De la señorita Margaret Lesley a la señorita C. Lutterell
Lesley Castle, a 16 de febrero
Saqué mis propias conclusiones acerca de la carta que me adjuntaste, mi querida Charlotte, y ahora te diré cuáles fueron. Razoné que si mediante este segundo matrimonio Sir George tuviese una segunda familia, nuestra fortuna se vería considerablemente disminuida; si su mujer fuese de natural derrochadora, le animaría a perseverar en ese alegre y disipado modo de vida, para lo cual no necesitaría demasiado apoyo, me temo, pues ya ha demostrado no ser sino demasiado perjudicial para su salud y su fortuna; que ella pasaría a ser ahora dueña de aquellas joyas que una vez adornaron a nuestra madre y que Sir George nos había prometido desde siempre; que si ellos no vinieran a Perthshire, no podría satisfacer la curiosidad que me producía el contemplar a mi madrastra, y que si lo hacían, Matilda no volvería a sentarse a la cabeza de la mesa de su padre.
Estas eran, mi querida Charlotte, las melancólicas reflexiones que se agolpaban en la imaginación tras examinar concienzudamente la carta que te envió Susan; las mismas que se le ocurrieron a su vez a Matilda al instante de haberla examinado ella. Las mismas ideas, los mismos miedos le ocuparon inmediatamente la mente, y no sé cuál de ellas la angustió más: si la probable disminución de nuestra fortuna o su propia distinción. Ambas ardemos en deseos de saber si lady Lesley es guapa y qué opinión te merece; dado que la honras con el apelativo de amiga, nos complace pensar que debe de ser amable.
Mi hermano ya está en París. Tiene la intención de irse de allí en unos pocos días y de ponerse en ruta hacia Italia. Escribe en un tono más alegre, dice que el aire de Francia le ha hecho recuperar la salud y el ánimo; que ha dejado completamente de pensar en Louisa en todos los sentidos, tanto con lástima como con afecto, y que incluso se siente agradecido por su fuga, ya que encuentra muy divertido el ser soltero de nuevo. Puedes imaginar por ello que ha recobrado por completo esa graciosa alegría, ese enérgico ingenio que en su día hacían de él un ser tan extraordinario. Cuando conoció a Louisa por primera vez, hace poco más de tres años, era uno de los muchachos más despiertos y agradables de su edad. Pero creo que nunca llegaste a oír los detalles de su primer encuentro con ella. Comenzó en la casa de Cumberland de nuestro primo, el coronel Drummond, donde pasaba las Navidades y donde cumplió los veintidós. Louisa Burton era hija de un pariente lejano de la señora Drummond, quien, habiendo muerto pocos meses antes en extrema pobreza, dejó a su única hija, que en ese momento tenía unos dieciocho años, bajo la custodia de cualquier familiar que quisiera ocuparse de ella. La señora Drummond fue la única que se mostró dispuesta. Así pues, Louisa fue alejada de una miserable casa de campo en Yorkshire y llevada a una elegante mansión de Cumberland, y pasó de la angustia pecuniaria que la pobreza podía ocasionar a todo el elegante entretenimiento que el dinero podía comprar.
Louisa era malhumorada y astuta por naturaleza; pero su padre le enseñó a disfrazar su verdadero temperamento bajo la apariencia de una insinuante dulzura, siendo éste muy consciente de que sólo si se casaba tendría oportunidad de no pasar hambre; él se congratulaba pensando que con esa mezcla de belleza personal junto con unos modales delicados y un agradable discurso, podría colocarse en posición de gustarle a algún joven que pudiera permitirse casarse con una chica que no tuviera ni un chelín. Louisa participó a la perfección en los planes de su padre y resolvió seguirlos con toda atención y esmero. A fuerza de perseverancia y dedicación, finalmente había disfrazado tan perfectamente su temperamento innato bajo la máscara de la inocencia y la dulzura como para imponerlo a cualquiera que no hubiera descubierto su verdadero carácter mediante una larga y constante relación íntima con ella. Así era Louisa, cuando el desventurado Lesley la contempló por vez primera en la casa de Drummond. Su corazón, que era (usando tu comparación favorita) tan delicado, dulce y suave como la nata montada, no pudo resistirse a sus encantos. En muy pocos días ya se estaba enamorando; de hecho, poco después se enamoró y, antes de que pasase un mes de haberla conocido, ya se había casado con ella. Al principio, mi padre se sentía tremendamente disgustado ante esa unión tan precipitada e imprudente; pero cuando se dio cuenta de que no les importaba en absoluto, pronto se reconcilió con el matrimonio. La finca que mi hermano posee cerca de Aberdeen, que recibió como recompensa de su tío abuelo (independiente de la de Sir George), era más que suficiente para mantenerles a él y a mi hermana desahogados y con holgura. Durante los primeros doce meses, nadie podía haber sido más feliz que Lesley, y nadie aparentemente más amable que Louisa, que actuaba de un modo tan verosímil, y se comportaba tan prudentemente que, aunque Matilda y yo a menudo pasábamos varias semanas con ellos, ninguna de las dos sospechábamos nada acerca de su verdadero temperamento. Sin embargo, tras el nacimiento de Louisa, el cual uno podría haber pensado que habría intensificado su respeto por Lesley, la máscara que tanto tiempo había mantenido fue gradualmente apartándose, y, como probablemente se sentía segura del afecto de su marido (que de hecho parecía haber aumentado, si eso fuera posible, tras el nacimiento de su hija), no aparentaba hacer esfuerzos para evitar que ese afecto disminuyera cada vez más. De este modo, nuestras visitas a Dunbeath eran menos frecuentes y, con mucho, menos agradables de lo que solían ser. Nuestra ausencia nunca fue, sin embargo, mencionada o lamentada por Louisa, quien se sentía infinitamente más feliz en compañía del joven Danvers, al que conoció en Aberdeen (él estudiaba en una universidad de allí) que en compañía de Matilda y de tu amiga, aunque en verdad nunca hubo chicas más agradables que nosotras. Ya conoces el triste final de la felicidad conyugal del matrimonio Lesley; no voy a insistir. Adiós, mi querida Charlotte; aunque aún no he mencionado nada sobre el asunto, espero que al menos te creas que pienso y siento mucho el dolor de tu hermana. No tengo ninguna duda de que el aire puro de las colinas de Bristol lo eliminarán por completo, borrando de su mente el recuerdo de Henry.
Tuya siempre, mi querida Charlotte,
M.L.