Capítulo II: El secreto de un juramento

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Por eso muchos me quieren muerta; pero quien asesine a una mujer se quemará en el infierno.

— Benazir Bhutto

Sean condujo de vuelta a la cuidad. La noche parecía ser su aliada pues, mientras ellos se alejaban lo más posible de aquel lugar reducido a escombros, Ariadne recuperaba el color en sus mejillas. Tal parecía que su sistema combatía audazmente el veneno de su interior. Las adoquinadas calles de París todavía mostraba a personas caminando por la acera, a jóvenes en las puertas de los bares fumando un cigarro y mezclados ante la vista de todos se encontraban dos craturis,  (criaturas de las cuales solo se escuchan hablar en los libros), pero que vivían entre los humanos. Había un grupo caminando en dirección a Saint German, dentro de ese grupo se encontraban dos de ellos, lobos, que juzgando por cómo se desenvolvían uno tan cerca del otro serían pareja.

Los craturis, pensó Ariadne con cierta nostalgia, esas criaturas eran su pueblo, la mayoría habían firmado la paz hacia siglos y se regirán gracias a un orden monárquico. Esa era la razón por la cual habían unido fuerzas para salvarla, ella era su reina. El zafiro, la gema que ella representaba siempre había sido tomada como indicador del final de una era y todos esperaban algo de ella, principalmente grandeza. Y en la inmensidad de la noche no pudo evitar sentirse pequeña.

Sean se detuvo en un semáforo que alumbraba en tonalidades rojizas un par de hombres que estaba por cruzar la calle pero que se detuvieron atónitos al ver los cabellos azules de Ariadne. Sus rasgos físicos nunca le permitieron pasar desapercibida, pero esta pareja en particular la había reconocido. Ellos también eran craturis. Lo sabía por su sombra, la cual solía cambiar cuando adquirían forma humana. La de ellos tenían las piernas distorsionadas, lo que indicaba que eran centauros. Ariadne se limitó a hacer una venía con la cabeza y estos vitorearon.

— ¿Cómo ha estado?—Ariadne todavía no reconocía su propia voz y tomó un momento para aclararse la garganta. Se sentía cansada, física y mentalmente, todos esos meses con la guardia en alto, viviendo a base de adrenalina la habían llevado a un nuevo nivel de agotamiento. Se sentía como la cascara de una naranja, seca. — ¿Cómo han estado los craturis? —Inquirió al recordar que ella no era la única afectada.

Las manos de Sean se tensaron en torno al volante y sus hombros de pusieron rígidos. Quería detener el coche y abrazarla. Acunarla entre sus brazos y decirle que en ese momento nada de ello importaba. Ariadne sentía esa ola de sobreprotección irradiando de Sean y el corazón se le encogía. No sentía que pudiera merecer aquello, algo debía de haber hecho realmente bien en su antigua vida para tener a alguien como él a su lado. De repente sintió escozor en los ojos y un nudo en la garganta, las lágrimas amenazaban con brotar. Se aclaró la garganta, buscando deshacerse de aquel nudo. Deseaba decirle l mucho que lo echó de menos, que la perdonara, quería prometerle que a partir de ahora todo iría a mejor. Pero no tenía fuerzas para hacer esa promesa, no tenía fuerzas siquiera para vivir por si misma.

— Los ángeles ahora tienen las calles, los nuestros han tenido que ocultarse nuevamente. —Apartó la vista del camino para contemplar el rostro su acompañante. —Nos obligan a ocultarnos entre las sombras como cucarachas.

—Yo... —Quería decir algo, quería demostrar que su rescate no era en vano. Deseaba mostrarle a sus súbditos que se encontraba fuerte y lista para la batalla pero apenas y podía pronunciar palabra. Tomo aire e hizo acopio de lo que quedaba de determinación en su interior para pronunciar las palabras que desencadenarían el final de una era.  ¿Si es esto a lo que se refiere mi profecía? pensó mientras el corazón le latía desembocado.— La jerarquía angelical me vendió a los grigori buscando desestabilizar la monarquía. Me mantuvieron en las sombras como a mis súbditos, con miedo, indefensa y herida...

Sombra de Zafiro: La última gemaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora