Carta Novena

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De la señora Marlowe a la señorita Lutterell

Grosvenor Street, a 10 de abril.

¿He de decirte, mi querida Eloísa, lo grata que me resultó tu carta? No puedo darte mejor prueba del placer que sentí con ella, o del deseo que siento de que nuestra correspondencia sea regular y frecuente, que dándote —como ahora hago— un buen ejemplo respondiéndote a ella antes de que acabe la semana. Pero no te imagines que pretendo tener ningún mérito por ser tan puntual; al contrario, te aseguro que me resulta mucho más gratificante escribirte que pasar la tarde en un concierto o en un baile. El señor Marlowe está tan deseoso de que aparezca en alguno de los lugares públicos cada tarde, que no me gusta negárselo, pero, al mismo tiempo, deseo tanto quedarme en casa que, al margen del placer que experimento dedicando alguna porción de mi tiempo a mi querida Eloisa, la libertad que reivindico —puesto que tengo una carta que escribir— de pasar una tarde en casa con mi hijo, y me conoces suficientemente bien como para entenderlo, será en sí mismo bastante aliciente (si es que se necesita alguno) para mantener, con placer, una correspondencia contigo. En cuanto al contenido de tus cartas, sea serio o alegre, si te interesa a ti me resultará a mí igualmente interesante; a pesar de ello, creo que la melancólica compasión respecto a tus penas no hará sino aumentarlas y las alimentará a base de repetírmelas e insistirme sobre ellas, y sería más prudente por tu parte que evitases tan triste asunto; pero sabiendo como sé el tranquilizador y melancólico placer que debe de proporcionarte, no puedo permitirme negarte tal compasión, y sólo insistiré en que no esperes que te anime a ello en mis cartas; al contrario, tengo la intención de llenarlas de enérgico ingenio y humor animoso, para que puedan despertar incluso una sonrisa en el dulce pero apenado rostro de mi Eloísa.

En primer lugar, has de saber que me he encontrado a las tres amigas de tu hermana, a Lady Lesley y a sus hijas, en lugares públicos dos veces desde que estoy aquí. Sé que estarás impaciente por saber mi opinión sobre la belleza de las tres mujeres de las que tanto has oído hablar. Ahora que estás demasiado enferma e infeliz para ser vanidosa, creo que debo arriesgarme a informarte de que ninguna de sus caras me gusta tanto como la tuya. Sí, son guapas —de hecho, a Lady Lesley ya la había visto antes—, y creo que de sus hijas se diría, en general, que tienen una cara más fina que la de la dama; y sin embargo, con los encantos de una piel floreciente, algo de amaneramiento y mucha charla, quizá consiga atraer tantos admiradores como los rasgos, más clásicos, de Matilda y Margaret. Estoy segura de que estarás de acuerdo conmigo cuando digo que ninguna de ellas puede ser de la talla correcta para la belleza real, puesto que sabes que dos de ellas son más altas y otra más bajita que nosotras. A pesar de este defecto (o mejor dicho, en virtud de él) hay algo muy noble y majestuoso en las figuras de las señoritas Lesley y algo agradablemente vivo en su bonita y pequeña madrastra. Pero aunque unas sean majestuosas y la otra vivaracha, la cara de ninguna de ellas posee esa dulzura fascinadora de la de mi Eloisa, en la que su actual languidez está tan lejos de desaparecer. ¿Qué dirían mi marido y mi hermano de nosotras si supiesen todos los piropos que te estoy echando en esta carta? Es bastante duro que alguien del mismo sexo no le pueda decir a una mujer bonita que lo es sin que se sospeche que es su peor enemiga o su declarada lamebotas. ¡Las mujeres somos mucho más amables en tales casos! Un hombre le puede decir a otro cuarenta cosas corteses sin que nosotras pensemos que se le ha pagado por ello, y, siempre que cumpla con sus deberes para con nuestro sexo, nos da igual lo educado que sea con su mismo género.

Sea tan amable la señora Lutterell de aceptar mis cumplidos; Charlotte, mi amor; y Eloisa, los mejores deseos para la recuperación de su salud y su ánimo que le puede ofrecer su afectuosa amiga,

E. Marlowe

Me temo que esta carta no será más que una pobre muestra de mis facultades ingeniosas; y tu opinión sobre ellas no mejorará mucho cuando te diga que he sido lo más divertida que soy capaz de ser.

Jane Austen - El Castillo de LesleyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora