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Katherine

Me muevo inquieta a todos lados frente a la puerta de la librería. Mis manos se mantienen aferrando la tela de mi abrigo como si les fuera la vida en ello; por muy exagerado que eso sonase. Después de que ayer lloré como una niña en brazos de Damián, me di cuenta de toda la situación que se estaba cerniendo ante mis espaldas. No sólo me había derrumbado delante de él por David, sino que también me había confesado sus sentimientos, y claro, os preguntaréis cómo no pude pensar en ello antes. Fácil respuesta: porque soy tan estúpida que cualquier cosa relacionada con el conquistador de mi corazón, me hacía olvidar todo lo demás a mi alrededor. Por eso, cuando estuve más tranquila, me despedí rápidamente y volví a mi casa para refugiarme en el único lugar donde nadie podía hacerme daño. Mi hogar. El mismo donde viví los mejores años de mi vida con mis dos progenitores.

Me muerdo la uña de mi dedo pulgar y trago saliva imperceptiblemente, para tener el valor suficiente de entreabrir la puerta y observar a las personas desde allí. No encuentro rastro alguno de Damián, así que sólo hay dos opciones: está en el almacén recogiendo algo a petición de Rosa o todavía no ha llegado.

Que sea lo segundo, por favor.

Cierro los ojos y me golpeo mentalmente. No puedo seguir actuando como una niña, si realmente quiero aclarar las cosas debo ser firme en todo momento y no titubear. Abro la puerta para entrar cuando siento una mano en el hombro que me hace dar un salto y casi caerme hacia atrás del sobresalto. Me giro a tiempo de ver la reluciente sonrisa del chico, que lleva toda la mañana en mi cabeza, y su divertida mirada.

-Perdona, no quise asustarte.

Me muerdo el interior de mi mejilla y me separo de su toque para volver en sí.

-No me has asustado. Es sólo que me has pillado desprevenida -digo como si fuera obvio.

Damián se ríe y yo entro finalmente a la librería con él siguiendo mis pasos. Todavía sigo sorprendida con su saludo, es decir, sabía por él mismo que no esperaba recibir ninguna respuesta por mi parte, pero ver su cara tan reluciente me dejaba descolocada.

La mañana surge igual de tranquila que las demás, con la presencia de Damián en determinados momentos hablándome de su encuentro mañanero con una increíble rubia de piernas kilométricas y curvas de infarto. Ruedo los ojos ante ello, aunque de alguna forma estoy feliz de que nada haya cambiado entre nosotros.

En un determinado momento de la tarde, cuando él organizaba unos cuantos libros en distintas secciones, decidí aprovechar para hablar de lo que teníamos pendiente. Es decir, aunque me dijo que no necesitaba de mi respuesta, tampoco quiero dejar una historia a medio acabar. Mi madre siempre me decía que, sin importar qué, debía ser honesta conmigo misma y mi corazón.

-Damián, ¿podemos hablar un momento?

Él me mira, borrando la diversión en su cara en cuanto vio la seriedad de la mía. Asiente en silencio, seguramente imaginando lo que tengo que decirle. Sin embargo, aunque espero que me siga para pedirle a Rosa un pequeño descanso y hablar fuera, Damián permanece en el mismo sitio y la misma posición.

-Ya sé lo que vas a decirme, Kath, y créeme que no es necesario que lo hagas -abro la boca para replicar, pero su mirada clavándose momentáneamente en la mía, me hace enmudecer de nuevo-. La noche anterior te dije aquello sabiendo que no iba a tener la mínima posibilidad contigo. Ya sé que tu corazón está junto a la persona que sigues inevitablemente con la mirada. A la misma que te mantiene con ese pequeño brillo en la mirada. Quizá mi arrebato de ayer fue en consecuencia de haber visto que ese precioso brillo que se mantenía gracias a él, se había apagado. No pretendo saber lo que ha sucedido, porque no es algo que me concierna. Es algo de lo que vosotros debéis haceros responsables. Aun así, me voy a dar el derecho de decirte algo, puedes tomarlo como el consejo de un amigo o del chico que se siente irremediablemente atraído por ti; creo que si esa persona es la razón por la cual brillas tanto, por la cual te sientes tan capaz de cualquier cosa, deberíais daros la oportunidad de hablar las cosas. Realmente no sé qué pudo provocar entre vosotros que te eliminase esa felicidad tan llamativa en tu persona, pero debe ser algo lo suficientemente doloroso para haberte hecho perder aquello que te hacía tan especial. No te digo que vayas ahora mismo a hablar con él, ni tampoco mañana o la semana que viene, pero por lo menos, piensa si realmente esta es la vida que tú quieres a partir de ahora -sus ojos vuelven a mí, haciendo que mi pulso se acelere con cada una de sus palabras. De alguna manera mis ojos han empezado a picarme; ¿cómo es posible que las palabras que tanto deseaba escuchar me las diese la persona que menos esperaba?

Algún día, bajo las estrellas #1.5 (Libro #1.5 ADBECA)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora