El día

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Esa misma tarde, Alfred se encontraba caminando en el claro del bosque en el que solo quedaban los rastros de sangre en la grama y restos de piel seca de una serpiente que —a juicio de Alfred— podría ser casi del tamaño de una persona o más por todo el desastre causado.

Observó con detenimiento la grama, hasta que halló una pista: había un camino trazado de grama aplastada que lo guiaba hasta los árboles.

—Rayos —dijo para sí mismo. La serpiente había resultado muy astuta al subir al primer árbol cercano, eliminando por completo su rastro en tierra.

Alfred sonrió. Su fama de ser el mejor cazador no era precisamente por dejarse vencer a la primera.

Caminó tranquilamente hasta el árbol en cuestión y, casi sin esfuerzo, comenzó a trepar hasta llegar donde las hojas muertas y un leve rastro de piel le guiaron.

Alfred se sentó en una de las ramas, observó el camino por un momento, antes de sacar sus binoculares y observar aun más lejos. Una gran sonrisa cubrió su rostro.

Pronto podría liberar a esas buenas personas de aquel mounstro.

...

Arthur solo observaba. Casi ni respiraba. Era casi una roca.

Su presa estaba a tan solo centímetros de él, debajo de la rama en donde apoyaba su pecho y enrollaba el resto de su cuerpo hasta el tronco. Sus verdes iris resplandecían de deseo entre el oscuro pigmento verde que cubría sus párpados y parte de sus pómulos. Él estaba en verdad hambriento.

La pequeña ardilla, inconsciente de todo, volteaba a un lado y otro.

El estómago de Arthur comenzaba a revolverse. Necesitaba comer algo.

¡Y la pequeña ardilla al fin miró hacia abajo!

Y, dos segundos más tarde, Arthur estaba en el suelo, su estómago aun vacío y con un fuerte dolor de cabeza.

Arthur se había caído.

—¿Qué cara... —había comenzado a hablar, tocándose la cabeza y comenzando a incorporarse lentamente, hasta que notó que estaba húmeda.

¡Su cabeza estaba húmeda!— «¡pero qué rayos!»

Pero no pudo terminar de pensar pues un fuerte golpe en su nuca y parte de su espalda lo puso contra el suelo nuevamente, aplastando su cara. El objeto era bastante pesado, y no podía sacarlo. Parecía un saco lleno de hierro o algo asi de pesado.

Al voltear, aun con la cara pegada al suelo, pudo ver un par de pies humanos y percibir el sonido de un mecanismo siendo destrabado, apuntando a su cabeza.

—Muérete de una vez, ¡mounstro maldito!

Y Arthur solo cerró los ojos.

...

Alfred disparó una, dos, tres,... diez veces más. Pero parecía inútil.

Aquel mounstro parecía repeler las balas como si todo su cuerpo estuviera blindado. No importaba si disparaba directamente en su cabeza o en cualquier otra parte de su cuerpo. Las balas no provocaban más que heridas leves, que si bien sangraban, las balas terminaban rebotando peligrosamente contra él. Era casi un mounstro perfecto, indestructible.

Arthur simplemente se quedó ahi, con la mirada al vacío mientras recibía cada uno de los ataques de su "verdugo". Él había tenido verdugos antes. Todos, por lo general, se rendían luego de unas horas y él simplemente se hacía el muerto. Hubieron ocasiones en donde algunos se ensañaban más que otros, arrastrándolo por un camino rocoso o incluso prendiéndole fuego. Todo era muy tortuoso, en realidad, pero él prefería soportarlo. ¿Por qué? Porque también tenía una familia. A pesar de que ellos lo desprecien por no seguir su nueva forma de vida.

A Arthur no le sorprendió mucho cuando Scott, el mayor de sus hermanos, lo llevó a él y al resto de ellos a un hermoso festín. Habían vacas y ovejas, grandes y pequeñas, todas a disposición reunidas en un pequeño espacio entre cercas y en un llano.

Scott había estado hablando de eso por días. Un lugar en donde la comida no faltase y ellos nunca pasaran hambre.

Luego de la muerte de sus padres a manos de los humanos, Scott había asumido el papel de protector. Pero los meses pasaban, y ellos no conseguían alimento. La temporada se volvía cada vez más fría, y teniendo en cuenta su naturaleza de sangre fría, todos se miraban entre ellos, compadeciéndose de su destino y esperando el inevitable invierno y, con él, el final de la familia Kirkland.

Hasta que el milagro se hizo. Scott los llevó a la tierra prometida, en donde comieron lo que no habían comido por meses, el delirio y la locura por tan repentina abundancia los cegó y arrasaron con todos los animales que estaban ahi.

Con el tiempo, Arthur descubrió algo macabro detrás de los milagrosos festines que su hermano conseguía. Y decidió enfrentarlo, costándole la expulsión del grupo.

Pero Arthur no se fue. Sabía muy bien que los humanos no se quedarían sin hacer nada al respecto. Y si él debía pagar con su sangre o su vida por sus hermanos, él lo haría.

Así que, ahí estaba él. Otro humano cobrando venganza en lo que consideraba justicia. Él dejaría que todo pase. Y que lo tome por muerto.

Y el mounstro cerró los ojos.

Arthur pudo sentir a su verdugo acercarse a él y sentir su mano cerca de su nariz, luego su cuello, una de sus muñecas libres. Arthur había bajado casi toda su temperatura corporal y sus latidos que, si no fuera por la poca consciencia que le quedaba, él mismo pensaría que ha muerto.

Luego, sintió como le era retirado aquel gran peso de encima, y casi suelta un respiro de alivio.

Escuchó los pasos alrededor suyo. Aun no era tiempo de dejar de fingir.

Pasaron los minutos como horas, a Arthur le costaba aun más mantenerse asi, a pesar de haber estado en situaciones mucho peores que esta, ya que no importaba cuantas veces haya sido torturado, cada tortura era dolorosa. Y seguramente su verdugo tenía algo más preparado para él.

Para Arthur, el día comenzaba a parecer muy largo.





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¡Hola!

¿Está interesante?

Es mi duda existencial 😆

Mi serpiente favorita [UsUk fanfic]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora