Carta Octava

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De la señorita Lutterell a la señora Marlowe

Bristol, a 4 de abril.

Te estoy muy agradecida, mi querida Emma, por la señal de afecto con la que me halagas al transmitirme la propuesta de cartearnos; te aseguro que será un alivio para mí el escribirte, y, siempre que mi salud y mi ánimo me lo permitan, verás que soy una escritora muy constante; no diré divertida, ya que conoces mi situación lo suficiente como para no ignorar que la alegría sería impropia de mí; y yo conozco demasiado bien mi corazón como para no percibir que ello sería anormal. No debes pues esperar noticias, ya que no vemos a nadie de quien seamos en absoluto conocidos, o en cuyos eventos tengamos alguna participación. No debes esperar ningún escándalo, ya que por el mismo motivo nos está vedado tanto el oírlos como el inventárnoslos. No debes esperar nada de mí salvo las efusiones de tristeza de un corazón roto, el cual se ve para siempre privado de la felicidad de la que una vez disfrutó, y que difícilmente soporta su actual desgracia. El hecho mismo de poder escribirte y hablarte de mi extraviado Henry será un lujo para mí, y sé que tu bondad no rechazará leer lo que a mi corazón tanto le aliviará escribir. Una vez creí que tener lo que, generalmente, se llama un amigo (quiero decir, alguien de mi mismo sexo a quien pueda hablarle con menos reservas que a cualquier otra persona) que no fuese mi hermana nunca sería objeto de mi deseo, ¡pero cuán equivocada estaba! Charlotte está demasiado absorta con dos corresponsales confidenciales de ese tipo como para brindarme a mí el sitio de una de ellas, y espero que no pienses que soy infantil y romántica cuando te digo que tener algún tipo de amiga compasiva que escuche mis penas sin intentar consolarme es lo que he estado deseando durante bastante tiempo; cuando te conocí, la complicidad que siguió, y el cariño especialmente afectuoso que me diste casi desde el principio, me hicieron contemplar la favorecedora idea de aumentar esas atenciones mediante un mejor conocimiento de una amistad que, si fueras lo que en mis deseos quería que fueses, sería la felicidad más grande de la que yo podría disfrutar. El ver que esas esperanzas se hacen realidad es una satisfacción suficiente; esa satisfacción es actualmente casi la única que puedo sentir. Me encuentro tan débil que estoy segura de que si estuvieses conmigo me obligarías a dejar de escribir, y no puedo darte mejor señal de cariño que haciendo lo que sé que tú desearías que hiciera, ya estés ausente o presente. La sincera amiga de mi querida Emma,

E.L.

Jane Austen - El Castillo de LesleyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora