Son los cuadros ciandros

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Del capullo diminuto que se hallaba, oculto a la vista humana, en el interior de una flor rojiza, surgió un hilo de agua que reposando en las papilas gustativas de aquella niña que por allí corría sin precaución, alteró su visión del entorno hasta el punto de desconcertar a sus congéneres.

La Niña salió a la terraza. Poseía un rostro irlandés, repleto de pecas y con unos ojos claros que no eran conscientes de la presencia de sus cejas, prácticamente invisibles.

Una mujer adulta leía apasionada al sin de sus fantasías mentales. Miró a su hija ascender por las escaleras y absorta en un resplandor imaginado que rodeaba a La Niña, le dijo:

—Irás

Y La Niña, viendo un marco en una de las paredes de la terrraza que mostraba un pasaje difuso trazado con óleo, respondió:

—Ciandros

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