Capítulo 10: El dolor del adiós

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-Y ¿qué crees que deberíamos hacer primero? –Pregunta Gab

-Encontrar a Alex

-Pero no sabemos dónde está.

-Yo si...

-No te estarás refiriendo a la dirección que anotó en el cuaderno ¿Verdad?

-Si.

En ese momento baja Mía por las escaleras, nos mira como si estuviéramos locos los dos, sé que en el fondo sigue pensando que lo mejor es huir, lo más práctico para seguir con vida es coger el dinero y salir corriendo del país antes de que puedan seguirnos la pista.

-Abel... -duda Mía

-No Mía, ya os dije que vosotros podíais huir del país cuando quisierais, yo no os voy a detener, pero no voy a dejar a Alex aquí.

-No puedes estar seguro de que Alex esté aun en la fábrica, ya te ha puesto en la nota que no es un lugar seguro. –Dice Gab

-Pero yo conozco a mi amigo, sé que no se va a ir de allí tan fácilmente. Alex habrá estado luchando con sus fuerzas para mantenerlos alejados de allí, pero él está allí.

-Y ¿Vas a poner tu vida en peligro por un presentimiento? –Gab se refunfuña

-Ya os he dicho que os vayáis de aquí si queréis.

-Una cosa es que pensemos que estés loco. –Dice Mía –Otra es que te dejemos a ti y a Alex toda la diversión de esta locura. –Mía me mira con una sonrisa de manicomio.

-Ambos estáis completamente idos, ¿Cómo pretendéis enfrentaros a toda la asociación? Mía tu sabes que la Elite es lo más peligroso a lo que nos podemos enfrentar, tu misma pertenecías a ella antes de salir corriendo, y entonces solo pensábamos que eran unos quince, ahora sabemos que rondan los trescientos ¡Es una locura!

-Gabriel, entiendo tu preocupación de corderito, pero yo estoy de acuerdo con Abel, además, estoy empezando a atrofiarme y no querrás que practique con vosotros ¿Verdad? –Mía sonríe psicóticamente.

-Mirad, está bien, os acompañaré a encontrar a Alex, pero no esperéis que sea tan estúpido como para colarme en la mansión Grass y enfrentarme a cientos de soldados y luego otros cientos de la Elite. –Añade Gab cabreado

-Bien, gana Abel. –Dice Mía entre aplausos mientras Gab refunfuña.

Pronto empezamos a recoger todo lo que nos iba a ser necesario para embarcarnos de nuevo a la carretera, movimos el doble fondo del armario de mis padres, y cogimos el dinero, o al menos nuestra parte, nos dimos cuenta de que Alex había retirado la suya o quizás yo ya lo sabía, había estado pagando al doctor Stelbing para mantenerme a salvo, había sobrevivido tanto tiempo solo por la ciudad escondiéndose, para eso hace falta tener dinero.

Montamos en la furgoneta de nuevo, esperando a que Gab saliera de la casa, cuando por fin apareció por la puerta cerró tras de sí y volvió a enterrar la llave de nuevo en el macetero derecho, como si supiera que tarde o temprano íbamos a volver allí, aunque no lo creo.

Emprendimos rumbo a la carretera de vuelta a la ciudad, las horas se nos hacían eternas, un aire de crispación y tensión flotaba dentro de la furgoneta, las miradas de Gab a mía parecían envenenadas, aunque ella le respondía con sonrisas irónicas cada vez que volvía la cabeza para comprobar cómo iba la cosa.

Éramos cuatro pasajeros en el coche, nosotros y el silencio que nos acompañó desde el momento que atravesamos la puerta de mi casa.

Por fin nos estábamos acercando a la ciudad y Mía giro a la derecha para desviarnos hacia el polígono industrial, fabricas enormes se alzaban a nuestro alrededor, trabajadores rondaban alrededor de ellas, muchos con hierros pesados otros con maquinaria, pero los que más me llamaban la atención eran hombres trajeados que rondaban por todo los lugares, jefes de las fábricas, tal vez oficinistas, todos estaban en las puertas fumando, hablando o simplemente hablando por teléfono.

Crónicas de la locuraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora