Ignorar las consecuencias de los propios actos, eso es el infierno.
— Alejandro Dolina, "Bar del Infierno"
Todo a su alrededor se volvió borroso, como las copas de los árboles vistas a toda velocidad. Por un instante las salvaguardas que cubrían la ciudad angelical refulgían con un efecto tornasolado. Ariadne observó aquel brillo y soltó la respiración que había interrumpido. Su mano aún estaba junto a la de Gabriel y las contempló juntas por un instante antes de retirarse bruscamente. Aquel tacto hizo que energía pura saliera disparada en todas direcciones. El ángel y la gema fueron empujados en direcciones opuestas y sus cuerpos cayeron. Las aguas frías por la estación cubrieron a Ariadne como un dulce abrazo mientras eran introducidos a la oscura profundidad.
—Ariadne.—Sean sintió un golpe en el pecho, como si alguien le estrujaba el corazón. De manera automática corrió en la dirección en que la joven había partido. Se abrió paso entre los cientos craturies a empujones, sus ojos azules centelleaban y tenía los músculos tensos. Su conexión de paladín le gritaba que ella estaba en peligro y por un instante creyó que la había vuelto a perder. La sensación era tan similar a cuando los caídos la habían tomado que el pánico se apoderó de él haciendo que sus pasos tomaran más velocidad.
Sean corrió en dirección de los latidos de su corazón, como si este fuese un sonar que podía guiarlo a Ariadne. Ya lo había hecho antes, cuando recorría las calles sin rumbo con el único fin de que su conexión lo guiará hacia ella. Sus zapatos café golpeaban el suelo firmemente mientras corría al encuentro de la gema. Cuando llegó hasta ella observó cómo su cuerpo inerte era recepcionado por Le Sena. La aguas del río parecieron engullir el menudo cuerpo de la joven como un bocadillo, rápido y voraz. Ariadne contuvo la respiración por instinto pero el resto de ella no respondía. Los recuerdos de su captura la abrumaron conforme el caudal del río hacía a su cuerpo retorcerse en figuras extrañas. Tenía miedo de buscar la superficie, como si los grigori estuvieran ahí afuera, esperándola para devolverla a su prisión.
El rubio se lanzó a las aguas como un acto reflejo teñido de desesperación. La corriente era fuerte y aún con los ojos abiertos resultaba casi imposible poder distinguirla. Por un instante deseó que Briza estuviese con ellos, ella ya hubiera encontrado a Ariadne. Desechó rápidamente ese pensamiento, era muy egoísta de su parte siquiera pensar en exponerla. Con una mano estirada empezó a palpar a su alrededor hast que algo blando hizo contacto. Entrecerró los ojos, esperando identificar el objeto cuando la vio, inconsciente, con los cabellos azulados flotando como una bruma. La tomó del brazo, alzando hasta su altura, rodeo su cintura con agilidad y luchó por impulsarse a la superficie.
—Gabriel. — El nombre del ángel brotó impregnado de frío terror. La expresión de Raphelle fue de auténtico miedo. Sus orbes grises siguieron la silueta de su hermano mayor por el aire. Sintió el característico ardor en su espalda de las alas brotando. Con la ayuda de un pequeño salto se impulsó hacia arriba en el instante que un juego de cálidas alas bífidas brotaban para elevarla. Con un par de aleteos alcanzó la silueta de su hermano y trató de atraparlo entre sus brazos pero la fuerza del estallido hizo que ambos cayeran contra el pavimento con un golpe seco. Raphelle rápidamente recobró la compostura sacudiendo sus alas para despabilarse del golpe y corrió hacia él, con el corazón desbocado, y se arrodilló.- Hermano ¿estás bien? Despierta.
La hermana menor de la familia D'lorme contrastaba con su hermano de manera casi abismal. Rapphelle parecía salir del aire, una figura grácil, de ensortijados cabellos color miel que enmarca su rostro confiriéndole la apariencia de una muñeca de porcelana. Sus mejillas coloradas acentuaban sus pómulos y resaltaba la nebulosa de pecas que adornaban su rostro. Sus delgadas manos tomaron el rostro de Gabriel y lo acunaron con suma ternura y delicadeza mientras que un brillo, igual de cálido al de sus alas, empezaba a emanar de sus palmas. Si bien Gabriel era una copia exacta de su padre era Rapphelle quien había heredado las habilidad y el poder, ella era la siguiente arcángel Rafael, la mano sanadora de los cielos.
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Sombra de Zafiro: La última gema
FantasyEn el desenlace de una amarga batalla, un ángel le juró amor a una chica marcada por las sombras. Ambos sabían que ella era un libro donde ya se había escrito un final. Trágico final, el que acaba de iniciar. Ángeles y paganos mezclan su sangre...