Carta Cuarta

458 42 0
                                    

De la señorita C. Lutterell a la señorita M. Lesley

Bristol, a 27 de febrero.

Mi querida Peggy:

Acabo de recibir tu carta; al haberla mandado tú a Sussex y encontrarme yo en Bristol, han tenido que reenviármela y, debido a un inexplicable retraso, acaba de llegarme en este mismo instante. Te doy las gracias por el relato que contiene sobre el primer encuentro, el amor y el matrimonio de Lesley y Louisa, lo cual no me ha entretenido menos pese a habérseme relatado varias veces con anterioridad.

Tengo la satisfacción de informarte de que hay motivos para creer que la despensa está, a estas alturas, prácticamente vacía, ya que dimos a los sirvientes órdenes específicas de comer todo lo que pudieran y de llamar a un par de asistentas para que les ayudasen. Nosotras nos llevamos un pastel de pichón, un pavo frío, una lengua fría, y media docena de gelatinas, de lo que afortunadamente nos deshicimos en menos de dos días desde que llegamos, con la ayuda de nuestra casera, su marido y sus tres hijos. La pobre Eloisa está aún tan mal de salud y de ánimo que mucho me temo que el aire de Bristol, por saludable que sea, no haya sido capaz de hacer salir a Henry de su recuerdo.

Me preguntas si tu nueva madrastra es guapa y agradable: te daré ahora una descripción exhaustiva de sus encantos físicos y mentales. Es pequeña y extremadamente bien hecha; es de natural pálida, pero se echa mucho colorete; tiene unos ojos y dientes delicados, como se cuidará de hacerte saber en cuanto te vea, y en conjunto es muy bonita. Tiene un humor extraordinariamente bueno cuando se sale con la suya, y es muy alegre cuando no está de malas. Es derrochadora por naturaleza y no muy emotiva; no lee nada salvo las cartas que recibe de mí, y nunca escribe nada salvo las respuestas. Toca el piano, canta y baila, pero no tiene gusto para ello, ni sobresale en ninguna de las tres cosas, aunque dice que le gustan apasionadamente. Quizá me halagues sorprendiéndote de que alguien de quien hablo con tan poco cariño pueda ser mi amiga especial; pero, si te digo la verdad, nuestra amistad surgió más de un capricho por su parte que de una estima por la mía. Pasamos juntas dos o tres días en Berkshire, con una dama con la que las dos resultamos estar emparentadas. Durante nuestra visita, debido a un tiempo extraordinariamente malo y a un grupo de gente especialmente estúpida, fue tan buena como para sentir una intensa debilidad por mí, la cual muy pronto cuajó en una franca amistad y acabó en una sólida correspondencia. Probablemente a estas alturas ella está tan cansada de mí como yo lo estoy de ella, pero como ella es demasiado educada y yo demasiado cortés para decirlo, nuestras cartas todavía son tan frecuentes y afectuosas como siempre, y nuestro apego, tan firme y sincero como al principio. Con lo que le gustan los placeres de Londres y de Brighthelmstone, seguramente encuentre muy difícil el persuadirse de la curiosidad que le pueda producir el conocerte, incluso a costa de dejar aquellos lugares favoritos de disipación por la melancólica —aunque venerable— penumbra del castillo que habitas. Sin embargo, si encuentra su salud dañada a causa de demasiada diversión, quizás adquiera la suficiente fortaleza para emprender un viaje a Escocia con la esperanza de que éste resulte ser al menos beneficioso para su salud, si no propicio para su felicidad. Siento decir que creo que tus miedos acerca del carácter derrochador de tu padre, de tu propia fortuna, de las joyas de tu madre y de las consecuencias para tu hermana no están sino completamente fundamentados. Mi amiga tiene cuatro mil libras, y probablemente gaste al año aproximadamente la misma cantidad en ropa y lugares públicos, si puede conseguirlo. Seguramente no se atreverá a reprocharle a Sir George la manera de vivir a la que tanto tiempo ha estado acostumbrado; y, por tanto, hay razones para pensar que vivirás muy acomodada si es que logras que te llegue algo de dinero. Imagino que las joyas también serán indudablemente suyas, y tiene lógica el pensar que presidirá la mesa de su marido antes que la hija de él. Pero dado que un tema tan delicado como éste ha de angustiarte necesariamente, no insistiré más.

La indisposición de Eloisa nos ha llevado a Bristol en una época del año tan poco común, que desde que vinimos sólo hemos visto a una familia distinguida. El señor y la señora Marlowe son una gente muy agradable; la mala salud de su hijo fue lo que ocasionó su llegada aquí; puedes imaginar que, al ser la única familia con la que podemos conversar, nos encontramos en un estado de estrecha y recíproca intimidad con ellos; de hecho, los vemos casi todos los días, y ayer cenamos con ellos. Pasamos un día muy agradable y cenamos realmente bien aunque, a decir verdad, la ternera estaba terriblemente cruda y el curry no estaba condimentado. Durante el tiempo que duró la cena no pude evitar desear haber estado presente en el momento de aliñarlo. Un hermano del señor Marlowe, el señor Cleveland, está ahora con ellos; es un joven guapo y parece tener mucho que decir. Yo le digo a Eloisa que debería echarle el lazo, pero no parece gustarle nada la propuesta. Me gustaría ver a la chica casada, y Cleveland tiene un patrimonio buenísimo. Quizá te extrañe que no me tenga en cuenta a mí misma del mismo modo que tengo en cuenta a mi hermana para mis proyectos matrimoniales; pero si te digo la verdad, nunca he deseado tener un papel más protagonista en una boda que el de supervisar y dirigir la cena; y por eso, mientras tenga algún conocido que se case por mí, nunca pensaré en casarme yo misma, ya que, sospecho, no tendría tanto tiempo para aliñar mi propia cena de boda como tengo para aliñar las de mis amigos. Sinceramente tuya,

C.L.

Jane Austen - El Castillo de LesleyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora