Carta Primera

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Un novela epistolar inacabada

Al caballero Henry Thomas Austen

Señor:

Me tomo la libertad, con la que a menudo me ha honrado, de dedicarle una de mis novelas. Me apena que esté inacabada aunque me temo que, tratándose de mí, siempre será así; el hecho que hasta donde ha llegado pueda resultar demasiado trivial e indigna de usted es otra de las preocupaciones de su humilde y agradecida servidora

La autora.


Los señores empleados de Demanda y Cía: tengan a bien pagar a Jane Austen, soltera, la cantidad de cien guineas a cuenta de su humilde servidor

H. T. Austen


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Carta primera

De la señorita Margaret Lesley a la señorita Charlotte Lutterell

Lesley Castle, a 3 de enero de 1792

Mi hermano acaba de dejarnos. "Matilda (dijo cuando se despedía), estoy seguro de que tú y Margaret le daréis a mi hija pequeña todo el cuidado que debería haber recibido de una madre indulgente, cariñosa y amable". Las lágrimas rodaban por sus mejillas mientras pronunciaba estas palabras: el recuerdo de aquella que había deshonrado tan gratuitamente el carácter maternal y violado tan abiertamente los deberes conyugales le impidió añadir nada más; abrazó a su dulce hija y, tras despedirse de Matilda y de mí, se separó de nosotras apresuradamente, se sentó en su carroza y prosiguió camino de Aberdeen. ¡Nunca existió un muchacho mejor! ¡Ah! ¡Qué poco se merecía las desgracias que sufrió en el matrimonio! ¡Un marido tan bueno para tan mala esposa! Ya sabes, mi querida Charlotte, que la despreciable Louisa le abandonó a él, a su hija y su reputación hace unas semanas, en compañía de Danvers y del señor Deshonra.[Caballero Canalla Deshonor] ¡Nunca existió cara más dulce, figura más elegante ni corazón menos afable que los que Louisa poseía! Su hija ya tiene los encantos personales de su infeliz madre. ¡Más valdría que heredase de su padre los mentales! Actualmente Lesley tiene tan sólo veinticinco años y ya se ha abandonado a la melancolía y a la desesperación; ¡qué diferencia entre él y su padre! Sir George tiene cincuenta y siete y todavía continúa siendo el pretendiente, el frívolo mozalbete, el chaval alegre, el enérgico jovencito al que tanto se parecía su hijo hace cinco años, y como se ha presentado a sí mismo siempre que yo recuerde. Mientras nuestro padre está revoloteando por las calles de Londres, alegre, relajado e irreflexivo a la edad de cincuenta y siete años, Matilda y yo seguimos separadas de la humanidad en nuestro viejo y decadente castillo, el cual se encuentra situado a dos millas de Perth, en una firme roca que se alza dominante sobre una amplia vista de la ciudad y sus encantadores alrededores. Pero, aunque retiradas de prácticamente del mundo (ya que no visitamos más que a los M'Leods, los M'Kenzies, los M'Phersons, los M'Cartneys, los M'Donalds, los M'Kinnons, los M'Lellans, los M'Kays, los Macbeths y los Macduffs), no nos encontramos aburridas ni infelices; al contrario, nunca hubo dos chicas más vivas, más agradables o más ingeniosas que nosotras; ni una sola hora al día queda pesadamente suspendida en nuestras manos. Leemos, trabajamos, paseamos y, cuando estamos fatigadas de estas tareas, aliviamos nuestras almas con una canción animada, con un baile grácil o con algunos comentarios agudos y réplicas ingeniosas. Somos guapas, mi querida Charlotte, mucho, y la mayor de nuestras perfecciones es que nosotras mismas nos quedamos completamente impasibles ante ellas. Pero entonces, ¿por qué insisto en hablar de mí? Déjame mejor volver a los elogios de nuestra querida sobrinita, la inocente Louisa, la cual en este momento está sonriendo encantadoramente en un dulce sueñecito mientras descansa en el sofá. La amada criatura acaba de cumplir dos años y es tan guapa como se es a los veintidós, tan sensata como a los treinta y dos, y tan prudente como a los cuarenta y dos. Para convencerte de esto te informaré de que tiene una piel finísima y rasgos muy bonitos, que ya se sabe las dos primeras letras del alfabeto y que nunca desgarra sus vestidos. Si aún no te he convencido de su belleza, juicio y prudencia, no tengo nada más que declarar para respaldar mi afirmación, y por tanto no tendrás otra forma de resolver el asunto que viniendo a Lesley Castle y, tras conocer personalmente a Louisa, decidir por ti misma. ¡Ah! Mi querida amiga, ¡qué feliz me haría verte dentro de estas venerables paredes! Hace ahora cuatro años desde que mi marcha de la escuela me separó de ti; el hecho de que dos corazones tan bondadosos, tan estrechamente unidos por los lazos de la comprensión y de la amistad tuvieran que ser tan lejanamente distanciados el uno del otro es algo de lo más conmovedor. Yo vivo en Perthshire, tú en Sussex.

Podríamos reunimos en Londres, si mi padre estuviese dispuesto a llevarme y tu madre estuviera allí al mismo tiempo. Podríamos encontrarnos en Bath, en Tunbridge; es más, en cualquier otro sitio, simplemente por estar juntas en el mismo lugar. Sólo nos queda esperar que ese momento pueda llegar. Mi padre no regresará hasta el otoño, mi hermano se irá de Escocia en pocos días: está impaciente por viajar. Juventud equivocada! Se convence en vano de que un cambio de aires curará las heridas de un corazón roto. Estoy segura, mi querida Charlotte, de que te unirás a mí en las oraciones por la recuperación de la tranquilidad de espíritu del infeliz Lesley, la cual será siempre imprescindible para la de tu sincera amiga

M. Lesley

Jane Austen - El Castillo de LesleyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora