Adiós

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Empezaba a acostumbrarme a sus ocurrencias. Cada día igual pero diferente a la misma vez.

– Realmente eres un niño.

– ¡Soy un príncipe!

– Disculpe usted, majestad.

– Mucho mejor, simple mortal



"Quiero ser el príncipe que vas a idolatrar." Ah






Aquella fue la última vez que vi a aquel niño, al parecer su turno de ser adoptado había llegado, a mí me adoptaron poco tiempo después y desde entonces no he sabido nada de él. Pero seguro lo veré algún día.

Yo solía ir una vez a la semana al orfanato para leerles a los niños los cuentos de mi libreta donde había anotado uno que otro cuentos que había inventado para el niño intenso, muchas veces lo llamaba así de broma y de pronto todos los niños decían que querían llegar a ser tan intensos como él, "es imposible igualarlo pero ahí está el detalle" de alguna forma y aunque no lo conocieran ellos lo adoraban cuando les contaba sobre él.

Uno de los niños incluso se volvió vegetariano.

Un día al salir del orfanato muy apurada, soy demasiado despistada, terminé por golpear mi cabeza – de alguna forma – contra la de un hombre, nos disculpamos y pasé de largo hasta que él gritó.

–¡Vil mortal, esa no es la forma de disculparse con un príncipe!

Estaba segura de que lo volvería a ver.

Antes de dormirDonde viven las historias. Descúbrelo ahora