¡Tachán! -mueve las manos.- tengo una noticia buena y otra mala. La mala es que MOB va a quedarse un rato apartada, porque entre los estudios, escribir y hacer las páginas, se me va la el tiempo. La buena es que... ¡por fin encontré mi libreta! Sí, ya, a vosotros os importa un carajo, pero para ALLovegood es algo estupendo porque implica que tendrá la continuación de la historia cursi y rosa que le prometí.
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―¿Dra. Lewis? ¿Ya ha terminado? ―asomo la cabeza por la puerta de la habitación. Sara está dormida, tiene catorce años y su estado no es crítico (lo que quiere decir que aún no hemos tenido que enchufarla a una máquina). A su lado está ella, sentada en una silla blanca. Se levanta y sale de la estancia, cerrando tras de sí.
―Sabes que puedes llamarme Auri. ―sonríe ela. Su nombre completo es Aurina Lewis ("Sí, un nombre horroroso, pero mis padres eran botánicos") y es mi jefa. Trabajo en una clínica para tratar a pacientes con trastornos alimenticios.
―Sí, sargento... Quiero decir, Auri. ―me cuadro como un soldado y ella suelta una risita, también me da un zape. Nos marchamos, caminando, a tomar un par de tragos, comentar cosas sin importancia como el último partido de los Nicks y a chincharnos un rato. Llegamos al bar de siempre, pedimos un par de cervezas y hablamos.
―¿Qué tal te ha ido con Chad?
―No quería comer, así que le hemos puesto vía intravenosa. Christian no ha sido de mucha ayuda, no. ―gruño un poco.
―Pobre... Si sigue así, no tardará ni una semana en volver cuando salga... ―murmura. ―Por cierto, ¿qué has cogido con Chris? La tienes tomada con él. Es buen tipo.
―Es que nunca me haces caso cuando está él... ―digo, simulando estar triste y dolido. Ella se ríe un poco, me gusta su risa. Es fresca y ligera.
Tras la tercera cerveza, la conversación se torna más personal. Ella empieza.
―¿Por qué no aceptaste ir a cenar con Giselle? La pobre está que se muere por tus huesos... ―y da el primer sorbo, desinteresada.
―No me gusta. ―mordisqueo la boca de la botella mientras miro el estante lleno de bebidas alcohólicos que tengo enfrente. ― No es mi tipo.
―¿Y cuál es tu tipo?―ha despegado la etiqueta.
―Pelo negro, liso y ojos castaños. Y menos reloj de arena. ―desenrosca la pegatina y me mira, divertida.
―Casi parece que me has descrito. ―vuelve a enrollar el adhesivo, se ríe.
―Es que te he descrito.―le digo con total seriedad. Sí, creo que soy muy cursi. Auri abre esos ojos rasgados, que me encantan, con sorpresa y con un deje de "¿todavía con eso?" en la mirada.
―Frena, principito.―dice que le recuerdo al protagonista de Le Petit Prince de Saint Expúperie, de ahí el mote. Recuerdo que me lo solía leer cuando estaba ingresado.― Tienes 23 años, todavía eres joven. Deberías recapacitar y pensarlo.
Quiero gritarle que ya lo he pensado, que llevo más de doce meses pensándolo, sin embargo me limito a ver como apura su botellín de cerveza. Quiero llorar un poco. He tenido varias novias y todo eso, ahora me gusta ella, desde hace año y medio (y me molesta que piense que lo confundo con cariño por haber cuidado de mí antes). Deja un billete sobre la barra y sale del local. La sigo.
Nos sentamos en una parada de autobús, sin decir nada. Miro al suelo. Un chirrido me indica que el vehículo ha llegado. Ambos nos levantamos. Nos damos un abrazo fraternal y ella revuelve mi pelo. Me fascina el contraste de sus uñas pintadas de negro con el "rubio trigo" de mi cabello.
― Entonces, ¿nos vemos mañana? ―pregunto. Sé que ella no va a cambiar su trato hacia mí aunque me declare mil quinientas veces. Ya lo he comprobado varias veces.
―Sí. ― y las puertas del autobús se cierran tras ella. Lo veo alejarse. Solo entonces recuerdo que mañana nos tocan turnos distintos. Odio los jueves.