Baje al campus respirando fuertemente.
Lo odio.
Me ponía los pelos de punta. ¿Cómo es posible que odie tanto a una persona pero a la vez me guste? Agh, maldigo la hora y el día en el que conocí a este chico.
Camine a pasos apresurados hacia ninguna parte. No sabía exactamente donde iba, lo único que quería era caminar un poco.
Llegue al estadio que estaba justo detrás de todos los edificios. Me encogí de hombros. Tal vez ahí pueda estar un rato a solas.
Y efectivamente, no había nadie. Subí lentamente, tanto que tal vez habré tardado unos quince minutos llegar a la parte superior. ¿Desde cuando esto se hizo tan alto?
Apenas me senté, vi como unos chicos vestidos con ropa deportiva entraban al campo. Empezaron a gritar y a hacerse pases con una pelota. Vi como desde lejos, un chico muy delgado traía una bolsa con bastantes pelotas, llevaba puesto un chaleco verde fosforescente y trataba en lo posible que lo alcanzara alguna pelota.
Sonreí. Me parecía muy tierno. Su pelo era largo y encrespado, castaño claro y su piel era color canela. No veía bien sus facciones desde aquí, pero parecía muy guapo.
– ¡Eh! ¡Ñoño! ¡Pasame una pelota! –le gritó un chico robusto desde la portería. Él, obediente, sacó una pelota y la puso en el suelo para chutarsela. Cuando lo hizo, la mandó a cualquier lado, menos donde debía hacerlo. Todos se burlaron de él.
– ¿Pero qué haces idiota? ¡Ni para pasar pelotas sirves! ¡Largate! –le volvió a gritar molesto el chico. Bajó la cabeza completamente avergonzado, y empezó a andar hacia la salida. Cuando pasó por el grupo de los grandulones futbolistas, uno de ellos le lanzó una pelota justo en la cabeza, haciendo que el chico flacucho cayera directamente al suelo. Todos explotaron en carcajadas, mientras él se levantaba a duras penas.
Mi ceño se fruncio y mis puños se apretaron en mis costados. ¡Que imbéciles! ¡El pobre chico no ha hecho nada!
Bajé corriendo y me acerque a la barandilla, donde indicaba que las gradas habían acabado.
– ¡Tu! ¡Hijo de puta! –lo llamé. Todos me prestaron atención en ese momento. – Si tú, el de los pectorales inyectados. –apunté al chico de la portería. Los grandulones estallaron en risas de nuevo, mientras otros gritaban entre si un "Uhh". – ¿Qué te crees, eh? Como le vuelvas a hablar así al chico, las únicas bolas que tendrás en tu cuerpo próximamente, serán tus ojos. –amenacé. El chico sonrió irónico.
– ¿Y quien me quitara las bolas? ¿Tú? Ja, pero si eres solo una niñita. –sonrió divertido.
No dijo eso.
Bajé dispuesta a ir a por él, a darle una buena patada en los huevos, pero el chico de los balones y chaleco verde fosforescente me sujetó. Lo miré, y de repente el alma se me cayó al suelo. El mundo dejó de existir a mi alrededor. Él era... wow, era tan hermoso.
Mis rodillas me fallaban, juraba que iba a caerme en ese mismo instante, pero el chico me habló.
– Eres muy dulce, y defenderme fue muy lindo de tu parte, pero no te metas en problemas por mi culpa, ¿de acuerdo? Mejor vámonos. –tironeo de mi brazo. Me di media vuelta a mirar al chico de la portería, que nos miraba como si fuéramos un mono de feria.
– ¡No te salvas, gorila mal formado! –le grité.
– ¡Tu y tu noviecito son igual de perdedores! –respondió.
– ¡Pudrete!
Salimos del estadio y él me soltó. Instantáneamente, me sentí algo mal. Mire al chico, y cada vez que lo veía me parecía aún más guapo.
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Don't love before hate.
HumorDesafíos. Se la pasaban peleando, insultandose y desafíandose. No podían estar juntos. Eran como el agua y el aceite. Polos completamente opuestos. Él, el típico chico popular y mujeriego. Ella, la rarita. Pero no la típica chica rara, sumisa y c...