Capítulo II: Enemigos enfrentados

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Llevaba cuarenta minutos afuera de la puerta, golpeando y llamándole para que le permitiese entrar y así poder conversar frente a frente, y no con la puerta de por medio. Estaba actuando tal como lo hizo muchas veces cuando fue niño, pero en este caso, no podía culparlo.

Habían salido de la mansión de los Choi interrumpiendo la reunión grotescamente. Lo que la consolaba, era que TaeMin no había sido el único en armar un espectáculo. MinHo, el hijo menor de su ahora, nuevo socio de negocios, había lanzado los papeles lejos y volcado la mesa hasta hacerla caer, asustándolos a todos, para luego irse con los gritos de su padre que iba tras él.

El camino de regreso fue mortalmente silente y, cuando llegaron a casa, su hijo se había ido directo a su cuarto, encerrándose en él. Le dolía esta situación. Le dolía tener que retroceder en el tiempo con ella intentando consolar a su hijo como cuando era pequeño, solo que ahora, TaeMin ya no era un niño y no había nada que pudiese hacer o decir, que le ayudasen a explicarle de alguna forma, lo que estaba pasando.

Desde el pasillo podía sentir los llantos desgarradores de TaeMin. Sabía que el motivo de aquella reunión de negocios y la inesperada forma en que él sería partícipe junto a MinHo, no era algo fácil de asimilar pero, incluso de esa manera, que su hijo llorase de tal forma comenzaba a preocuparle.

Una de las sirvientas llegó y se paró a su lado con una bandeja de plata con un vaso de agua y unas pastillas.

- Son calmantes, pensé, que el Sr. TaeMin podría necesitarlos...

- Creo que quien los necesito soy yo – dijo ella – No he podido hablar con él

La mujer pasó junto a la criada y bajó las escaleras. En la sala, su esposo leía un periódico y, cuando la vio, lo dejó a un lado y se incorporó, evidentemente interesado.

- ¿Y, hablaste con él?

- No me abrió la puerta - respondió con un tono de dolor en la voz – Lleva casi una hora llorando. Estoy preocupada...

- Cálmate, ya entrará en razón y vendrá a hablar con nosotros

- ¿Y si no lo hace? – preguntó con suspicacia - ¿Qué pasa si nuestro hijo no nos habla nunca más? Bien sabes lo mucho que TaeMin ha odiado que queramos manejar su vida, ahora con lo que sucedió donde los Choi, de seguro nunca más querrá saber de nosotros...

- No exageres JiMin, él es solo un niño caprichoso

- ¿Un niño caprichoso? – repitió casi horrorizada - ¡Abre los ojos, hace mucho tiempo que TaeMin dejó de ser un niño! ¡Él es un adulto, en el fondo, siempre lo ha sido! ¡Y no digas que es caprichoso solo porque desde pequeño él sabía qué hacer con su vida! ¡Por mucho que lo presionáramos, él nunca habría seguido el rumbo de los negocios de la familia!

- Solo está armando un berrinche, ya entrará en razón y comprenderá que la unión de nuestra familia con los Choi, es lo mejor para su futuro

- ¿Para su futuro, dices? ¿O para el tuyo?

JiMin caminó hasta la mesita de los licores. Tomó una de las botellas de cristal y vertió un poco de su contenido en un vaso. Caminó a la ventana y dio un sorbo, dejando que el whisky quemara su garganta. Era curioso cómo el tiempo pasaba; años atrás, con el peso de las preocupaciones, los problemas y la soledad, ella no habría dudado en beberse una botella completa, o tal vez dos. La promesa hecha a su hijo cuando éste la vio en un deplorable estado, hicieron que su vida diera un vuelco y se alejara de lo que era, su casi mortal vicio.

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