Habría ido con ella hasta las mismísimas puertas de Infierno.
—Neil Gaiman, "El oceano al final del camino"
La tranquilidad era el sentimiento predominante en el interior de la cuidad angelical. La brisa suave parecía acariciar la piel de los pocos transeúntes que seguían en las calles a esa hora de la madrugada. La Seine reflejaba como un espejo la cuidad y sus luces y sus aguas calmadas rodeaban el pequeño terreno. Para Gabriel no existía nada más repulsivo que la cuidad angelical, despreciaba a su misma especie tanto como a cualquier otra. Sentía vergüenza de cómo los ángeles habían deformado las ordenes del cielo para su beneficio. En su memoria seguía fresco el momento en que lo obligaron a venderla, cada instante, era asediado por el rostro de Ariadne que lo miraba con tristeza y decepción.
Para Gabriel las cosas habían cambiado mucho desde aquella tarde hace dos años. Durante ese tiempo se dedicó a cazar a cada uno de los grigori presentes durante el secuestro de Ariadne. Vivía creyendo que si no pudo salvarla podía vengarla, haría pagar a todo aquel que los separó y eso incluía, en un futuro no muy distante, a la propia Jerarquía Angelical, sin importar que eso le hiciera perder su gracia.
En un inicio se sorprendió de cual vengativa podía ser su alma y sintió miedo, miedo de la oscuridad que podía albergar. Ahora caminaba bajo una llovizna de media estación, con las manos en los bolsillos de sus jeans buscando ocultar la sangre que en ellas lucía. La misma sangre que cubría la playera que escondía bajo su chaqueta. Volvía a la cuidad después de dos semanas fuera, dos semanas en las cuales cazó a un grigori, uno de los causantes de la muerte de Ariadne. Él no podía perdonarse el haberla dejado, se recriminaba que debió ser mas fuerte, mas rápido, que debió ser un verdadero ángel guardián.
Caminaba sin prisa y sin importarle terminar con las ropas mojadas cuando un joven pasó a su lado rápidamente a la carrera. El aire que se arremolinaba en torno a él destilaba preocupación. A Gabriel se le pusieron los vellos de punta y frunció en ceño, su bello rostro crispado en una mueca podía detener el corazón a cualquiera.
—Hey, tú.—Gritó Gabriel mientras apretaba el paso.—Espera.
El joven giró para ver quién lo llamaba, sus ojos color chocolate observaron a Gabriel pero no se inmutó en lo más mínimo.
— ¿Qué está pasando?— Inquirió el ángel aun con el ceño fruncido al ver que aquel mojigato no se detenía — Bajo la voz del mensajero de los cielos insto a que detengas tu paso.— Gabriel ahora se encontraba erguido y con el mentón en alto, asumiendo una postura signa de respetar.
— Uno de los siete.— Murmuró el joven con repentina sumisión. Bajó la mirada e hizo una reverencia pronunciada, que desencajó con la escena —Lo lamento, señor. Pero se me ha pedido que informe a la jerarquía y a todo aquel que me cruce en el camino. Los paganos vienen, cientos de ellos, se aglomeran en las calles aledañas y se encuentran armados. Su reina se ha vuelto a alzar y buscan venganza.
Gabriel estaba tan concentrado en el joven frente a el que no notó que otra figura se acercaba a ellos hasta que fue demasiado tarde. La silueta fue adquiriendo forma ante los ojos del ángel y sin duda él la conocía a la perfección. Un hombre alto y de piel pálida, de cabellos tan negros como el hollín y de intensos ojos azul turquesa. Gabriel podía reconocerse en ese rostro, el mentón partido, los grandes ojos del mismo azul, los ligeramente despeinados cabellos oscuros e incluso el mismo gesto ausente que los hacía lucir despreocupados ante todo. La lluvia no cesaba y el ambiente se volvía más frío con cada instante, sin duda ese clima solo era un presagio de que oscuros acontecimientos se avecinaban.
— Me encuentro dichoso de que por fin aceptes tu legado, hijo mío, pero no debes hacer alarde de un título que todavía recae sobre los hombros de tu madre.— Habló la figura ahora frente a ellos.
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Sombra de Zafiro: La última gema
FantasíaEn el desenlace de una amarga batalla, un ángel le juró amor a una chica marcada por las sombras. Ambos sabían que ella era un libro donde ya se había escrito un final. Trágico final, el que acaba de iniciar. Ángeles y paganos mezclan su sangre...