Capítulo 6

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Alexander se quedó mirando expectante a Leonid.
-¿Y el hombre resplandeciente de su sueño venía de parte deDios?
-Creo que sí -asintió Leonid reverentemente-, porque en su sueño, la mujer vio los títulos de los dos libros en las manos del hombre.
-¿Los títulos? -los ojos de Alexander se abrieron grandes.
-Sí, los títulos.
-Y ¿cómo se llamaban esos libros?
Leonid sacó un ejemplar de la Biblia y otro de El gran conflicto de su bolso.
-Estos dos libros.
Natasha respiró entrecortadamente.
-¿Los mismos que tú nos vendiste?

Un santo silencio pareció descender sobre la pequeña sala del departamento, y Natasha apoyó sus manos sobre su corazón.
-Los mismos -dijo Leonid mirando a Natasha y a Alexander, dejando que el impacto de sus palabras se asentara.
-¡Eso es asombroso! -respondió Natasha apenas pudiendo creer lo que escuchaba-. Verdaderamente, este es un milagro directo del Cielo. Dios respondió la oración de la babushka de una manera po­derosa, y tú eres prueba viviente de ello, Leonid. ¡Qué privilegio el nuestro, de oír esta historia del hombre de Dios que lo vivió!
-Fue realmente un milagro -concordó Leonid-, y la mujer se sorprendió tanto que se puso a llorar. Una y otra vez repetía "¡Slava boag! ¡Slava boag! ¡Alabado sea Dios! ¡ Alabado sea Dios!
-Gracias por contarnos esta historia -dijo Alexander, estre­chando la mano de Leonid-. Como hiciste con esa mujer, nos has traído esperanza y una nueva vida por vivir.
-¡Alabado sea Dios! ¡Slava boag! -respondió Leonid humilde­ mente.
-¡Slava boag!-repitió Alexander, haciéndose eco.

Los tres estudiaron la Biblia un poco más, y luego Leonid dijo que tenía que ir a visitar a su madre.
-Gracias nuevamente, Alexander, Natasha. Dios los bendiga.
Ahora, recuerden: Dios promete, en su Santa Biblia, que no debe­mos preocuparnos. Él cuidará de nosotros.
Leonid levantó la Biblia y dijo:
-Este libro dice: "No teman, porque yo estoy contigo. No se turben, porque yo soy tu Dios. Yo te fortaleceré y te ayudaré, y te sostendré con mi poderosa mano".
-¿Podemos encontrar estas palabras en nuestra nueva Biblia?
-los ojos de Alexander se iluminaron, mientras sostenía su propio
ejemplar del Libro Sagrado.
-Sí, pueden. Se encuentra en una sección llamada Isaías, capí­tulo 41,  creo.
Leonid sonrió y se arrodilló.
-Y ahora, antes de irme, oremos para que Dios los guarde en la palma de su mano, para protegerlos.

A lexander y Natasha se arrodillaron en la gran alfombra redon­da en el centro de la sala. Inclinaron la cabeza, mientras Leonid oraba al Dios del universo, que estaban comenzando a amar.
-Padre nuestro, te agradecemos mucho por cuidar de nuestra vida cada día con tu amor -oró Leonid-. Sabemos que te interesas en nosotros porque somos tus hijos. Por favor, quédate con Alexan­der y con Natasha, mientras comienzan su camino hacia tu Reino. Hazles saber que es tu Palabra la que puede darles las respuestas que necesitan para vivir una vida feliz. Por favor, guarda sus pasos cada día, hasta que nos veamos nuevamente. Y ven pronto para lle­varnos a casa, querido Señor. En el nombre de Jesús oramos. Amén.

-Tengo que pedirles un favor especial -dijo Leonid cuando se pusieron de pie- Voy a irme en tren esta noche a Sokolovo, y no volveré hasta dentro de dos días. Pero tengo esta caja de libros con­migo, que he estado entregando hoy a algunos de mis clientes.

Levantó la caja que estaba sobre el piso de la cocina.
-Lamentablemente, no pude entregarlos todos, porque algunas de las personas no estaban en sus casas, y ahora ya es muy tarde. No tengo tiempo de llevar los libros nuevamente a mi departamento, antes de ir a la estación del tren -dijo mirando su reloj-. Tengo que irme inmediatamente. ¿Sería posible dejar esta caja de libros aquí, con ustedes, hasta que vuelva de mi viaje? Los recogeré cuando vuelva.

Alexander dio unas palmadas sobre el hombro de Leonid.
-¡Por supuesrol ¡Nos sentiremos felices de poder ayudarte! ¡Cualquier cosa, para ayudar a un hombre de Dios!
Leonid respiró aliviado.
-¡Muchas gracias! ¡Ustedes son buenos amigos! Ahora, no ten­go que correr tanto para llegar a la estación.
Alexander tomó la caja.
-Quizá tengamos tiempo de mirar algunos de estos libros, an­tes de que vuelvas a buscarlos -dijo sonriendo como un niño, mien­tras Natasha se reía.
-No lo creo -dijo ella, mientras le quitaba la caja con libros y la llevaba a una habitación que usaban como depósito-. Estaremos demasiado ocupados leyendo los libros que compramos.

Y tenía razón. Cada mañana, antes de que Alexander se fuera, trataban de hacerse unos minutos para leer mientras desayunaban sus huevos, pan negro y kasha, un tipo de gachas hechas con trigo sarraceno y servidas calientes con crema agria. Y luego, apenas lle­gaba Alexander de regreso a su casa cada noche, cenaban y lavaban la loza apresuradamente, para poder pasar todo el tiempo posible con los libros. Aun así, a menudo leían hasta tarde por la noche.
-¡Esto es tan emocionante! -admitió Natasha la segunda noche en que leían juntos los libros-. ¿Qué vamos a hacer con nuestro tiempo, cuando terminemos de leer los libros?
-Eso es fácil -se rió Alexander-. ¡Los leeremos enteros otra vez!
-¡Y otra vez! ¡Y otra! -se unió, entusiasmada, Natasha.

Una paz especial pareció depositarse sobre ellos, mientras leían juntos. A la mañana siguiente, Alexander bromeó con Natasha an­tes de irse a trabajar.
-No te pongas a leer trozos de los libros mientras yo estoy en el trabajo hoy.
-¡Ya lo sé! -respondió Natasha, con una sonrisa dulce-. Los vamos a leer juntos la primera vez -le dio un abrazo-. De esa manera, me puedes explicar las cosas desde un punto de vista histórico. Nunca fui muy buena en Historia.

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