mi ánimo reavivado gracias a la visión de dos chicas tan hermosas como se me había dicho en Edimburgo que eran las señoritas Lesley. Pero nuevamente, no encuentro otra cosa que decepción y sorpresa. Matilda y Margaret Lesley son dos chicas enormes, altas, fuera de lo común, demasiado grandes, en definitiva, con la estatura perfecta para habitar un castillo en comparación casi tan largo como ellas. Desearía, mi querida Charlotte, que pudieras tan sólo contemplar estas gigantas escocesas; estoy segura de que te darían un susto de muerte. Harán muy buen contraste conmigo, así que las he invitado a que me acompañen a Londres, donde espero estar en el curso de las próximas dos semanas. Además de estas dos bellas damiselas, conocí a una pequeña y divertida mocosa, la cual creo que es pariente de ellas: me dijeron quién era y me contaron un requilorio larguísimo acerca de su padre y de la señorita Nosequién, que ya he olvidado por completo. Odio el escándalo y detesto a los niños. Desde que vine aquí he sido acosada con pesadas visitas de un grupo de desdichados escoceses con nombres terriblemente difíciles; eran tan educados, me hicieron tantas invitaciones, y hablaron tan pronto de venir otra vez, que no pude evitar ofenderlos. Supongo que no volveré a verlos y, sin embargo, formamos una familia tan ridícula, que no sé qué voy a hacer. Estas chicas no saben nada de música, sino de aires escoceses; no tienen dibujos, sino montañas escocesas; y no tienen libros, sino poemas escoceses; y yo odio todo lo escocés. Normalmente puedo pasarme la mitad del día en el baño con gran placer, pero, ¿por qué he de arreglarme aquí, si no hay ni una sola criatura en la casa a quien tenga algún deseo de agradar? Acabo de tener una conversación con mi hermano en la que me ha ofendido mucho, de la cual, como no tengo nada más divertido que contarte, te daré todos los detalles. Has de saber que durante estos últimos cuatro o cinco días sospechaba mucho que William sentía debilidad por mi hija mayor. Por mi parte, si hubiese estado dispuesta a enamorarme de alguna mujer, no habría elegido a Matilda Lesley como el objeto de mi pasión, puesto que no hay nada que odie más que una mujer alta; sin embargo, no existe explicación para los gustos de algunos hombres y, como William mide también casi dos metros, no es extraño que sienta debilidad por esa altura. Ahora, dado que le tengo un gran cariño a mi hermano y sentiría mucho verle infeliz, como imagino que sucedería si no pudiera casarse con Matilda, y puesto que además sé que sus circunstancias no le permitirían casarse con ninguna otra que no tuviese dinero, y Matilda depende completamente de su padre, el cual no tendrá ni disposición propia ni mi permiso para darle a ella algo en la actualidad, pensé que sería una buena acción hacia mi hermano el hacérselo saber, para que pudiese elegir por sí mismo entre vencer su pasión u optar por el amor y la desesperación. De esta manera, al encontrarme esta mañana a solas con él en una de las viejas y horribles habitaciones de este castillo, abordé la cuestión de este modo:

—Bien, mi querido William, ¿qué piensas de estas chicas? Por mi parte, no las encuentro tan poco atractivas como esperaba, pero tal vez pienses que tengo debilidad por las hijas de mi marido, y a lo mejor estás en lo cierto. Se parecen tanto a Sir George que es natural pensarlo...

Jane Austen - El Castillo de LesleyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora