Capítulo 2

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Alexander y Natasha comieron en silencio, disfrutando de la compañía mutua después de un largo día. El sabroso borsch olía tan bien, con sus remolachas, papas, repollo y ajo. Para Alexan­der, era lo mejor para su espíritu y su estómago, en una noche como esta. Cuando comió borsch y pan ruso hasta satisfacerse, alejó su plato y se estiró hacia atrás, en la silla.
-Algo te está molestando esta noche -se aventuró Natasha-. Y a mí no me parece que sea nada más que el tiempo.
-Eres sabia, Tash -Alexander le sonrió, y luego fijó  su mirada en el plato.
Cuando ella no se levantó para limpiar la mesa, él finalmente levantó la vista y asintió con la cabeza.
-Tienes razón. Algo me está molestando, pero no creo que ten­ga arreglo. Estoy desanimado -suspiró, y sacudió la cabeza lentamente-. La economía no anda bien ahora, y los precios están au­mentando por todas partes. Necesito un aumento de sueldo y tú también. Han pasado tres años desde que te aumentaron dos rublos por mes. Ya no es suficiente.

Ella apoyó su mano sobre la de él, pero no dijo nada.
-A veces, me parece que la vida no tiene sentido -espetó-. Quie­ro decir, ¿cuál es el sentido de todo? ¿Por qué estamos aquí? ¿Qué po­demos esperar? Seguramente, tiene que haber algo más en la vida que solo levantarse a la mañana, comer, ir a trabajar, volver a casa, comer nuevamente y acostarse otra vez. ¡Tiene que haber algo más! ¡Tiene que haber una razón para la vida; un sentido para nuestra existencia!
"¡Piensa en esto! -siguió diciendo-. Los bebés nacen, crecen, se casan y tienen sus propios bebés. Si tienen suerte, llegan a viejos y conocen a sus nietos. Y luego, se mueren".
Sacudió la cabeza nuevamente.
-Pero, esa es la cuestión, Tasha. Tiene que haber algo más, en la vida, que solo la rutina regular de la vicia que viene y va cada día.
Narasha se sintió triste, al ver así a Alexander. Alex no era que­joso; no estaba en su naturaleza serlo. Era un buen hombre, un buen trabajador, y no tenía inclinación a envidiar lo que otros tuviesen. Siempre tenía la palabra justa en el momento oportuno, para asegu­rarle a Natasha su amor y recordarle el futuro que tendrían juntos.

Cuando  el  padre  de Natasha  murió  inesperadamente,  fue Alexander quien hizo todos los arreglos. Las hermanas y la madre de Natasha estaban demasiado confundidas como para atender los detalles; y aun su hermano no sirvió de mucho para hacer los prepa­rativos necesarios para el funeral.

Pero, hoy las cosas eran diferentes, y Natasha tenía que admitir que se había dado cuenta de que algo lo había estado preocupando últimamente. Parecía estar deslizándose hacia un estado de depre­sión que no podía sacudirse de encima. Era como si estuviera lu­chando con algo invisible; algo que acechaba bajo la superficie de su sencilla existencia, como decía él.

Y esa era justamente la  cuestión. Porque no era algo común;  pa­recía que Alexander no lo podía arreglar. Él era un hombre fuerte y orgulloso, pero esta noche, Natasha sentía que solamente tenía que escucharlo y dejarlo hablar. Quizás eso lo ayudaría.

Unos golpes repentinos en la puerta interrumpieron sus pensa­mientos. Los dos se miraron. ¿Quién podría ser? Por el sonido de los golpes, debía de ser un extraño; y a esta hora de la noche, eso podía ser un problema.

Alexander se paró para abrir la puerta. ¿Sería un vecino? ¿La policía? O, aun más serio, ¿la KGB? Alexander vaciló al llegar a la puerta, mientras recordaba historias que le habían contado algunos de sus vecinos. Cuando la KGB llamaba, siempre había razones. Y a veces, aunque un hombre y su familia fueran inocentes, igualmente pagaban el precio. Ese era el nombre del juego cuando se trataba de la KGB: temor e intimidación. A la policía secreta, a veces, se le "pasaba la mano"; pero ¿quién iba a detenerlos? La mayoría de las personas tenía demasiado miedo como para desafiar al sistema. De vez en cuando, la KGB se metía en líos políticos, y entonces tenían que abrirse camino con engaños, para salir de los líos en los que se habían metido. Pero generalmente, la KGB vivía por encima de la ley y hacía lo que se le daba la gana.

Alexander dio vuelta la llave en la cerradura, quitó el pestillo y abrió apenas la puerta. Para su alivio, no era la KGB; ni siguiera la policía. Era un extraño bien vestido, con una camisa blanca, corbata y un saco de vestir.
-¡Hola! -saludó el apuesto extraño a Alexander-. Me llamo Leonid Serkovsky. Vendo libros con buenas noticias a los hogares de este vecindario.
-¿Buenas noticias? -se rió Alexander, abriendo más la puerta. Para este momento, se le había pasado el alivio inicial de no tener que lidiar con la policía secreta.
-¿Qué buenas noticias podría haber? -argumentó-. El invierno no termina; el pan aumentó de precio; el administrador de estos departamentos se negó a darme el permiso que le pedí hace meses para hacer unos arreglos en mi departamento -Alexander entrece­rró los ojos, mientras miraba al vendedor de libro-. ¡ Y he estado con dolor de cabeza desde el mediodía!
-Veo que no has tenido un buen día -dijo Leonid, mientras sacudía la cabeza-. El estrés no es bueno. Felizmente, los libros que tengo pueden ayudar a darle nuevo significado y paz a tu vida.
-¡No tenemos tiempo para nada que cueste dinero!
-¿Te gusta leer, camarada? -Leonid era persistente.
-No nos interesa -Alexander hizo ademán de cerrar la puerta,
pero repentinamente Boris y Lexi se abrieron paso para pararse de­lante de él y comenzar a olfatear al extraño.
-¡Boris, Lexi, atrás! -Alexander trató de tirar de los perros para alejarlos de Leonid, pero ellos se soltaron y siguieron restregándose contra Leonid, para llamar su atención.
-Qué lindos perros tienes -dijo Leonid-. Cuando era chico, yo también tuve un husky siberiano. Se llamaba Gosha. Fue el mejor amigo que tuve alguna vez -comenzó a acariciar el pelaje de Lexi-. Tus perros me recuerdan mucho al mío.

Alexander se sorprendió por la facilidad con que el extraño manejó a sus perros, y comenzó a relajarse. Sonrió, a pesar de su impaciencia.
-Sí, puedo ver que les gustas. Nunca los he visto tan amigables con un extraño.

-Gracias -los ojos de Leonid se iluminaron-. Solo necesito unos minutos de su tiempo. Como mencioné antes, tengo libros aquí, en mi bolso, que traerán esperanza y nuevo sentido a tu vida. Libros buenos, que se pueden leer una y otra vez durante los largos meses invernales.
-Hmmmmm. ¿Qué libro no puede volver a leerse una y otra vez? Para eso son los libros, ¿ no es cierto?
-Es verdad -Leonid sonrió ante el humor de Alexander-. Pero, estos libros pueden hacer mucho más -dijo sacando una Biblia de su bolso.

-Este libro, aquí, tiene todas las respuestas para las preguntas de la vida acerca del bien y el mal en el mundo. Y este otro libro es sobre la historia de la iglesia cristiana, desde los tiempos romanos hasta nuestros días -Leonid levantó el segundo libro-. Se llama El gran conflicto.

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