❝Costumbres❞

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Era el último día de clases antes de las vacaciones navideñas, y yo había estado comiendo y bebiendo con mis amigos. Es una extraña sensación de comodidad y seguridad el por fin sentir que encajas con personas que meses atrás eran tan sólo extraños.

Mi vida había sido una montaña rusa durante ese año pero viendo dónde me encontraba en aquel instante me hacía darme cuenta de la importancia de levantarse de las caídas y aprender de los fracasos.

Pero ya eran casi las ocho y media de la noche, estaba a oscuras y las luces de las farolas eran lo único que me permitía distinguir un coche de un arbusto. Moraleja del día hasta entonces: no mezcles bebidas. Ahora mi cabeza se sentía como dentro de una burbuja y necesitaba cruzar la calle hacia mi parada sin dejar mi aturdimiento y torpeza en evidencia.

Me dirigí a la parada de autobús y a penas había gente esperando. Sólo habían dos autobuses y el mío aún no había llegado. Respiré hondo, tratando de recobrar la compostura. Hacía frío y esperaba que el aire fresco me devolviera los cinco sentidos, pero aún me sentía desubicada. Decidí entonces echar mano de mi instinto, de lo que los hábitos me habían enseñado.

Un chico se acercó a mí preguntándome si iba en su mismo autobús. Lo reconocía de vista, sabía que él era amigo de una amiga mía. Nos quedamos conversando sobre si el autobús llegaría o ya se había ido. Sabía que no porque me conocía ese horario. Benditos hábitos. Te hacen sentir seguro. Estaba dentro de mi zona de confort aunque mi cerebro aún necesitara más tiempo para sentirse cómodo.

De pronto lo vi dando la curva en la distancia. Mi autobús llegaba y, como de costumbre, me acerqué a donde él solía aparcar hasta la hora de salida.

Sin embargo, algo captó mi atención. Y fue en ese instante cuando todos mis sentidos se pusieron en alerta y mis entrañas me gritaban que mantuviera la calma y mirara hacia otro lado. Hacía tiempo que no la veía y lo último que me esperaba era verla a esa hora. Llevaba la misma chaqueta de cuero que nunca supe distinguir si era granate o violeta oscuro. Y, por supuesto, llevaba el pelo suelto y una mirada que me hipnotizaba.

Mi respiración se entrecortó y actué por puro instinto.

Cuando el autobús se paró enfrente mía, subí y pasé por el lector mi tarjeta. Le dije al conductor el nombre de mi pueblo y seguí caminando hasta donde solía sentarme.

Pero entonces el chico con el que había hablado antes me llamó. Lo miré nerviosa, porque a unos metros detrás de él estaba ella. Me preguntó cuál era la parada en la que me bajaba y mi cerebro dentro de su propio bucle de confusión me dejó en blanco. Traté de responder mezclando las palabras y me quise golpear la cabeza contra una pared por el ridículo que estaba haciendo. La vi mirarme. Noté que las comisuras de sus labios formaban una sonrisa, de esas que tratas de esconder porque algo te hace gracia. De nuevo quise golpearme contra una pared y esconderme en mi asiento.

De reojo la vi pasar por el pasillo del autobús hacia la mitad trasera, donde ella solía sentarse. Pasé más de media hora reflexionando sobre si desearle unas felices fiestas. Pero como de costumbre, cuando ella se bajó en la estación de su pueblo, el miedo y la vergüenza me paralizaron. Y como solía hacerlo, la vi irse a la vez que me maldecía por haber perdido otra oportunidad de hablarle.

Costumbres, costumbres, costumbres.

Y aún así, de una manera u otra, ella lograba romper mis esquemas.

23.12.2016

❝Cartas a una extraña❞ [POESÍA] Donde viven las historias. Descúbrelo ahora