2005.
-¡Abuelo! ¡Ven a jugar conmigo!
El niño con rizos, impaciente, y con carros en sus manitos, se levantó de donde estaba, a buscar a su abuelo por las bancas del parque.
En el camino, un perro se atravesó delante de él, Cameron cayó al piso, junto con todos sus carros que volaron a todas partes.
-¡Onaldo!
La voz era de una niña, pecosa y con ojos claros, que se dirigía a ellos.
Al ver a Cameron en el piso, a punto de llorar, gritó:
-¡Lo siento!
Se tumbó en el piso con él, y recogió todos sus carritos de colección. Se los entregó en la mano y luego le sonrió. Tal vez se hubiera quedado a jugar con su nuevo amigo, de no ser por la voz de un hombre que sonó a lo lejos.
-¡Annie! ¿Dónde estás?
-¡Voy, papá!
Annie se levantó y le ofreció su mano a Cameron para ayudarlo a levantar.
-Espera, no me has dicho tu nombre.- le dijo ella antes de que él se fuera.
-Cameron. ¿Tú eres Annie, verdad?
La niña asintió y cubrió su boca para no dejar soltar una risita.
-Suena a camarón, ¡cómo los odio!
Cameron, totalmente ofendido, le sacó la lengua como venganza de haberse burlado de su nombre, y corrió de inmediato a la busca de su abuelo.
-Cariño, ¿has hecho nuevos amigos?- le dijo su papá a Annie con Onaldo en brazos.
-Su nombre es Camarón. Creo que les pondré así a mis hijos.
Ambos ríen, y luego su papá hace una mueca.
-¿A qué edad te dije que podrías tener hijos?
-¡Cuarenta!
Annie abrazó a su padre, se sentía tan feliz y no había razón alguna, hasta la presencia de Onaldo la alegraba. Todo era tan perfecto, y real.
Se prometió allí, recordar ese momento siempre.
Cameron llegó a su abuelo con pucheros. Le tomó de su abrigo y hundió el rostro allí.
-Abuelo, abuelo. ¡No has venido a jugar conmigo!
-Bueno, pues vamos, pequeño.
-¡Ya no quiero! ¡Me han dicho camarón!
El abuelo soltó una carcajada y le preguntó con tono de ofendido:
-¿Quién ha dicho eso?
-Annie, tiene un perro que me ha hecho caer, y tiene una piel muy extraña. ¡Está llena de puntitos! Y, y, y, sus ojos son como maleza. Es una niña muy rara, abuelo.
-¿Sabías algo? A veces las personas raras, resultan siendo las mejores.
-No creo que nunca alguien como ella me vaya a agradar.
-Porque aún eres muy joven para entenderlo. ¿Quién sabe? Luego querrás ser alguien raro y que ha perdido la cabeza también. Si es que primero no pierdes la cabeza por alguien así.
-No entiendo nada, abuelo.
Arturo Blake toma en brazos a su nieto y juntos empiezan andar por el parque.
-Lo harás, pequeño. Todavía falta mucho para eso.
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Letras a muertos.
Teen Fiction¿Pueden llegar los muertos a ser mejores escuchando que los propios vivos? Annie cree que sí. Esa es la razón por la que suele escribirles cartas con frecuencia. Escribir es una bonita manera de recordar, y traerlos de vuelta por un momento. Pero, ¿...