Capítulo 12

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Leonid se daba cuenta de que algo estaba muy mal, pero a pesar de la ansiedad de Alexander y de Natasha no tenía idea de qué podía ser. ¿Estaría enfermo alguno de los dos ? ¿Habrían cometido un crimen o  alguna otra cosa? Natasha estaba llorando tan fuerte que apenas podía entender lo que decía, pero de pronto comenzó a darse cuenta de lo que estaba tratando de decir, a medida que salían a la luz, uno tras otro, los horribles detalles.
-¡Oh, Leonidl Los perros han destruido tu hermosa caja de li­bros. ¡Se los comieron todos! Lo lamentamos tanto. Hemos pensado cómo, cómo . . .  - y se echó otra vez a llorar.

El vendedor de libros se quedó sentado allí, con una expresión de bondad en el rostro. Los miró con tanta compasión y simpatía que Alexancer pensó gue no había entendido lo que Natasha ha­bía dicho.
Alexancler miró a Leonid, con los ojos llenos de tristeza.
-Anoche vinieron unos parientes a cenar -dijo-, y pusimos a los perros en la pieza de atrás, porgue no se quedaban quietos. Y los dejamos allí toda la noche, por accidente -Miró a Natasha y dejó caer la cabeza-, en la misma habitación donde pusimos tus libros cuando te fuiste, y nos olvidamos de ellos, y los perros se metieron con el cajón de libros y los destruyeron. Estamos muy enojados con los perros -agregó-, pero no· pudimos hacer nada al respecto.

Era triste oír la historia, pero Leonid no se inmutó.
-¿Dicen gue los perros se los comieron?
-¡Los mordieron a todos! -agregó Natasha-. Y los destrozaron
y los destruyeron. ¡Qué vergüenza! -dijo aspirando-. ¡Eran libros de Dios! ¡Maravillosos! No te imaginas cuánto lo lamentamos. Y ahora vamos a pagarlos. Es lo único gue podemos hacer.

Leonid se conmovió por la confesión de la joven pareja.
-Natasha, Alexander -sonrió-, tienen razón. Es una mala no­ticia para todos. Pero no es una mala noticia para Dios. Dios es el dueño de todos los libros que hay en el mundo. Si él permitió que Boris y Lexi arruinaran los libros, entonces es cosa de él. Él se ocu­pará de esto a su manera.

Pero Natasha no estaba tan segura. Aspiró nuevamente en me­dio de sus lágrimas, y luego miró a Boris y a Lexi, que estaban echados tranquilamente debajo de la mesa.
-¡Boris! ¡ Perro malo! -le dijo bruscamente-. No deberías ha­berte comido los libros. ¡Y Lexi! ¡Tú no ayudaste, tampoco!
Los perros miraron para otro lado, y hundieron más la cabeza y el cuerpo contra el piso. Era como si entendieran lo que ella decía, y estuviesen tratando de mantener un bajo perfil por ello.
-Bueno, bueno, se portaron mal -sonrió Leonid-; pero, Natasha, Dios también ama a sus criaturas. Él hizo a Boris y a Lexi. Lo que hicieron es algo natural para ellos. No debes sentirte mal con ellos o contigo misma por esto.

Leonid apoyó una mano sobre el hombro de Alexander.
-No podemos culparnos siempre a nosotros mismos cuando las cosas no salen como queríamos. Recuerden: las personas son más importantes que las cosas, aun si hablamos de libros sagrados.

Entonces, se agachó y dio unas palmaditas a Boris en la cabeza.
-Dios es un Dios de milagros. No está limitado por nuestros problemas terrenales. Solo por nuestra fe.
Entonces comenzó a contarles más historias de la Biblia, en las que Dios transformó los desastres en milagros. Les contó la historia de cómo Dios utilizó diez plagas para ayudar a los israelitas a huir de la esclavitud en Egipto, y el milagro de cómo cruzaron el Mar Rojo sobre tierra seca. Les habló de Daniel, quien fue arrojado al foso de los leones porque se negó a deshonrar a Dios, y cómo Dios cerró la boca de los leones. Les contó historias acerca de los mila­gros que Jesús hizo para liberar a las personas del horrible poder de Satanás.
Natasha y Alexander miraban a Leonid sin poder creer lo que oían. ¿Quién era este joven? De verdad, ¿quién era? Su nombre era Leonid y era vendedor de libros cristianos, pero ¿quién era real­mente? ¿Cómo podía perdonarlos así nomás? ¿Cómo podía olvidar que sus perros habían destruido más de una docena de libros santos escritos y dedicados a divulgar el evangelio? Ahora sabían que era verdaderamente un santo hombre de Dios, listo a ponerse de su lado en la hora de su necesidad.
Podían darse cuenta de que Leonid realmente creía en el poder de Dios. Podían ver la convicción de fe en sus ojos, y el hecho de que los libros arrui nados no lo frustraba en lo más mínimo. Era realmente sorprendente, y los ayudó a convencerse de que quizá Dios tampoco estaba molesto con ellos por los libros arruinados.

Entonces todos inclinaron la cabeza, mientras Leonid oraba para que todo obrara para bien; que Dios se ocupara de los libros arrui­nados y los bendijera, a pesar de todo lo que había pasado.

Cuando terminó de orar, Natasha expresó sus pensamientos de que quizá Satanás podría haber sido responsable, en parte, de lo que había pasado con los libros.
-Leonid, nos preguntábamos si sería posible que el diablo no quiera que estos libros se vendan -ella levantó las cejas con expec­tativa-. Y que por esto, quizás, hizo que los perros hicieran algo así.
Leonid le sonrió.
-Es posible, absolutamente posible. Y yo creo que, probable­mente, esta sea la principal razón por la que los perros arruinaron los libros. Satanás no quiere que estos buenos libros sean leídos, porque traen la verdad de la salvación a quienes los tienen y los leen.

Los ojos de Natasha todavía se veían tristes, pero Leonid podía ver que estaba comenzando a relajarse.
-Tráeme los libros -pidió Leonid finalmente-. Tal vez no sea tan malo como ustedes dicen. Quizá se pueda hacer algo para arre­glarlos, después de todo.
-¡Oh, no, Leonid! -dijo Natasha, mirando a Leonid con los ojos grandes como dos platos-. No se puede hacer nada por esos libros
-insistió-. ¡Es tán completamente arruinados!
-Bueno, entonces, ¡Boris y Lexi, veamos qué es lo que han hecho! -dijo Leonid, mirando serio a los perros.

Natasha sacudió la cabeza, y luego se dirigió a un depósito en el pasillo y sacó la caja con libros .
-Mira, hasta la caja está mordida -dijo, y luego colocó la caja sobre la mesa de la cocina y comenzó a abrirla.
Todavía tenía los ojos colorados e hinchados de llorar.
-Pusimos todos los pedazos de los libros rotos aquí adentro. Es una pena, porque ...

De repente, dio un grito ahogado.
-¡Alexander! ¿Qué pasó aquí? ¿Cómo puede ser  -exclamó, mien­tras miraba dentro de la caja-. ¡No puedo creer lo que ven mis ojos! Alexander y Leonid se pusieron de pie de un salto, y vinieron a mirar lo que había dentro de la caja.
-¡Es imposible! -seguía exclamando Natasha-. ¡Es imposible! ¡Y realmente era imposible!

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