Honores

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Honores Villazón suponía un conjunto de cualidades representativas que, pese a su escasez de expresión, lograban asombrar al más conocedor de su persona. Su padre, noble militar antimejicano de los tiempos viejos, siempre a regañadientes le había permitido aquellos placeres de la vida de los cuales su madre, una comadrona vividora de tiempos libres, era partidaria.

Honores vivía con alguien a quien encontró perdido en el mundo, en un lugar tan inmenso que ni percibía el comienzo por el que entró ni recordaba el final por donde salió. Era una persona tan sumamente mansa que cualquier nervio humano se estremecía en espasmos interminables al paso de su tranquilidad imparable. Tenía la costumbre de salir a un lugar por el cual siempre pasaba para lograr llegar a su destino en noches que, para él, iluminadas sustituían al día.

Su nombre suponía una mezcla extraña de letras que con su brevedad lograba confundir a aquel que en recuerdos vivía sin comprender significados pasados que sin embargo le eran familiares.

Todos los saberes se unían en las neuronas de Honores cada vez que le veía, pero sentía que se moría a momentos, a cada vez que su presencia inundaba el interior de su ser.

Y por un sueño deseado, por un dichoso juego que empírico demostró su grandeza, fue que Honores se quedó en la soledad, que llegó al anonimato infinito y oportuno que aporta la herrancia estática.

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