Parte 1

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Encerrada en el despacho de su casa, Regina se emborrachaba mientras las imágenes de la traición de su mujer rodaban por su cabeza como si fuese una película de terror. Desde que su matrimonio de diez años había llegado a su fin, usaba el alcohol como un aliado en su intento de olvidar una de las escenas más asquerosas y repugnantes que tuvo el disgusto y la infelicidad de presenciar: Kathryn, su esposa, practicando sexo anal con el chofer de la familia, dentro de su propia casa, en su propia cama. Una vez más, su estómago se reviró y aunque se encontraba mareada y desorientada por culpa de la bebida, consiguió llegar al baño a tiempo para arrojar todo el asco que sentía dentro del inodoro.

«¿Hasta cuándo pretendes permanecer en este deplorable estado?» preguntó Zelena

«Hasta cuando me dé la gana» respondió ella, intentando abrir otra botella de whisky, pero Zelena se lo impidió

«¡Ya basta, Regina!»

«¡Suéltame, estúpida! ¡Y sal de mi casa porque no has sido invitada a entrar!»

«Por el amor de Dios...¿no piensas en tu hijo? ¡Es una criatura inocente, Regina!»

«Él está bien, la niñera cuida mejor de él que yo»

«Necesita el cariño de su madre...»

«¡Y yo necesito estar sola! Ahora, ¡vete y déjame en paz!»

«Fuiste a juicio por su custodia, y ganaste...pero, ¿a cambio de qué, eh?»

«¡Zelena, vete de aquí...no tienes ningún derecho en meterte en mi vida!»

«Soy tu hermana y...»

«¡Medio hermana!» corrigió «¡Ahora, desaparece!»

«Nadie tiene culpa de lo que aquella puta te hizo...acuérdate de eso» Zelena habló, saliendo inmediatamente

Sin poder evitarlo, Regina dejó que las lágrimas, una vez más, bañasen su rostro. Para ella, era difícil aceptar que, después de tanta dedicación, amor y fidelidad por su parte, Kathryn la hubiese traicionado de esa manera tan sucia, faltándole el respeto a ella, a su hijo y al hogar. Después de dos años de casadas, tras mucha insistencia, Kathryn acabó aceptando adoptar un niño y aunque su desapego hacia el niño era perceptible, Regina se consideraba feliz por haber realizado su deseo de formar una familia a su lado.

Tras descubrir la infidelidad, Regina no solo entró en el proceso de divorcio, sino que también recurrió a la justicia por la custodia del pequeño, y como se imaginaba, la justicia falló a su favor.

«¿Ya llegó mi hijo de la escuela?» preguntó, dirigiéndose a la niñera que se encontraba en la cocina

«Sí, señora. Ya tomó su baño, cenó y está durmiendo»

«¿Ya está durmiendo? ¿Qué hora es?» cuestionó Regina, aparentemente desconcertada

«Son las nueve, señora»

«Las nueve...» murmuró, aturdida al constatar que había perdido el paso de las horas, del tiempo, del espacio y de su vida. El tiempo no tiene fin, él es el fin. Y en consecuencia a esa verdad, se dio cuenta de que estaba a punto de perder lo poco que le quedaba: su razón y su hijo.

Lentamente, abrió la puerta del cuarto donde Henry dormía y de nuevo las lágrimas acudieron con fuerza, tan calientes como los rayos del sol en una tarde de verano, causándole una sensación de corrosión en la piel y el gusto amargo de los amores engañados.

A la mañana siguiente, Ariel terminaba de preparar la comida de Henry para poder llevarlo a la escuela cuando Regina apareció, interrumpiéndola en la tarea

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