Ser consciente

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Llegó el día. Empieza el rescate. Toda la gente que me importa parte conmigo hoy  hacia un destino incierto. Soy consciente más que nunca de lo que está en juego. Soy consciente más que nunca de que existen muchas probabilidades de que no volvamos todos, de que es posible que perdamos a alguno en el camino. Pero, sé también, que no puedo pedirle a ninguno que se quede, no puedo ponerme en esa posición egoísta simplemente por el hecho de no querer perder a nadie más. Todos y cada uno de nosotros tenemos un motivo que nos impulsa a arriesgar nuestras vidas a partir de hoy, y no puedo ser yo la que decida si esa razón es lo suficientemente importante. Simplemente, me queda aceptar el hecho de que puedo perder a alguno de ellos en cualquier momento.

Esta vez puedo afirmativamente decir que estamos preparados. Tenemos provisiones y armas, aprendimos a atacar pero, principalmente, a defendernos. Sinceramente, sé que atacar y defenderse son las dos caras de una misma moneda, porque lógicamente para defenderme o a alguno de los nuestros tengo que atacar o, tal vez, no... Siempre existe una alternativa, es solo cuestión de pensar cuál. Espero no tener que hacerlo, siento que atacar me volvería una de ellos. Quiero venganza, sí, pero esta no necesariamente implica dejar de ser quien soy y rendirme a ser exactamente lo que más repulsión me da de ellos, que son asesinos. Por lo menos hoy, lo veo así. Creo que lo mejor que tengo es no ser como ellos y quiero conservarme así lo más posible.

Nos juntamos en la carpa principal a repasar los puntos clave del plan. En el campamento, quedará un grupo de personas enfocadas a hacernos seguimiento. Nos colocaron unos chips, ocultos en las zapatillas, que tienen un gps para hacer un mapeo de nuestras ubicaciones durante este tiempo. Esta es la única información que podrán tener sobre nosotros, porque cuanto menos sepan incluso los "nuestros" mejor. Nunca se sabe con exactitud dónde puede estar oculto el enemigo y con todo lo que pasamos aprendí a ser consciente de esto.

Ya estamos listos para partir y nos espera una última despedida. El resto del campamento está fuera de la carpa principal ansiosos por saludarnos antes de irnos. En momentos como estos me pregunto si realmente son conscientes de lo que está por pasar. ¿Saben que existe la posibilidad de que no regresemos? ¿Por qué nos ven como héroes? En el fondo de mí, entiendo que probablemente cada uno de ellos tenga un motivo por el cuál querer que llevemos adelante este rescate. Lo que no puedo comprender es el porqué de tanto fanatismo. Valentín y yo ya teníamos bastante con ser los "sobrevivientes". Mientras que los demás aprovechan este momento de fama y disfrutan del cariño de extraños que les piden autógrafos como si fuéramos actores de televisión, yo me dirijo directamente sin hacer contacto visual con nadie a una de las camionetas que nos transportarán durante el primer tramo del viaje.

Antes de subir, siento que me tocan la mano suavemente y al darme vuelta veo a Valentina, la hija de Romeo, que me mira con una dulzura inexplicable. Bastó un "te quiero" y un abrazo de ella para que se me haga un nudo en la garganta. Subo rápidamente a la camioneta y me siento mirando hacia la ventana para que nadie pueda ver como intento contener sin éxito las lágrimas que corren por mis mejillas. Por supuesto tengo miedo, mentiría si dijera lo contrario.

Valentín sube primero y se sienta al lado mío. No hacen falta palabras. Nadie supo nunca leerme tan bien como él. Sabe exactamente lo que me pasa así que simplemente toma mi mano y me sonríe. Sé por su sonrisa temblorosa que siente lo mismo que yo pero nunca lo va a admitir.

Una vez que estamos todos en nuestros lugares, las camionetas se dirigen hacia un destino que desconozco pero qué nos va a acercar cada vez más a las chicas. Durante todo el camino, solo se siente el sonido del silencio. Soy de las que creen que no decir nada también es decir algo. Este silencio significa miedo, ansiedad y expectativa. Hay momentos en los que las palabras sobran y este es uno de esos.

Luego de un largo rato de viaje, las camionetas se detienen y debemos bajar. Frente a nosotros hay un viejo tren conducido por un amigo de toda la vida de Franco. Este nos acercará más todavía a las chicas. Nos subimos y una vez adentro nos dispersamos para tener, por lo menos, un último momento de tranquilidad. Sabemos que esta es la calma que antecede al huracán. Somos conscientes de eso.

Valentín y yo nos sentamos juntos y abrazados cerca de la puerta del vagón. Desde ahí, podemos observar como el cielo comienza a teñirse de un increíble abanico de colores y este momento me transporta a nuestros días antes del campamento. Me recuerda quienes éramos y como cada segundo se había vuelto único e irrepetible para mí. Y mientras el tren avanza lento pero seguro, yo decido detener el tiempo en este instante como solía hacerlo antes. Soy consciente de lo que está por venir y justamente por eso, quiero guardar en mi memoria este momento, probablemente el último juntos y en paz.

Sobrevivientes 2: MemoriaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora