FILCH, EL CELADOR

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Las clases transcurrían con normalidad, al menos para los alumnos normales, porque los cuatro jóvenes no eran normales. En una semana se habían convertido en inseparables.

No hacia falta ser un experto para saber que Remus era el que los ayudaba a todos a aprobar y hacer los deberes (les dejaba copiar). Tampoco hacia falta ser muy sabio para percibir que con James y Sirius debias ir con cuidado. Peter siempre se mantenía al margen de todo. Los niños y niñas se reían de él, de su aspecto y su comportamiento; y ahí venia cuando sus amigos embrujaban a cualquiera que se atreviera a molestar a sus amigos.

Así les iba de maravilla, pero la cosa no se acaba ahí, de vez en cuando los cuatro chicos salían por las noches de sus habitaciones, y buscaban las cocinas del colegio. Era difícil, pues el castillo era enorme, pero sospechaban que estaban cerca del Gran Comedor, para que la comida no se tuviera que aparecer muy lejos.

Ese día, James, Sirius, Remus y Peter caminaban por los pasillos. Remus les repetía incansable y pesadamente que debían acabar los deberes de transfiguración y que en cualquier momento él dejaría de proporcionarles ayuda y, por supuesto, ellos no le hacían caso.

Entonces, el tema de conversación dio un giro de 360 grados.

—Esto..., chicos..., yo... padezco de... — tartamudeaba Remus con nerviosismo—... una enfermedad que me hace faltar unos días al mes —acabó atropelladamente.

—¿Cómo se llama? —preguntó Peter.

—Pues... Los médicos no saben qué enfermedad es... —contestó, mirando de repente hacia atrás.

—¿Y cuándo vas a faltar? —preguntó James.

—Mañana, pasado mañana y el siguiente... —dijo él si emoción.

— ¡Mañana tenemos Historia de la Magia! —se quejó Sirius. E asignatura era también llamada entre ellos como "la hora de la siesta" y era la asignatura más aburrida de todas.

—Ya —replicó Remus mirándolos—. ¡Oh, vamos! Si no queréis escribir hechizad la pluma.

—Eso sería buena idea —dijo una pelirroja pasando al lado suyo—, pero sería una imprudencia por vuestra parte. Si queréis tomar apuntes, tomadlos. No hechicéis nada o se lo diré al profesor Binns —acabó fulminándolos con la mirada.

—Vamos Evans, ¡no seas aguafiestas!—exclamó Sirius, riéndose de ella.

—No deberías haber dicho eso, amigo —le susurró Remus al ver que Lily se ponía roja de la rabia.

— ¿Qué me has llamado...? —preguntó Lily lentamente.

—Cálmate Evans... Solo he dicho que... —se justificó Sirius, receloso. A nadie le gustaba hacer enfadar a Lily Evans.

—Mira, Black... No me hagas reír que para teatro, tu no vales... —dijo ella mientras un destello de furia cruzaba sus ojos—. Que sea la última vez que me haces enfadar.

—Eso lo dudo —susurró James para que lo oyeran solo sus amigos. Pero, para su desgracia, la pelirroja lo escuchó.

—Como me volváis a molestar a mi o a Severus, os digo muy en serio que se lo diré a McGonagall —los amenazó Lily.

La verdad era que Lily no estaba enfadada porque la hubieran llamado aguafiestas, sino porque para los cuatro niños, molestar a Severus era su pasatiempo favorito, y eso ponía enfadaba y llenaba de impotencia a Lily, porque su mejor amigo era objetivo de las burlas de los niños más populares de primero en lo que llevaban de semana, y eso suponía un gran problema para él.

Los merodeadores: Lunático, Colagusano, Canuto y CornamentaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora