Pulsera roja

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No, no tiene nada que ver con la serie de Antena 3

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    Elisa caminaba por la calle muy contenta, desde que se había despertado habían hecho ayuno completo. Eran las ocho de la tarde y ya se estaba acabando el día, si conseguía acostarse con el estómago vacío le darían diez puntos, ¿no? Al fin y al cabo se había apuntado a una "carrera de kilos" o algo así. Se sentía bien, por fin estaba bajando de peso en serio. Dejaría de ser una foca obesa y estaría hermosa. Entonces... Se desmayó.
    Cuando volvió a abrir los ojos, se encontraba recostada en una enorme cama con doseles. Se incorporó y algo crujió suavemente. Elisa quedó gratamente sorprendida cuando miró hacia abajo y se encontró ataviada con un precioso vestido blanco. Dedicó unos minutos a inspeccionarse a fondo en el espejo de cuerpo entero que había en la habitación. Descubrió que estaba perfectamente peinada, maquillada y vestida.
    ―Hola. ―se giró, sobresaltada. Una adolescente igualmente ataviada de blanco la miraba, sentada en la silla en frente del tocador.
    ―¿Quién eres?
    ―Alguien igual que tú. ―sonrió la desconocida.
    ―¿Igual que yo? ―preguntó Elisa, sin comprender exactamente a qué se refería.
    ―Igual que tú. ―repitió la otra chica. ―¿Sabes? Hace un tiempo yo también abría el frigorífico y me quedaba mirando un tarro de mermelada, pensando si debería comer o no, si por probar un poco me convertiría automáticamente en una morsa... Y ya ves, aquí estamos.
    Silencio. No se movieron. Pasaron varios minutos, en silencio. La desconocida empezó a inspeccionar todo lo que había sobre el tocador con una meticulosidad monótona: estudiaba el bote desde todos sus ángulos, lo destapaba, olía su contenido, comprobaba la textura, lo cerraba y lo dejaba en su sitio.
    ―¿Estamos muertas? ―preguntó Elisa, nerviosa.
    ―Más o menos. Yo sí, tú aún no.―dijo la extraña, mirando con aparente interés la parte de abajo de una polvera y haciendo hincapié en el pronombre de segunda persona. ―Ahora mismo estarás camino del hospital después de desmayarte en plena avenida con el aspecto de un esqueleto que hay colgado en un laboratorio de medicina.
    Elisa se quedó petrificada. Estaba pirada. Definitivamente.
    ―¿No me crees? Bueno, es normal. ―bostezó, como si se estuviese aburriendo mortalmente.― ¿A qué estamos?
     ―Veinticuatro de junio. Viernes. ―dijo Elisa, muy segura.
    ―Error. Estamos a domingo veintiseis. ―se levantó de la silla. ―Ven conmigo. ―y sin darle opción a contestar la agarró de la muñeca y saltó por el balcón arrastrando a Elisa consigo, quien soltó un agudo chillido y cerró los ojos. Pero el impacto no llegó. En cambio, percibió voces que fueron haciéndose cada vez más claras. Abrió los ojos, estaban en el salón de su casa, veía borroso y el sonido no le llegaba con claridad, pero pronto su vista se enfocó debidamente y el sonido le llegó con nitidez. Pudo distinguir la voz de su madre. Sollozaba en brazos de un pobre agente de policía que no sabía como consolarla y solo atinaba a decir que encontrarían a su hija. Elisa gritó y se soltó de la desconocida, agitando los brazos mientras corría hacia su madre.
    ―¡Mamá! ¡Mamá! ¡Estoy bien! ¡Estoy aquí!
    ―Idiota, no puede oírte. Ni mucho menos verte. ―espetó la chica que no conocía. Elisa se desinfló. Era asombrosa la franqueza con la que hablaba esa chica.
    ―Ven. Hay otra cosa que quiero enseñarte. ―la agarró del hombro y corrieron hacia una pared. Nuevamente Elisa cerró los ojos y nuevamente, en vez de impactar, se trasladaron a otro lugar.
    Elisa se vio a sí misma boca arriba sobre una horrible camilla de hospital, quieta como un muerto, mientras un puñado de personas que ella distinguía como manchurrones verdes en movimiento se paseaban por la sala a toda velocidad, dando órdenes a diestro y siniestro. Sintió una descarga en su pecho que la hizo caer al suelo de dolor. Arrugó la tela sobre su corazón con fuerza y derramó un par de lágrimas.
    ―¿Voy a morir? ―preguntó Elisa, asustada, después de sentir una segunda descarga, esta última más violenta que la primera.
    ―Sí. ―contestó escuetamente su acompañante. ―Esto es lo que es ser una princesa. ―añadió, con asco.
    ―No quiero morir. ―murmuró Elisa.
    ―Todas decís lo mismo, pero es inevitable.
    ―¿No puedo tener una segunda oportunidad? ―suplicó, aún de rodillas.
    ―No. ―dijo secamente la extraña, quien le dio la espalda y fijó su vista en la camilla, dejando a Elisa agonizando sobre el suelo y retorciéndose del dolor causado por las descargas que le proporcionaban los enfermeros.
    Cuando cesó todo, Elisa se levantó y se miró las manos enguantadas, esperando algo distinto. Frunció el ceño al darse cuenta de que una pulsera de abalorios rojos descansaba enrollada sobre su muñeca izquierda. La arrancó de un tirón.
    ―Este es el precio que se paga por ser princesa. ―espetó la otra chica. ―Ahora ya lo sabes. ―y se fue.
    Elisa se quedó sollozando sobre el frío suelo junto a su cadáver.

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Para quien no entienda, las chicas pro Ana(anorexia) y Mía (bulimia) se hacen llamar "princesas"

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⏰ Última actualización: Jan 28, 2017 ⏰

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