Rojo

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    Alex es un chico extraño. No le gusta el fútbol, no le gusta jugar a videojuegos violentos, no le gusta salir con los demás a la discoteca. Él prefiere la compañía de las chicas de su clase, acompañarlas al cine o a la biblioteca. A él le gusta quedar los fines de semana, ponerse un vestido bonito y sus botines preferidos para salir con sus amigas.
    Sara también es extraña. Ella va todos los días al gimnasio para desarrollar su musculatura, se rapa el pelo a cepillo todos los meses y jamás se ha puesto una falda o unos tacones.
    Ambos se ven cada domingo en una clínica. Normalmente, Alex siempre va acompañado de su hermano mayor o de alguno de sus progenitores. Sara siempre va sola. Nunca se han hablado, pero suelen mirarse el uno a la otra en la sala de espera.
    En ese lugar lleno de revistas baratas y libros de autoayuda hay más personas como ellos. Chicos estupendamente maquillados con largas y despampanantes melenas, también chicas con vaqueros anchos y toscas botas militares.
    Alex vive bien y, aunque su familia es cristiana, han aceptado sin demasiados problemas que su hijo sea transexual.
   Sara, cuya familia también es cristiana, no se lo ha tomado tan bien. Su padre la repudia y su abuela casi se muere allí mismo cuando lo anunció en mitad de la cena de Navidad. Sólo encuentra apoyo en su madre y su perro Phil.
    Hoy es domingo y ambos se encuentran inmersos en su conversación silenciosa, observándose mutuamente. Alex se decide por fin a hablarle de verdad y se cambia de sitio, sentándose al lado de Sara.
    ―Hola, soy Alex. ―le tiende la mano amablemente y ella mira su mano, con una manicura roja perfecta y brillante, antes de estrechársela dubitativamente.
    ―Yo... ―se queda atrancada mentalmente un momento. ―Me llamo Sara.
    ―Te cambio el nombre. ―bromea él, alisando las tablas de su falda marinera. Ella asiente, intentando sonreír un poco.
    Tras unos minutos de silencio, Alex entra en el despacho de la psicóloga y cuando sale, entra Sara.
    Ella está harta de escuchar a esa mujer y sus "ve a círculos de apoyo", lloriquear ante otra gente no le servirá de nada. Con un bufido, abandona la sala y sale al pasillo, donde se encuentra Alex, mirando la punta de sus botas negras.
    ―¿Todavía estás aquí? ―pregunta Sara, con un tono más brusco del intencionado, aunque él no le toma importancia y sonríe.
    ―Te estaba esperando. Esta pensando en que... no sé... podríamos quedar algún día y ver una película. ―ella le mira de hito en hito. ―No muerdo.
    Sara se calló el que nunca la habían invitado al cine y asintió levemente. Alex amplió su sonrisa.
    ―Pero como me lleves a alguna cursi y rosa, me largo. ―advirtió ella.
    ― No te preocupes, a mí tampoco me gustan. Prefiero Los Vengadores y cosas por el estilo.
    ―Entonces me apunto.

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Y... me ha quedado raro.

Relatos para el día a díaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora