Capítulo 4

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Alexander y Natasha nunca antes habían oído estas cosas. Lo que Leonid les había dicho era verdaderamente asombroso.

Era como si sus mentes fueran esponjas, que se llenaban de todas las cosas buenas que él les estaba compartiendo acerca del plan de salvación de Dios para el mundo. Pero, lo más importante, el Señor estaba conmoviendo sus corazones personalmente, haciéndoles ver todo desde una nueva perspectiva.
La pareja estaba sentada lado a lado en el sofá, escuchando a este joven mientras les hablaba desde el corazón. Leonid les habló de la creación del mundo y la caída del hombre, y acerca del pueblo escogido de Dios a lo largo de las edades. Y todas las cosas que les decía parecían tener sentido, aunque eran temas que no habían oído nunca.

La Creación y la Evolución eran ejemplos clásicos. Ni Alexander ni Natasha eran cristianos, así que, por supuesto, habían aprendido solo la Teoría de la Evolución en las escuelas rusas. Nunca habían oído acerca de una explicación alternativa de cómo se formó este mundo. No sabían que solo un grupo de personas en la Tierra real­mente creía estas ideas de la evolución, que los peces podían con­ vertirse en anfibios; los anfibios, en lagartos; y luego, los lagartos en aves.
Pero ahora, para Alexander, la idea de la Creación era como una ventana abierta. Parecía liberarlo, para expresar todas las cosas que había querido decir acerca de lo necia que sonaba la Teoría de la Evolución.
-Siempre me pregunté si, siendo que alguna vez en la historia los monos llegaron a ser hombres, ¿sería posible que los hombres se convirtieran en monos nuevamente? -exclamó.
Todos se rieron de eso, y Natasha tuvo que admitir que a veces Alexander se comportaba más como mono que como hombre.

Luego, Leonid les contó la historia del Edén, y de cómo Satanás usó una serpiente para engañar y hacer que Adán y Eva comieran una fruta, cómo cayeron ellos en su engaño y cómo se escondieron de Dios cuando los buscó al atardecer. Alexander y Natasha se que­ daron atónitos, cuando oyeron que se tenía que sacrificar un cordero para representar al Salvador que un día vendría a salvar al mundo del pecado. Y a Natasha se le llenaron los ojos de lágrimas cuando oyó cómo la primera pareja tuvo que dejar su hogar en el Huerto. Su pecado había costado, a la raza humana, su vida en el paraíso.
-¿Por qué tomaron Adán y Eva del fruto que Dios les había di­cho que no comieran? -quiso saber Natasha-. ¿No tenían suficiente para comer?

Alexander sonrió ante la inocencia de su pregunta; pero luego se entristeció cuando escuchó lo que Leonid continuaba diciendo:
-Sí, tenían suficiente. Dios había sido muy bueno con ellos, dándoles todo lo que podrían desear en su hogar en el jardín. Pero ¿sabe?, Eva sintió curiosidad cuando se alejó de Adán, y de pronto se encontró junto al árbol del que Dios había dicho que ni siquiera se acercaran. Se detuvo a mirar y a escuchar cómo hablaba la bella serpiente. Debería haberse alarmado ante tal cosa, porque nunca había visto una serpiente que hablara. Pero, en lugar de recordar que Dios la amaba y había dado tantas bendiciones a ella y a Adán, confió en las palabras de la serpiente, en lugar de confiar en Dios.

Leonid sacudió la cabeza.
-Me temo que nosotros nos parecemos mucho a ellos hoy. Cuan­do somos tentados a hacer lo malo, generalmente sabemos lo que es correcto, pero queremos jugar con el pecado. Desgraciadamente, al igual que Eva, no entendemos el poder de Satanás y cuánto odia a Dios. No entendemos que el mayor deleite de Satanás es lograr que hagamos lo malo; lo que, por supuesto, traerá mucho dolor a Dios, porque es nuestro Padre y nos ama mucho.

A Alexander y a Natasha les resultaba dificil de creer que el mal pudo convertirse en una fuerza tan dominante en el mundo tan rápidamente, después de la caída del hombre. Se asombraron de que Dios fuera tan compasivo y paciente con generación tras gene­ ración que se apartaba de él para vivir vidas de brutalidad y lujuria. Cuando Leonid les habló de Noé, no se sorprendieron al pensar en que Dios tuviera que enviar un diluvio para destruir un mundo que estaba fuera de control.
Leonid contó a Natasha y a Alexander historias de las perso­nas elegidas por Dios, historias de Moisés, Gedeón y Samuel, y de cómo utilizó Dios a estos hombres para guiar a su pueblo. Les contó historias de dirigentes como Daniel y Ester, que pudieron brindar esperanza al pueblo de Dios.

-A pesar de que Adán y Eva pecaron, Dios tenía un plan -les dijo Leonid-. Su plan era salvar al mundo y traer a la gente de regreso a él. ¡Ningún sacrificio era demasiado grande para alcanzar este objetivo!
-Pero ¿cómo puede Dios salvar a las personas, si ellas siguen que­riendo lo malo? -preguntó Alexander-. Quiero decir, la gente es, básicamente, mala -dijo señalando una biblioteca en una de las paredes de su pequeño departamento-. Tengo unos pocos libros de Historia allí y, por lo que he leído, la historia tiende a repetirse a sí misma. No importa cuán bueno sea un gobernante o cuántas cosas buenas haya hecho por su país, cuando muere, tarde o temprano se levanta un nuevo rey o dictador que es perverso y que solo piensa en sí mismo.
Leonid asintió concordando.
-Un muy buen punto, Alexander. Dio en el clavo. La gente tiende a ser mala; pero, eso no cambia el hecho de que Dios quiere salvarnos. No obstante, él no nos fuerza a hacer algo que nosotros no queramos hacer. Es nuestra elección; debemos querer ser salvados. Es estrictamente nuestra elección.

Leonid levantó su Biblia.
-Las personas siempre han podido elegir. Los que vivieron antes del diluvio podían elegir entrar o no en el arca. Era su decisión. Los israelitas podían elegir creer que Dios podía guiarlos a través del Mar Rojo cuando huían de los egipcios. Era su decisión. Debían avanzar por fe o ser dejados atrás. El pueblo de Dios podía elegir, cuando Samuel les declaró que Israel no necesitaba un rey. Samuel les dijo que Dios debía ser su rey; pero, m1evamente, ellos podían elegir. Y ellos eligieron tener un rey de todas maneras.

Alexander y Natasha se debatían entre hacer preguntas o que­ darse sentados y escuchar lo que Leonid les estaba contando. Mien­tras él daba vueltas las páginas de su Biblia para mostrarles dónde constaban estas historias, se sintieron sobrecogidos al ver que todo esto estaba en un solo libro.

Había tanto para compartir. Pero, Leonid sabía que Alexander y Natasha no tenían conocimiento de la Biblia. ¿Cuánto podía com­partir con ellos en esta primera noche, sin abrumarlos? No quería excederse, pero estaban absorbiendo todo, sin importar qué historia les contara. A Leonid le resultaba claro que el Espíritu Santo estaba haciendo su obra, al guiarlos en esta conversación.
Pero, cuando Leonid les contó la historia de cómo Jesús vino como un bebé con el propósito de salvar a la raza humana, Alexan­der y Natasha dejaron de hacer preguntas. Se quedaron en silencio, mientras escuchaban que Jesús vivió la vida de un hombre pobre, para poder dar esperanza a aquellos que no tenían nada. Se llenaron de asombro porque Jesús trajera sanidad a los endemoniados, y a los sordos y a los mudos.

La historia de Jesús en el huerto, enfrentando en soledad las tentaciones de Satanás, era triste; y la crucifixión, casi demasiado difícil de creer. No podían imaginar tal crueldad hacia alguien; y menos, hacia el Creador del universo.

Alexander y Natasha observaban el rostro de Leonid mientras les hablaba. Sabían que nunca habían visto a alguien tan piadoso y lleno de paz como él. Podían darse cuenta de que Leonid creía verdaderamente lo que decía, y que él realmente amaba a este Dios que estaba en el centro de todas sus historias .

La joven pareja estaba tan interesada en las cosas que Leonid les contaba que se olvidó por completo del tiempo. Cuando finalmen­te miraron sus relojes, se dieron cuenta de que ya había pasado la medianoche.

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