Capítulo 11

78 8 0
                                    

Oh, Alexander -corrió a recibirlo a la puerta-, estoy tan feliz  de que hayas llegado a casa.¡Pensé que este día no
iba a terminar nunca!
Lo abrazó con mucha fuerza, como si tenerlo allí haría que todos sus problemas desaparecieran.
-He estado preocupada todo el día, y orando, como tú dijiste; pero, me siento muy mal.
Ella lo miró ansiosamente a los ojos.
-¿Se te ocurrió alguna manera en que podamos conseguir el di­nero para pagar los libros;
-No -dijo Alexander mientras, desalentado, dejaba caer la ca­beza-. Pero, también estuve orando -los ojos se le iluminaron un poco-, y sé que todo saldrá bien. Tiene que ser así -suspiró mien­tras se quitaba el abrigo-. Tenemos los libros nuevos y la verdad que estos nos han traído, y nos tenemos el uno al otro. Eso vale más que cualquier otra cosa, ¿no te parece?
-Sí -Natasha parecía esperanzada por primera vez en el día-.
Creo que tienes razón.
-Y encontraremos la manera de pagar esos libros, siempre y cuando Leonid esté dispuesto a esperar un poco -Alexander miró confiado a su hermosa esposa-. Y he pensado en algo más. Si tene­mos que pagar los libros, seremos dueños de ellos. ¿Quién sabe? Quizá, Dios haga algo especial con esos libros de alguna manera.

Natasha lo miró, con una mirada de perplejidad en el rostro, pero luego sonrió y le dio otro abrazo.
-Creo que eso es posible. ¿Acaso no leímos con leonid, en algu­na parte de la Santa Biblia, que con Dios todo es posible? El sol se estaba poniendo, y sus últimos rayos de luz dorada se colaban por la ventana de la cocina. Durante unos pocos minutos, el calor de la cocina y la quietud del momento capturaron algo espe­cial para la joven pareja rusa. Sabían que leonid vendría esa noche a buscar sus libros; en realidad, llegaría en cualquier momento. Pero ya esto no los atemorizaba, como temprano esa mañana. Todavía no tenían ningún plan, pero la paz de Dios estaba en su hogar, de manera que nada más parecía importar.

Y de repente, alguien estaba golpeando a la puerta, y ellos sa­bían que debía ser leonid. Había llegado el momento de la verdad, y ambos se miraron, buscando fuerzas en el otro.
-¡Oh, Alexander! ¿Ya está aquí? -los ojos de Natasha repenti­namente se llenaron de angustia nuevamente-. ¿Qué le diremos?
Alexander se acercó a la puerta.
-Si es él, tenemos que decirle la verdad, y debemos hacerlo aho­ra. ¡Terminemos con esto!
Abrió la puerta, y allí estaba leonid nuevamente; el apuesto y joven vendedor.
-¡Alexander! ¡Natasha! ¡Qué bueno verlos! -dijo sonriendo-. ¿Cómo han estado? Estuve pensando en ustedes toda la semana, y esperando pasar tiempo juntos otra vez.

Boris y lexi estaban exultantes de ver a leonid. Boris le saltó como si siempre hubiera sido un miembro de la familia. leonid sonreía como un niño escolar, y esto hizo que Alexander se sintiera más nervioso, al verlo tan feliz. No podía evitar preguntarse cómo se sentiría Leonid cuando le dijeran la verdad acerca de los libros.
-¡Nosotros también hemos estado esperando que regresaras!
-Alexander trató de encubrir sus verdaderos sentimientos-. ¡Pasa!
¡ Es bueno verte nuevamente! ¿Cómo fue tu viaje

-¡Dios es bueno! Tuve un buen viaje. Mi mamá no se ha esta­do sintiendo bien en estos últimos meses, pero ahora, ¡alabado sea Dios!, está mucho mejor. Mi pastor vino a visitarla, y oramos y la ungimos, para ayudarla a sentir mejor -Leonid tenía una mirada de santa paz en el rostro.

Alexander pensó en lo que Leonid decía. ¿Habían ungido a su madre? Fuera lo que eso fuese, sonaba interesante, pero luchó con­tra su curiosidad. Tendrían mucho tiempo para hablar de eso más tarde. Ahora, lo único que quería era darle la noticia de los libros arruinados, y sacarse eso de encima. Antes de decir cualquier otra cosa, o siquiera acerca de la taza de té acostumbrada, que pudiera encubrir la verdad, Alexander quería decir lo que tenía en la men­te. Esto era importante. ¡Ya les había quitado suficientes horas de felicidad y paz!
-Leonid ,  siéntate, por favor -invitó Alexander a su visitante, antes de perder el valor de decir lo que tenía que decirle-. Tenemos malas noticias para ti. Nosotros ... -Alexander trató de juntar va­lor-. Esto es algo muy difícil de decirte, Leonid. Pero. . .
Natasha no pudo soportar más la tensión y, para sorpresa de Leonid, se echó a llorar.

Biblias para el desayunoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora