Capítulo 13

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La mirada de confusión en el rostro de Natasha era verdadera­mente asombrosa. Al principio, ella y Alexander solo se que­daron mirando la caja, pero luego Alexander comenzó a sacar los libros de la caja, uno por uno. Para su asombro, no había ni siquiera un solo libro con marcas. Las hojas no tenían marcas de dientes en ellas, y  estaban en los libros como si nunca hubiera habido algo fuera de lugar. Natasha y Alexander se quedaron mudos.

-¡Es un milagrol ¡Es un milagro! -comenzó a repetir Alexan­der una y otra vez-. ¡Estaban todos rotos y despedazados! ¡Estaban arruinados! -dijo, mientras miraba a Leonid-. ¡Había marcas de dientes aquí, Leonid! ¡Te lo juro! ¡Y había muchas hojas sueltas! ¿Cómo puede ser esto?
-¡Es verdad! -susurró Natasha-. Los libros estaban todos mordidos y comidos. ¿Dónde se fueron? ¡Nosotros los vimos! ¡Había más de una docena de libros destruidos, y estaban aquí, en esta misma caja!
Leonid sonreía ahora. Miró a Alexander, luego a Natasha y de vuelta a Alexander.
-¡No, de verdad! -protestó Alexander, incrédulo y maravillado, mientras observaba la expresión en el rostro de Leonid-. ¡Nosotros vimos los libros con nuestros propios ojos! ¡De veras! ¡Esta mañana estaban en la pieza del fondo, hechos pedazos, rotos! ¡Había pedazos por todas partes, y los recogimos y tratamos de arreglarlos como mejor pudimos!
Narasha asintió con la cabeza.
-Y estábamos muy enojados con los perros. Boris todavía es un cachorro, pero nos sentimos muy mal por lo que había hecho. Está­bamos tan preocupados por qué te diríamos y, y...
Leonid seguía sonriendo.

-Dios proveyó -dijo finalmente-. Dios escuchó sus oraciones, Alexander y Natasha, porque ustedes clamaron a él. Él, en su poder, recompensó la fe   de ustedes porque confiaron en él.
-¡Es así! ¡ Es así! -exclamó Alexander, en gozosa reverencia, mientras contemplaba los libros otra vez, y mientras tomaba la mano de Natasha en la suya-. ¡Oh, Natasha! ¿Cómo podemos vol­ver a dudar del poder de Dios? ¡Este es un milagro directo del Trono de Dios en el cielo! -inclinó la cabeza-. Dios sabía que no podíamos arreglar los libros por nosotros mismos, ¡así que, debió haber enviado a sus ángeles para que los arreglaran!
Natasha se quedó mirando a su esposo.
-¡Es verdad! -sus labios comenzaron a temblar nuevamente-.
Dios y sus ángeles nos han cuidado. Han venido a nuestro hogar, y nos bendijeron con ayuda celestial . ¡Slava boag!
Ella cayó una vez más sobre sus rodillas en el piso de la cocina, con una mirada de dulce reverencia en el rostro. Leonid y Alexander se arrodillaron al lado de ella, e inclinaron la cabeza reverentemen­te, ante el increíble milagro tan claramente demostrado en favor de ellos.

Boris y Lexi no sabían qué hacer, pero parecían captar el profun­do significado del momento. Se echaron, apoyaron la cabeza sobre el piso entre sus patas, y esperaron en silencio.
-Señor, Dios de nuestros padres -oró Leonid-. Estamos arrodi­llados, maravillados, delante de ti esta noche. Tú eres fiel, Señor, y tus misericordias son nuevas cada mañana. Gracias por este asombroso milagro que ha restaurado los libros extraordinarios que el diablo quería destruir. ¿Cómo podemos agradecerte por este rega­lo? Oro para que nunca dudemos otra vez, por la bondad que nos has mostrado en este día.

No fue una oración larga, pero ciertamente fue una oración de agradecimiento por el maravilloso milagro que Dios había realiza­do. Era claro que Dios había intervenido y restaurado los libros. Era incuestionable que lo había hecho de una manera profunda, para que nadie pudiera dudar de ello.

Y luego Alexander oró también, de manera sencilla. Dios, en su misericordia, había enviado a sus ángeles desde el cielo para reparar los libros, y Alexander solo podía dar el crédito a quien le corres­pondía. Era la primera vez que podía decir que había visto un mila­gro de proporciones sobrenaturales, y su oración fue su testimonio.

Cuando finalmente se levantaron de sus rodillas, Natasha se secó las lágrimas de los ojos una vez más.
-Nunca olvidaremos este día mientras vivamos, Leonid. Tú nos trajiste la Palabra de Dios. El diablo trató de arrebatárnosla, pero los ángeles de Dios nos la trajeron nuevamente.

Y luego miró a sus dos perros.
-¡Boris y Lexi! -dijo ella con cariño, mientras les acariciaba la cabeza-. Quizá no sean tan traviesos como pensábamos. Ustedes decidieron que la Palabra de Dios era buena también para ustedes, así que se comieron las Biblias en el desayuno.
-¿Biblias en el desayuno? -se rió Leonid-. ¡Eso es algo nuevo para mí!
Y todos se rieron, mientras Boris y Lexi corrían alrededor de la mesa de la cocina, ladrando como si lo hubieran entendido comple­tamente.

Biblias para el desayunoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora