Capítulo X: Dos voces para un alma

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Yo sé lo que es estar en el infierno, padre. Sin embargo, no hay plazo que no se cumpla ni deuda que no se pague.

—José Emilio Pacheco, "El principio del placer"

Gabriel despertó en un ambiente desconocido, con guardias a sus flancos y un inquietante silencio. Las paredes, al igual de la mayoría de lugares dentro de Loskyd mantenían el aspecto de épocas pasadas. Parpadeó un par de veces para poder adecuarse a la repentina luminosidad y paseó la vista por su entorno. Lo primero que notó fue que toda la iluminación del lugar provenía de un bombillo de luz fría sobre su cabeza y que no había ventanas. Los guardias estaban apostados a cada lado de la cama, de espaldas a él, con las lanzas empuñadas.

Por un momento analizó las posibilidades de incapacitar a los guardias y huir pero un sinfín de preguntas se empezaban a aglomerar en sus pensamientos y él deseaba respuestas. Todavía se encontraba aletargado por el golpe y movió ambas manos para comprobar su estado. Al hacerlo sintió un dolor punzante proveniente de una de sus palmas, rápidamente intuyó que se debía al corte que se había provocado. No sabía cuánto tiempo más creerían que estaba inconsciente así que prefirió ser el primero en hablar.

— ¿Qué ha pasado?—Inquirió mientras se deslizaba entre las sábanas para poder sentarse.

—Qué bueno que despertaste, muchacho. — Comentó uno de los guardias mientras apoyaba una mano en el hombro de Gabriel, como un gesto fraternal. — Tu madre no paraba de amenazarlos con el exilio si no te cuidamos bien.

Gabriel soltó una risa suave mientras llevaba la mano sin dolor hacia la parte trasera de su cuello, rascándose. Al posar la vista en el ángel que hablaba pudo rápidamente reconocer sus facciones, Dardail era un buen amigo de sus padres desde que recordaba. En secreto se sintió aliviado de que fuera un rostro amable y conocido. Eso implicaba que no estaría ahí contra su voluntad.

— Dardail, por favor, dale aviso a Gabriel y Raphael que su hijo se encuentra bien y alerta. Estoy segura que desean hablar con él.— La voz provino desde la puerta y tomó a todos los presentes por sorpresa.

Ambos guardias retomaron su postura firme e hicieron que las lanzas dieran un choque seco contra el suelo de madera al reconocer la voz de Asaliah. La menuda fémina se mantuvo en el umbral, mientras los ángeles salían por sus flancos. Una vez que Gabriel se quedó solo ella dio un paso atrás, estirando el cuello para poder observar el pasillo, miró a ambos lados antes de ingresar y cerrar la puerta. Gabriel a duras penas pudo contener la risa que le produjo el gesto de la mayor que le recordó al de una niña pequeña que busca realizar una travesura sin testigos.

— Me alegra que estés despierto. —Murmuró Asali mientras se desplazaba al interior de la habitación.— Temía que absorber mucha de esa energía te hubiera afectado.

Hizo una pausa donde Gabriel pudo notar aquel aire dubitativo en torno a ella. Asaliah representaba la justicia de la verdad de los cielos y ella había mantenido su rol. Gracias a esos esfuerzos ocupaba una posición respetable dentro de la jerarquía. Por un instante creyó que a eso se debía su presencia pero rápidamente descartó ese pensamiento cuando recordó el gesto de secretismo que había hecho hace solo instantes. Todo se sentía confuso y él sabía que no era producto del golpe, la creciente tensión se empezaba a sentir y la incertidumbre no le gustaba en lo más mínimo. Se debatió en tomar las riendas de la conversación mientras se acomodaba en la cama, con los pies colgando a un lado, sentado, para poder contemplar el rostro de la mayor.

— Mi querido muchacho, lamento tener tu curiosidad en vilo pero hay mucha información que debo darte. —Suspiró con pesadez. — Tantas cosas... para tan joven alma. Las salvaguardas han sido inutilizadas.

Sombra de Zafiro: La última gemaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora