La fruta prohibida

97 23 0
                                    

Mucha, pero mucha, gente por todos lados en el campamento. Se los ve riendo, conversando, comiendo. No sé si realmente estarán escapando igual que nosotros porque los noto demasiado tranquilos, como si no existiera nadie que estuviera al acecho. Y, ¿Si en realidad son parte de los que nos hicieron esto? ¿Si son nuestros enemigos? De ser así, estamos caminando directamente a la boca del lobo.

Si algo aprendí en este tiempo es que hay que manejarse con cautela y eso es lo que vamos a hacer. Es fundamental haber encontrado este lugar ya sea para saber dónde están nuestros enemigos o para, eventualmente, disfrutar de las ventajas de una comunidad de sobrevivientes.

En un momento de distracción, Valentín toma dos manzanas que están al lado de una de las carpas bastante alejadas de donde están todos. Nadie se da cuenta de nuestra presencia y supongo que menos de la ausencia de la fruta.

Seguimos mirando asombrados la perfecta organización que tienen y la armonía en la que parece que viven. Es como una pequeña ciudad. A lo lejos veo a unos chicos comiendo chocolate y ya mi atención no puede estar dirigida a otra cosa. Quiero, mejor dicho, necesito probar un poco. ¿Existe en la Tierra algo más perfecto que el chocolate?

En fin, volviendo a lo importante. Sé que no puedo confiar en nadie, excepto en Valentín por lo que decidimos continuar por nuestra cuenta aunque tengo que admitir que me gustaría demasiado poder dejar de escapar para vivir como ellos y poder disfrutar al menos por un rato de esos pequeños placeres cotidianos.

Estamos muy cansados como para seguir así que decidimos buscar un lugar en donde escondernos y poder pasar la noche para mañana, en mejores condiciones, reanudar nuestra caminata. No muy lejos del campamento encontramos una especie de cueva que se forma entre unas piedras que si bien es un lugar un poco chico no tenemos mucha opción y para los dos dentro de todo está bien.

Una vez adentro, mientras comemos las manzanas que robó Valentín, conversamos sobre lo que descubrimos. No entendemos quiénes son ni qué están haciendo ahí. Por lo poco que pudimos ver, eran todos chicos aproximadamente de nuestra edad, lo que nos hace pensar que, tal vez, sean también sobrevivientes de un lugar parecido al nuestro y que esto que nos pasó es parte de algo mucho más grande de lo que imaginamos.

Valentín insiste en que no debemos confiar en nadie, que estamos bien siendo solo nosotros dos. Por mi parte, si bien coincido con él no puedo evitar sentir la necesidad de volver a convivir con alguien más. No es que me cansé de Valentín, no quiero que se entienda mal. Pero quisiera poder volver a sentir esa magia de conocer a alguien por primera vez. Me gustaría hablar con alguien que no me conozca tanto como para completar el final de mis frases. Siento que, en definitiva, el haber sobrevivido debería hacernos querer respirar libertad y no encerrarnos en lo seguro y conocido. Sé que por tentador que me resulte no es una opción a contemplar, al menos, no por ahora.

Valentín está muy agotado y la verdad es que yo también por lo que decidimos descansar para seguir nuestro camino – aún sin rumbo – mañana. Hay noches en las que dormir se vuelve más complicado que otras y descubrí que escuchar la respiración de Valentín me tranquiliza y logro al menos por un rato navegar en algún que otro sueño.

En este tiempo, pude darme cuenta que mis sentimientos hacia Valentín se volvieron más intensos. Cuando lo conocí sentí que él era mi socio en ese escape. Lo creía una parte necesaria de mi vuelta a casa y nada más. El día que me besó por primera vez, empecé a darme cuenta que había más que esa simple conveniencia con la que me engañaba. Lo que pasó después es historia conocida y lo único que logró fue confundirme más. Sentir haberlo perdido fue lo que me hizo reaccionar. En ese límite fue cuando me reconocí vacía sin él. Todo esto se transformó al verlo vivo y saber que no había sido capaz de confiar en mí. Desde el escape, compartimos días y noches enteras. Noches como esta en las que nuestros demonios no dejan lugar al sueño y solo resta esperar al nuevo día.

Ojalá las circunstancias hubieran sido diferentes. Hubiera deseado que nos conociéramos en un bar o en la universidad o tal vez, por un amigo en común. No así escapando y esperando que esta pesadilla termine de una vez. Él extraña a su hermana y no hace otra cosa que recordarla minuto a minuto. Sé que no está con su cabeza preparada para esto. No puedo decirle en este momento que me gusta, no lo va a entender y tampoco le va a interesar. No es el momento, no es el lugar, no somos nosotros, no así, no.

No puedo dejar de mirarlo, acostados frente a frente. Él completamente dormido, yo controlándome a cada minuto para no perderme en sus labios que son mi fruta prohibida.

No me puedo resistir y lo tomo de la mano. El contacto de su piel con la mía me hace temblar. Siento su mano extremadamente caliente y me doy cuenta que algo claramente no está bien.

Sobrevivientes 2: MemoriaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora