Porque cada uno de nosotros elige su propio infierno, aquel en el que se encuentra más cómodo.
— Juan José Millás, "La soledad era eso"
Ariadne se contempló frente al espejo mientras lucía un elegante vestido negro. Este tenía la espalda descubierta, en donde se podía ver claramente las cicatrices producida por sus captores. La suave tela se pegaba a su silueta como una segunda piel. El tono níveo por la falta de exposición al sol contrastaba contra el negro del vestido como belleza de película antigua. Sus labios lucían rojos y sus cabellos estaban sujetos en una sencilla cola alta y caían como tirabuzones hasta poco debajo de sus hombros. Soltó un suave suspiro. Las energías que durante dos años había usado para sobrevivir ahora debía dirigirlas a estabilizar la monarquía de criaturas, su monarquía.
Terminó de cepillarse los cabellos y se acomodó los pendientes que iban a juego con Azenet, el cual dormía sobre su espalda. Salió de la habitación en dirección a la cocina, abrió el frigorífico y sacó una de las pequeñas cajas de frambuesas y las empezó a comer rápidamente, como si de ese modo pudiese aplacar sus ansias. Se debatió en si debía ocultarle a sus futuros súbditos las cosas monstruosas que vivió durante su secuestro. Tenía la mirada fija en los pequeños y rojizos frutos del bosque cuando una campanilla sonó. Era el indicador de que alguien en el elevador esperaba que le abriera la puerta.
Conforme le daba vueltas en la cabeza caminó hacia el elevador, mentalmente se recordaba que debía mostrarse impasible y presionó el botón que abriría la puerta. Ahí estaba él, su paladín y mejor amigo, esperándola para enfrentar nuevamente un futuro incierto a su lado. Ariadne tomó aliento, alzó el mentón e ingreso al elevador
— ¿Discurso motivador?—Preguntó Sean con una leve sonrisa. Se sentía bien el volver a tenerla cerca, de saber que todavía podía cuidar de ella.
—Listo. —Dijo Ariadne dándose un golpecito con el dedo índice en la sien. — ¿Tu posible reemplazo si todo sale bien?
—Listo y esperando en el lobby. — Respondió Sean que terminaba de abrocharse las mancuernillas en forma de rayo. — ¿Qué tal traigo la corbata?
La conexión que existía entre ellos era única, Desde la ceremonia que unió sus vidas Sean tenía una especie de sexto sentido, este le indicaba cuando Ariadne se encontraba en problemas, si ella se sentía angustiada, nerviosos, herida o incluso alegre.
—Mmm...—Ariadne ladeó levemente la cabeza haciendo que uno de sus rizos cayera sobre su rostro y se dispuso a acomodar el nudo de la corbata de su paladín. —Ahora está perfecta. ¿Qué tal luce mi labial?
—Está sobre tus labios así que supongo que bien. —Contestó el rubio sin poder evitar soltar una carcajada.
Cuando las puertas del elevador se abrieron la mirada de ambos se posaron en la gran habitación que era la recepción y Ariadne entrecerró los ojos. Junto a la pared opuesta encontró la figura de Macco y él no se encontraba solo, la otra persona estaba de cara al hijo de la guerra de modo que desde su posición Ariadne solo podía verle la espalda. Sean tomó a Ariadne del brazo y salieron del elevador en dirección a Macco y su acompañante. La frondosa cabellera oscura y rizada que lucía la acompañante de Macco pertenecía a Tara. Ella era la encargada de la enfermería y quien curó las heridas de Ariadne como un favor secreto.
—No la voy a usar. —Se escuchaba decir a Macco conforme Sean y Ariadne se acercaban. — Simplemente no la usaré.
—Pero que galán. —Comentó Ariadne con una leve sonrisa en los labios. — Un digno representante para la corte olímpica.
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Sombra de Zafiro: La última gema
FantasiaEn el desenlace de una amarga batalla, un ángel le juró amor a una chica marcada por las sombras. Ambos sabían que ella era un libro donde ya se había escrito un final. Trágico final, el que acaba de iniciar. Ángeles y paganos mezclan su sangre...