Capítulo 6

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Al final encontraron la entrada de la cueva, pero no fue casualidad. La piedra Manyan les había señalado el camino, brillando cada vez más según se acercaban. La abertura tenía unos diez pies de ancho y siete de alto, justo la altura suficiente para que no tuvieran que encorvarse al andar. El único problema eran los enanos que la custodiaban, amenazadores.

"¡Elfos! –gritó un enano-. ¿Qué hacéis aquí? ¡Hablad rápido antes de que probéis mi hacha!"

El enano ya había levantado el arma, pero los elfos apuntaron rápidamente al corazón de los enanos con sus flechas.

"¿Crees que serás más rápido que nuestras flechas? –se rio Keldarion, con la espada en la mano-. Estarás muerto antes de dar un paso, enano."

El enano gruñó y haciendo caso omiso de las palabras de Keldarion, avanzó hacia adelante, seguido por sus compañeros.

"¡Esperad! –una voz vino del interior de la cueva, deteniéndolos. Un enano mayor, obviamente el líder, emergió. Observó la escena que se desarrollaba allí, luego miró a los elfos y suspiró, resignado-. Sabía que llegaríamos a esto –dijo en voz baja. Luego se volvió hacia el enano enojado-. ¿No te lo dije, Tarang? Esto era lo que quería evitar."

El jefe elevó la mirada hacia Keldarion, dándose cuenta de que el príncipe era el líder del grupo de elfos.

"Creo que estáis buscando a alguien."

Keldarion contempló al enano, con un brillo peligroso en los ojos.

"Y tú sabes a quién buscamos. ¿Dónde está? ¿Qué le habéis hecho?"

El enano se enderezó, un poco intimidado por el tono de Keldarion, pero demasiado orgulloso como para demostrarlo.

"No le hemos hecho ningún daño. Fue su culpa caer en una de nuestras trampas."

Keldarion se le acercó, mirándolo fijamente.

"¿Y qué derecho tenéis de poner trampas en nuestros bosques? ¿Qué intentabais? ¿Declararnos la guerra?"

"No tenemos intenciones de entrar en conflicto con los elfos. ¡Fue culpa del príncipe caer en una trampa de arañas!" –estalló Tarang otra vez.

"¡No puedes culparnos por el descuido de ese 'elfo estúpido'!" –se unió otro enano.

"¡Ese 'elfo estúpido' es mi hermano!" –explotó Keldarion.

Los enanos se quedaron en silencio, mirándolo con asombro. Entonces intercambiaron miradas de incertidumbre, conscientes de repente de la furia de los elfos. Las cuerdas de sus arcos seguían tensas, listas para disparar y los enanos sabían que estarían muertos antes de levantar sus hachas. El líder se aclaró la garganta.

"¿De verdad eres el hermano del príncipe Legolas?"

"El mismo. Tu clan lo dirige Gloin, hijo de Fundin, ¿verdad?" –preguntó Keldarion, con la esperanza de terminar con la inútil conversación para llevarse a Legolas de ahí.

"Yo soy Gloin –dijo el enano, fijándose en que el príncipe no dejaba de mirar hacia el interior de la cueva, en busca de su hermano-. Lo tenemos adentro. Está herido, pero nos hemos encargado de su lesión."

"Llévame con él –exigió Keldarion-. ¡Y no intentes sorprendernos con algún ataque o tendrás aquí un ejército de guerreros!"

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Gimli estaba sentado junto al cuerpo inmóvil de Legolas, enfriándole la frente con un paño húmedo. Su fiebre altísima seguía subiendo y el príncipe gemía de dolor cada pocos segundos. Mechones de cabello dorado se le pegaban a la piel y a veces sentía tanto frío que su cuerpo temblaba. Otras veces, sin embargo, tenía tanto calor que le daban ganas de gritar.

Trampas en el BosqueDonde viven las historias. Descúbrelo ahora