Capítulo 7

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El domingo de noche, el tiempo estaba un poco más cálido, y para sorpresa de Alexander y de Natasha, aparecieron el tío Vi­telli y la tía Marina. Todos estaban emocionados de estar juntos otra vez, después de haber estado encerrados durante el largo invierno. Y, por supuesto, Boris y Lexi estaban ansiosos de entrometerse en todos los abrazos y los besos que se estaban extendiendo.
Fue una noche espectacular, mientras los hombres discutían sobre el clima y la política, y las mujeres hablaban de los últimos chismes.

-¡Alexander! ¡Natasha! Tengo que hacer un anuncio -dijo el tío Vitelli con la pompa de un rey-. ¡Estoy pensando en comprar un auto viejo!
-¿Un auto? -la boca de Natasha se abrió, sorprendida-. ¿Tienes dinero para comprarlo? Los autos son muy caros. No creo conocer a alguien que renga uno.
-He estado ahorrando durante años -se jactó el tío Vitelli-, ¡y me voy a comprar un auto! A Marina no le gusta mucho la idea, pero ya le va a gustar cuando pueda andar en él.
-¡Esa sí que es una noticia! -Alexander estaba claramente en­tusiasmado-. ¿Dónde lo vas a comprar? ¿Alguien tiene un auto en venta? Debe de estar roto, si lo quiere vender.
-Todos los autos tienen problemas -dijo el tío Vitelli,  haciendo un gesto con la mano, como para dejar de lado la idea-. Es pequeño y es viejo, pero lo estoy consiguiendo a muy buen precio. Un amigo que trabaja en la oficina de Contabilidad de mi edificio dijo que tenía que venderlo.

Alexander escuchó con las cejas arqueadas. Estaba esperando el inevitable lado malo de un negocio así. En Rusia, pocas personas podían darse el lujo de tener un auto, así que, debía de haber una trampa.
El tío Vitelli vaciló, y luego agregó, con ademán ostentoso:
-No funciona. Está en un depósito allí, donde trabajamos, pero el administrador del edificio dijo que hay que sacarlo de allí.
El tío Vitelli sonrió de manera triunfante.
-Lo he visto, y se ve bien. Llevé a mi sobrino para revisarlo, y dice que necesita trabajo, pero que él me ayudará a arreglarlo, si se lo presto de vez en cuando.
-Bueno, eso está bien -sonrió Alexander-. Y ¿cuánto cuesta el auto?
-Seiscientos rublos.
-¿Seiscientos rublos? Ojalá yo tuviera todo ese dinero -confesó
Alexander-. Pero no lo usaría en un auto, por cierto.
-¿No? Y ¿en qué lo gastarías?
-No sé. Quizás en viajar. En buenos libros. ¿Sabes los libros te pueden llevar a cualquier parte, y cuestan mucho menos que el viaje real.
El tío Vitelli sonrió
-Ah, sí, me encanta leer; pero andar en auto por el camino en un lindo día de primavera es mucho mejor que leer acerca de un viaje así.
-Tienes razón -se rio Alexander.

Por este entonces, Natasha y la tía Marina ya habían vuelto a temas más interesantes para ellas, como el precio de las remolachas en el mercado y dónde podían conseguir un par de medias nuevo, o dónde se iba a teñir el pelo la tía Viktoriya. Pero, los perros se estaban poniendo inquietos otra vez. Boris tomó con la boca uno de sus juguetes y rogaba al tío Vitelli que ju­gara con él. Luego, saltó sobre el sillón de la tía Marina y comenzó a ladrar tan fuerte que nadie podía escuchar lo que decía el otro.
-¡Oh, Boris! ¡Abajo! -lo reprendió Alexander-. ¿Es esa la ma­nera de tratar a nuestros invitados? ¡Qué vergüenza! Natasha, pon­gamos a los perros en la pieza de atrás. Allí se quedarán callados, y podremos tener un poco de calma y de paz.
-Buena idea -dijo Natasha, mientras continuó-. Lo siento tanto. Deberíamos haber hecho eso hace rato. Boris es un cachorro to­davía, y siempre se está metiendo en todo. ¡Es muy travieso! ¡Mas­tica todo lo que encuentra! Cuando Lexi tuvo su última camada de cachorros, los regalamos a todos, pero, de alguna manera, nos encariñamos con este.
Ella acarició el pelo del mello de Boris y lo rascó debajo de la barbilla, mientras le hablaba como a un bebé.
-¡Vamos, bebote! ¡Eres un perro muy grande, ruidoso y torpe!
Pero, de todas maneras, ¡te queremos!
Lo tomó del cuello, y llevó a los dos perros hacia la parte de atrás del departamento.
-Entren aquí. Y ¡pórtate bien, Boris! ¡Ven, ven! ¡Buen perrito! -dijo Natasha mientras lo metía en el depósito-. ¡Quédate aquí con tu mamá; aquí, donde debes estar!
Por primera vez en la noche, hubo silencio.

Las dos mujeres prepararon entonces una cena caliente, y ¡qué comida espléndida fue! Había borsch colorado hecho con remola­chas, repollo y zanahorias. Gruesas rodajas de pan ruso, fetas de queso de cabra importado de la región báltica y, por supuesto, el té que se ofrece en todas las comidas rusas. Para el postre, Natasha trajo una de sus famosas torras prianieki.
-Hablando de libros -dijo Alexander, volviendo a la conversa­ción que estaban teniendo antes de la cena-, el otro día compramos dos libros nuevos.
-¿Libros nuevos? -el tío Vitelli levantó las cejas-. ¿De qué tipo?
-Libros de Historia, de religión; acerca del futuro.
-Te encantarían, tío .
Natasha se metió en la conversación ahora, mientras sus ojos se iluminaban.
-Especialmente, el que habla de historia religiosa.
-¿Tan bueno es?
-¡Absolutamente! No podemos parar de leer. El libro comienza con la historia de los judíos en el Imperio Romano durante el primer siglo de la Era Cristiana. Luego, sigue con la historia pos­terior del Imperio Romano. En este momento, estamos leyendo acerca del Renacimiento y la Reforma en Europa, en el siglo XVI.
-Hmmmm, y ¿cómo se llama el libro?
-Se llama El gran conflicto.

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