Capítulo IV: las voces etéreas

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  Con pulcra letra de imprenta escrita en bolígrafo sobre papel blanco lineado, se leía la frase: Largo y duro es el camino que del infierno conduce a la luz.

— Anthony Bruno

Ella soñaba con devolverle la gloria a su monarquía y para eso necesitaba ser astuta. Las palabras de su madre resonaban en su cabeza como un viejo cántico "la reina es quien tiene más poder, pero el juego solo se gana cuando destronas al rey". Mientras lentamente cedía ante Morfeo y sus encantos, una serie de imágenes como de película antigua se formaba en sus pensamientos. Cada uno de sus días en cautiverio. Su mente reproducía con sombría exactitud cada uno de esos dolorosos momentos. La joven deseó gritar, decirse que abriera los ojos, pero sus labios no ejecutaron ningún movimiento.

Ariadne abrió los ojos despertando así del sueño en el que se encontraba. Un suspiro brotó de sus labios mientras deslizaba las palmas de los pies sobre el suave tacto de las sabanas, lentamente, mientras todo volvía a caer sobre sus hombros. Se encontraba en su habitación y se vio en la necesidad de sentarse y mirar alrededor con detenimiento. Se sentía mareada. En sus años de encarcelamiento había olvidado el significado de llevar magia pagana en las venas. Toda magia tiene un precio y no todos lo pagan de manera justa.

La joven representación del zafiro caminó hasta la gran pared de cristal. Sus ojos dorados estaban fijos en el horizonte, el cielo todavía lucía tonos grisáceos y de sus labios brotó un suspiro. La vista desde su piso era impresionante, podía ver la sala de entrenamientos, el comedor, la gran biblioteca, los lindes del claro con el bosque y la laguna y el sendero hasta la verja, el mismo sendero que le había permitido volver a su hogar. El primer rayo de luz empezó a alumbrar el cielo y Ariadne se dirigió corriendo hacia el elevador, deseaba ver como el sol se alzaba imponente, acabando con las sombras que en la noche reinaban en la tierra. Presionó el botón del elevador en repetidas ocasiones hasta que las puertas se abrieron y prácticamente se abalanzó dentro de la jaula de metal.

Bajó los escalones principales rápidamente y caminó hacia los jardines delanteros, esperaba poder contemplar al astro rey en su despertar y solo se detuvo cuando vio a Cool arrodillado en el húmedo césped. El joven tenía la cabeza mirando al cielo, justo sobre él se alzaba el astro rey. Los primeros rayos de luz parecían purificar todas las sombras y disipar los males del mundo. Apolo surcaba los cielos en su carroza de oro y con él traía a Helios, el sol.

Cool se bañaba en la primera luz para renovar su energía, el único hijo de quien inspiraba los cánticos peanes. El semidiós acudía puntualmente cada mañana para ayudar a su padre con aquella tarea. No es que el dios necesitase de ayuda, resultaba ser que era una actividad padre e hijo, su vínculo. Para la joven siempre resultaba hermoso ver esa ceremonia, de pequeña solía despertar temprano para admirar cada detalle del rito. Ariadne se preguntó, como cientos de veces antes a ese momento, qué sensaciones tendría Cool, si se le erizaba la piel o sentía un hormigueo en la yema de los dedos. Se preguntó si esa unión padre e hijo era similar a la que ella mantenía con Atenea cuando ayudaba a su madre a organizar sus pergaminos.

Los ojos ahora dorados de la joven brillaban maravillados. Hacía dos años que no contemplaba la belleza de la luz solar, dos años donde Apolo y Helios no la bañaron en su cálida bendición. Cerró los ojos y alzó el rostro al cielo, dejando que este se cubriera con el calor de los primeros rayos de luz. Su piel pálida y ligeramente traslúcida por los años de prisión empezó a adquirir un ligero tono rosa y a recuperar la calidez en cada una de sus extremidades. Llevó las manos hacia su cuello y lo acarició, subió lentamente hasta sus mejillas, como un reconocimiento, justo como la noche anterior, pero esta vez no era visual sino sensorial. Disfrutó de aquel momento, aplazándolo, manteniendo los ojos cerrados para gozarlo al máximo hasta que una voz la hizo abrir los ojos.

Sombra de Zafiro: La última gemaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora