Un niño de once años con gafas, pelo revuelto y de color negro azabache se despertó. Llevaba días esperando una carta, su carta de Hogwarts. «Hoy llegará, hoy llegará...», o eso era lo que se repetía cada mañana al abrir sus ojos color avellana.
—Buenos días, James. —dijo la voz dulce de su madre, a la vez que se abría la puerta de su dormitorio—. Levanta y ve a mirar el correo.
De repente todo el cansancio que James podía tener desapareció. Saltó de su cama y corrió a la entrada para mirar el correo, aún en pijama, como llevaba haciendo durante una semana entera.
Cuando llegó a la entrada no pudo reprimir un grito de alegría.
—¡SÍ! ¡Ha llegado! ¡Mamá! ¡Papá! ¡Iré a Hogwarts! —chilló emocionado.
Sus padres llegaron sonrientes y se miraron compartiendo una mirada de complicidad. James brincaba con la carta en la mano, a punto para interpretar su baile de victoria.
Su madre corrió a abrazarlo y su padre, igualito a James exclamó algo que el niño no escuchó, y se abalanzó sobre su hijo.
—Soltadme de una vez —pidió James, sonriendo.
Los padres obedecieron.
La verdad era que como James era hijo único sus padres lo mimaban mucho, él era como el príncipe de la casa. Podía hacer lo que le diera la gana, si eso no afectaba negativamente a la familia o al mundo mágico en general (como volar con escoba por la calle).
—¿Podemos ir al Callejón Diagon? —preguntó James, haciendo un mohín—. Porfaa.
Y como él mandaba, así fue.
En media hora estaban saliendo de la chimenea de una de las tiendas del famoso Callejón.
— Primero a Gringotts —indicó su padre.
La cámara que tenia James en Grigotts tenia dentro dinero para toda su vida, ¡y no hablemos de la cámara de la família Potter entera!
Al salir de Gringotts fueron a comprar el uniforme de Hogwarts a Madame Malkin's.
—¿Hola? —preguntó James, mientras entraba ruidosamente a la tienda.
—Hola guapo, ¿para Hogwarts, hijo? - preguntó la señora de la tienda.
—Sí —respondió James con orgullo.
La mujer lo llevó a un punto apartado donde le tomó las medidas para el uniforme.
Finalmente, la mujer le dio a James su túnica y él pagó con su dinero mágico.
En la puerta lo esperaban su madre y su padre, que habían estado hablando con unos conocidos.—¿Qué os parece desayunar en el Caldero Chorreante y después volver a comprar? —preguntó el padre de James.
¡Era verdad! ¡Con las prisas se habían olvidado de desayunar!
Ya en el Caldero Chorreante, James pidió un par de tonterías que se le antojaron: Ranas de chocolate, grageas Bertie Botts de todos los sabores, tostadas con mantequilla y mermelada...
Mientras desayunaba vio entrar por la puerta principal a un niño, más o menos de su edad lleno de cicatrices y con ojos color ámbar y mirada cansada, acompañado de su padre. El chico parecía tímido, cansado y un poco asustado. Miró con envidia las tostadas de mantequilla que se comía James cuando pasó por su lado.
James siguió a lo suyo, y los ignoró cuando salieron al patio trasero que daba al Callejón.
Quince minutos después, James y sus padres fueron a comprar el caldero, los ingredientes para pociones, los libros y la varita.
Al entrar en Ollivander's (la tienda de varitas) un hombre mayor lo recibió.
- Bienvenido, bienvenido... ¿Vienes a por tu varita, verdad?
—Claro, ¿acaso venden otra cosa en esta tienda? —preguntó James.
—No, chico —el hombre se dirigió a unas estanterías y le tendió una varita—. 16 centímetros, pelo de unicornio y un poco flexible —dijo enseñándosela.
James la cogió, pero enseguida el señor Ollivander se la arrebató y musitó:
— No.
Probaron cinco varitas más, el señor Ollivander parecía comenzar a desesperarse porque no sabía qué varita darle al niño.
—A ver... Prueba ésta... —murmuró dándole una varita—. Una varita de caoba, flexible y excelente para las transfiguraciones.
James la cogió, se empezaba a impacientar. Entonces un cosquilleo recorrió sus dedos al tener contacto con la varita y embargó todo su cuerpo.
Abrió los ojos con sorpresa, y sujetó bien la varita.
—Bien, muy bien, señor Potter —lo felicitó el anciano.
Fleamont y Euphemia (los padres de James) esperaban fuera con un gran helado de chocolate.
—¿Nos vamos ya a casa? —preguntó James desanimado— ¡Si todavía me falta la escoba!
—Cariño, los niños de primer curso no pueden usar la escoba —explicó su madre.
James frunció el ceño pero no añadió nada al respecto.
•••
El 1 de setiembre llegó anunciando el comienzo de un nuevo curso en Hogwarts.
James entró en el andén con su sonrisa arrogante, su madre de vez en cuando le daba un beso o le ponia bien la ropa.
—Ya vale, mamá —susurraba James.
Cuándo el silbato sonó James corrió con su carrito a buscar lugar. Encontró un compartimento vacío casi al final del tren donde casi nadie iba. Entró, colocó su baúl y se sentó.
Al cabo de un rato llegó un chico con el pelo largo de color negro azabache, como el suyo y ojos grises.
—¿Puedo? —preguntó.
—Claro —dijo James distraídamente mientras miraba por la ventana.
—Soy Sirius Black —se presentó el chico.
—Yo James Potter.
En muy poco tiempo Sirius y James se hicieron amigos, se reían por todo y se dieron cuenta de que tenian mucho en común.
—Y... ¿Dónde vives?
— Pues... —empezó Sirius, preguntándose si se lo debía contar a James.
— Si no quieres, no me lo digas —lo tranquilizó James. Iba a añadir algo más cuándo abrieron la puerta del compartimento.
Una niña pelirroja y de ojos esmeralda entró.
—¿Puedo sentarme con vosotros? —preguntó con aspecto asustadizo, parecida a un cervatillo asustado.
—Claro —se apresuró a contestar James.
La niña asintió y se sentó junto a la ventana, aplastando la cara contra el cristal. Ambos chicos se olvidaron de ella al instante, y volvieron a sus gritos y bromas habituales.

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Los merodeadores: Lunático, Colagusano, Canuto y Cornamenta
FantasyLos señores Lunático, Colagusano, Canuto y Cornamenta les presentan... ¡el primer curso en Hogwarts de los Merodeadores! Los personajes usados en ésta historia son de la célebre escritora J.K Rowling. 😋