CAPÍTULO 14

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Llevaba quince minutos corriendo sin parar, tomando cualquier giro, cualquier nuevo sendero.

Estaba hecho una caótica mezcla de emociones. Estaba asustado, desesperado, furioso, ni yo mismo lo sabía.

Decidí desviarme del camino que tenía pensado, porque no cubriría tanto terreno si iba solo en esa dirección. Sabía que me había alejado bastante del río y no estaba muy seguro de saber por dónde volver.

Estaba exhausto y eso era lo último que pensaba que me ocurriría. Necesitaba energía, necesitaba fuerzas para seguir, aunque correr sin medida durante un cuarto de hora fue estúpido.

Tenía la mirada en todas partes, debía  estar pendiente de todo.

Me derrumbé al ver un árbol por el que ya había pasado. No me lo podía creer. Me paré junto a él y empecé a darle patadas, frustado y soltando palabras de las que mi madre no estaría orgullosa.

A pesar de todo mi empeño, lo único que había conseguido era pisarme los talones. Como un perro persiguiéndose la cola.

La situación era de vida o muerte, ¿y yo me perdía en unos minutos? Eso me sacaba de quicio. Me tiré sin darme cuenta junto al árbol, apoyado con la espalda en su tronco y con la cabeza agachada.
       
—¿Que estoy haciendo? ¡Que estoy haciendo! —grité levantando la cabeza con brusquedad, lo que me causó un notable cabezazo contra el tronco—. Céntrate, céntrate de una maldita vez. Necesito encontrar a uno de esos locos cómo sea, y no puede esperar más. ¿Pero que puedo hacer? ¡Que diablos puedo hacer!

Mientras estaba en mi monólogo semi psicótico, me fijé en que hacía ya un rato que un cuervo me miraba. Se encontraba en un árbol enfrente del mío, y no despegaba la vista de mi, volteando la cabeza de vez en cuando.

Eso me inquietó un poco.

Dejé de hablar sin darme cuenta y me quedé mirándolo. Se me cruzó el pensamiento de si se quedaría mucho más en esa rama, y al instante voló de allí hasta el suelo, a pocos metros de mi.

Di un pequeño salto en el sitio, pero no había porque alarmarse, solo era un pájaro.

Con sus pequeñas patitas se iba acercando, y yo seguía sintiendo un poco de intriga. Tenía una extraña sensación en cuanto al cuervo, sabía que no me atacaría y no me molestaba que se estuviera acercando.

Ahora podía admirar con más certeza su figura. Como es habitual, tenía el cuerpo prolongado, con unas alas largas y puntiagudas, cuyas plumas eran brillantes y compactas, de un negro intenso. Su pico intimidante, largo y afilado, estaba ligeramente curvado hacia adentro.

Resultaba extraño que se estuviera acercando tanto, porque son pájaros muy desconfiados, astutos y espabilados, pero sobre todo desconfiados. Llegó hasta mi pie izquierdo, y empezó a tirar con su pico del cordón.
       
—¡Oye! —dije moviendo la pierna.

Este se apartó de salto, impulsado por sus alas. Pero al instante empezó a graznar y volvió a tirar de mi cordón.

Antes de que volviera a reaccionar, se apartó con agilidad y se posó en un árbol. Empezó a graznar de nuevo, pero más alto que la vez anterior.

Me acerqué hasta él para espantarlo y que me dejara seguir, pero al llegar a su árbol se desplazó a otro.

Volvió a su graznido, y pensando que sería una coincidencia, volví a ir a por él para espantarlo. Al igual que la otra vez, se movió a otro árbol y repitió el proceso.

Aquello ya me olía raro y no sabía si me estaría volviendo loco, pero allí había un patrón.

«Es como si quisiera que le sig... », pensé y antes de terminar mi frase mental, el graznido del ave se disparó por completo. Empezó a mover las alas con fuerza y luego saltó del árbol graznando mucho más fuerte.

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